MI EXPERIENCIA CON MADRE MEERA
(Alemania, Balduinstein,
Septiembre de 2012.)
Hace ahora dos
años me enteré casualmente de la existencia de Madre Meera a través de la
lectura del libro de Vicente Merlo titulado “ La llamada ( de la ) Nueva Era”
donde se hace referencia de manera especial a ella, una mujer indú, que nació
el 26 de Diciembre de 1960 en el pueblo de Chandepalle en el sur de la India. Me llegó
profundamente lo que allí leí sobre sus experiencias espirituales desde muy
niña, su visita y estancia en el Ashram de Aurobindo por el que siempre he
sentido una profunda admiración y respeto, y su reconocimiento como una de las
encarnaciónes de la Madre Divina
que ofrece hoy “un camino de felicidad y
de transformación, una oportunidad de abrirse a su bendición, de recibir y
trabajar con su Luz para cambiarnos a nosotros mismos y al mundo en el que
vivimos” (Answers, part I). Desde el momento en que supe de su existencia
me movilicé como pude y supe para ir hasta Balduinstein, pueblecito al sur de
Frankfurt desde donde ella, a los pies del castillo de Shamburg, en un antiguo
edificio, ofrece su Darshan. Algo sentí muy profundamente que me hablaba de
realidad, verdad, divinidad y poder en alguien hasta ese momento desconocida
para mi. Me llegó al alma.
Ahora,
cuando escribo esto, ya es la cuarta vez que voy. Su único camino es el de la
referencia constante al ser divino en nuestra vida, en la de cada cual,
independientemente de la forma, tradición, cultura, religión y creencias que uno
profese o a las que pertenezca. Nada, pues, que uno tenga que cambiar o a lo
que se tenga que adscribir, sólo cuenta la entrega que pongas, la apertura y el
reconocimiento al Fondo que ya eres. Ese es el principio de todo cambio. Ella,
que está instalada en Eso, que es Eso, es el catalizador que moviliza todos
nuestros recursos, ella es el espejo sin forma donde uno poco a poco se
encuentra. Ponerte en sus manos no es ponerte en las manos de alguien externo a
ti sino la entrega confiada a la
Realidad suprema de tu mismo ser divino. Es la vuelta a lo
que eres.
La palabra
Darshan se refiere al encuentro entre un Maestro y su discípulo en el camino
del crecimiento y desarrollo hacia la realización del ser, es también el acto
por el que alguien que va a donde un ser sabio y santo, se coloca ante él para
recibir su instrucción, ayuda e intervención personal y directa. Por todo eso,
se trata de una experiencia única y muy poderosa que acelera y potencia nuestro
despertar interior.
El valor de
cada Darshan lo da la cualidad del Maestro y la mayor o menor entrega,
sinceridad y disponibilidad del discípulo. No todos los Darshan tienen la misma
forma externa. En el caso de Madre Meera se da en absoluto silencio. Ya hay demasiadas
palabras, interpretaciones y diálogos en nuestra mente. Ella ofrece lo
esencial, el descenso y despertar del Divino en nosotros, y remueve para ello
todos los obstáculos que lo dificultan. Esto ocurre siempre que uno se abre,
pero de manera privilegiada en cada Darshan.
A continuación
hago un pequeño relato de este último viaje, de cada día de Darshan. Aquí
reflejo alguna de las impresiones que de manera rápida dejaba escritas cada
noche al ir a casa. Mientras Lola, mi mujer, preparaba, con todo el cariño y
entrega que ella pone en cuanto hace, la cena para los dos, yo dejaba
constancia de mi experiencia. En general, son muchos los aspectos que uno ve
cambiar en su vida desde el momento en que se pone en camino bajo la Presencia consciente del
Ser Divino, sea siguiendo la estela de un Maestro externo, como en este caso, o
a solas con el Maestro interior que anida en cada cual. Todo se va integrando,
todo se va amando, todo se va alineando e integrando, lo oculto pasa a la
superficie, las sombras se iluminan y la “Vuelta a Casa” se realiza. Es una
experiencia que cada uno ha de vivir por sí mismo, un camino que todos debemos
más pronto o más tarde transitar. Por ahí pasa la evolución de nuestro ser.
Primer día de Darshan. (14 de Septiembre, 2012)
Me
encuentro sentado en silencio, en la inmensa sala bien iluminada del igualmente
inmenso edificio, a mi izquierda Lola, junto a otras aproximadamente 300
personas venidas de distintos lugares de Europa, las hay también de América,
incluso de Asia…, a mi derecha hay una persona de raza negra; gente joven y
adulta, de toda condición y nivel, profesión o estudios, algún anciano e
incluso niños, gente de la llamada Nueva Era y gente sencilla, gente variopinta
llegados todos de puntos muy alejados del globo; antes de entrar los hemos oído
hablar en alemán, inglés, francés..
A
las siete en punto todos nos ponemos de pie, aparece entonces por el fondo,
desde una puerta situada al final del largo pasillo de sillas, Madre Meera, tan
pequeña, tan grande; pasa junto a mi como un viento suave y poderoso que
llegara desde el centro mismo del universo. Ella en sí es un ciclón de Silencio,
en realidad no pasa ella, sino ese majestuoso silencio, el Misterio de una
Presencia de la que es humilde testigo el sari que viste su cuerpo;
difícilmente se puede quedar uno con el aspecto externo. Al mirarla uno se da
cuenta enseguida de que está ante lo que se oculta detrás de nuestro propio
mirar, lo que sostiene a lo contemplado. Eso mismo en sí te transforma, y uno
percibe que en adelante ya nada será igual.
Madre Meera se
sienta en un sillón sobre una pequeña tarima por donde iremos desfilando cada
uno de los allí presentes, la ves ajena, totalmente distante de todo cuanto no
sea el mundo del alma, siempre el mismo gesto, la misma mirada. Uno la intuye
en ese mismo Misterio al que hemos aludido que no es una incógnita vaga sino el
mismo Peso de Lo Real Divino mostrándosenos. “La Madre que lo ve todo y el
niño que está en la cuna”.
Las dos horas
que dura el Darshan permanece igual de inalterable y relajada, sin muestra
alguna de cansancio; a todos recibe de la misma manera, con igual intensidad,
dedicación y entrega, sin ningún gesto nuevo ni cambio en su semblante que
trasluzca alguna clase de preferencia, emoción o simpatía por la cual el ego de
alguien se sienta señalado; te das cuenta enseguida de que ella no ve cuerpos,
ante todos ellos, sean de niños, adultos o ancianos, saludables y bellos o
decrépitos y mermados por la huella del tiempo, manifiesta una palpable y llamativa
indiferencia, ella está con nuestras almas.
Pero
mi cabeza ahora, por momentos, no deja de pensar y parlotear. Aparecen el
escéptico y el que no siente nada, el que duda…; pero yo no trato de ocultarme
nada y me dejo ser y estar así como parte de mi realidad que debe de aflorar;
pasan entonces por mi mente mis muchos personajes, esas máscaras y trajes,
defensas en definitiva, tras los cuales se esconde el temor a no ser querido
ni valorado si me muestro como soy,
surge en toda su crudeza mi mente separada y me comparo con muchos de los que
veo allí, me veo tan terrícola, tan prosaico, tan humano…; mis historias, mis
envidias, todo parece que se haya convocado para esta ocasión. En cambio, algo
en mi me dice que es perfecto lo que me está pasando, que no debo de apartar
nada.
¿Devoción?, ¿Dónde está entonces la actitud
mística y amorosa de otro tiempo?...Pero yo estoy allí, muy presente, muy
entero. Yo no soy mis pensamientos, ninguno de ellos, ni siquiera ninguna de
mis acciones pasadas, presentes o futuras. ¿Qué otra cosa me ha llevado aquí
sino el corazón, es decir el amor a lo más grande y a lo más hermoso, a Lo
Divino en sí? Creo profundamente en el Misterio que palpita dentro de mi, que
me seduce y me toca, pero también al que a su vez busco reflejado fuera,
precisamente, ahora, en Madre Meera, cuyo ser me lo pone delante, muy cerca,
potenciado y multiplicado, y me lo enseña, señalándolo precisamente en mi
corazón expandido que se sabe así igualmente Misterio.
Yo
quiero mostrarme con mi verdad y con mis falsedades, con mis certezas y mis
contradicciones, que salga lo que tenga que salir, no quiero disfrazar nada…Toca
mi turno, me levanto y me coloco en una fila de unas veinte personas que
lentamente nos vamos acercando hasta donde Madre está. Hay una emoción
expectante en mi interior. A sus pies nos arrodillamos, pero sólo por una
cuestión práctica, porque es la única manera de que pueda tomar con sus manos
nuestra cabeza; ya estoy, pues, arrodillado y con la cabeza inclinada que ella
toma delicadamente con sus manos, unas manos delgadas, finas, que casi se
transparentan…Yo estoy relajado, sin hacer esfuerzo alguno porque no tengo que
mostrar ni demostrar nada, sencillamente me he entregado como un niño en sus
brazos. Ella sabe; yo sé que sabe. Madre dice que cuando ella sostiene nuestra
cabeza está deshaciendo nudos y removiendo los obstáculos que dificultan u
obstruyen nuestra práctica espiritual y desarrollo interior.
Mi
alma intemporal en otro plano distinto del que se halla mi cuerpo, lo que de
verdad soy tan presente, la historia de un alma mostrándose aquí y ahora a
quien la puede ver; estoy desnudo con todos los eones de existencia en los que
he sido. Mi personalidad terrestre quedó muy atrás, muy lejos, siendo apenas
una mota de polvo en el desplegar de mi ser. ¿Quién soy yo entonces?, ¿quién la
mira a Madre Meera que me está mirando?, la infinidad de vidas que he vivido se
agolpan con sus cicatrices, sus empeños y su necesidad de ser. Todo se está
dando más allá de los ojos de Madre y más allá de mis ojos, unos y otros son
apenas puertas hacia el Misterio.
Pasados unos
segundos y tras levantar la cabeza otra vez mis ojos se hallan frente a los
suyos. Sus ojos son como un ventanal hacia el corazón del Amor supremo; un
cúmulo de galaxias y de estrellas diciéndote que eres amado. Estoy enteramente
abierto, dejando que su infinita, profunda, cálida y acogedora mirada penetre y
vea todo mi interior, y por lo tanto donde ella pueda ayudarme y darme salud y
poder. Luego, me dirijo de nuevo a la silla; sé que algo ha pasado, lo siento,
cierro los ojos, mi cabeza ya no piensa; el lugar de las dudas y de los
parloteos mentales ha sido desplazado por una sutil energía de luz y de dicha
que desciende sobre mi cabeza y mis hombros a la vez que se expande en mi
corazón; es también como si las energías de mi propio cuerpo se estuviesen
reordenando…
Todos estamos
en silencio; han pasado dos horas, diríase que siglos, desde que nos sentamos
en la sala y la última persona en llegar hasta ella también se ha sentado.
Ahora, Madre Meera se quedado en su sillón varios minutos con los ojos cerrados
y uno percibe como si ella con un manto intangible de amor estuviese llegando
al corazón de cada uno de los que allí estamos, acercándose de tu a tu a cada
alma que se encuentra dichosamente con ella.
Segundo día. (16 de Septiembre)
Llega
M.M., leve, muy leve, y nos levantamos respetuosamente, callados; la pequeñez
casi insignificante de su cuerpo contrasta con la enormidad de su Silencio, un
silencio que es como un inmenso vacío lleno, lleno de todo lo que uno sabe que
se esconde detrás de nuestros infinitos anhelos; silencio que diríase que se
puede tocar, palpar y sentir, un silencio que lo penetra todo y que te roza
haciéndose notar al pasar por tu lado. Silencio inasible, inabarcable,
indefinible.
Madre
camina por medio del pasillo de sillas que ocupamos nosotros, anda con el
esfuerzo justo que se necesita para llevar su sari. Parece que esté pero no
está; te llega muy ajena a todo cuanto no es y te acerca a su mundo sin
pretenderlo, tan sólo con el arrastre de su Presencia que todo lo atrae hacia
sí, como un agujero negro. Nuestras almas la reconocen más allá de cualquier
comprensión humana.
Se
sienta en su sillón, y mi mirada se vuelve hacia ella que ocupa su sitio
perfectamente encajada en el Universo, con un aplomo que paraliza el tiempo y
hace que todo en su entorno se quede callado y quieto. Medito con los ojos
cerrados, aunque pronto me surge el impulso de volverla a mirar tratando de
absorber para mi ese extraño Poder que en nada te deja indiferente, un Poder
que no relacionas con algo externo propio de la personalidad, apariencias, su
cuerpo o en general su ego, ¿es que ves su ego por alguna parte?, no percibes
tal cosa, sino el Fondo del Ser mismo, su esencia haciéndose presente y
asequible para cada uno de nosotros. Esa presencia misteriosa de lo que no se
ve con los ojos de la carne es la que hace que te inclines y te rindas ante la
rotundidad de su Fuerza y Belleza manifiestas. No es cosa de creencias, las
hemos traspasado y dejado casi del todo de lado, sino de impactos, energías,
presencia. Es lo real lo que te toca.
He
dicho belleza, sí, una belleza extraña la de esta mujer de cuerpo diminuto y en
nada sujeto a las estéticas y arreglos que por lo general forman parte de las
mujeres de nuestro tiempo. Su belleza cautiva, no por estar hecha de cánones
humanos ni de simetrías o formas que se impongan de manera alguna, no, nada de
eso, su belleza es la belleza de la
Bondad , el Amor, el Saber y la Fuerza intemporales que
anidan en el corazón de todo ser, en un niño, una planta, una montaña o un
universo. Y eso te conmueve y, como decía antes, te arrastra. De Madre Meera no
se perciben sus años, ni su cuerpo, ni su ropa, ni su cultura, ni sus hábitos,
ni su cotidianeidad, que en un nivel los tiene y claro que te das cuenta, sino
que es su Ser el que continuamente te llega y en el que te encuentras.
Me
quedo en silencio y me dejo bañar por oleadas de alegría y de gracia. Yo no
hago ni pido ahora nada, me limito a estar, sin pretensión alguna. Ella sí
sabe, y yo me dejo, igual como el enfermo cuando va al médico, me pongo en sus
manos, no le pongo condiciones, me ve y hace lo que tiene que hacer, lo está
haciendo, me fío absolutamente, la creo. No se trata de una fe ciega, ni del
fanático que sigue una bandera, sino la del impulso que nace del corazón que
reconoce, comprende, se entera de aquello
a lo que la razón no llega y finalmente se entrega. Es un acto de ser a
ser, no de pensamiento a pensamiento.
Aquí
y ahora mejorar, cambiar o quitar aspectos de mi ego no me importa, me da
sencillamente igual, estar cansado, aburrido, triste, alegre o de cualquier
otra forma en nada va a condicionar lo que está sucediendo, lo que sucederá
como consecuencia del encuentro entre Madre y yo, convencido como estoy de que
el nivel del trabajo entre ella y nosotros no es superficial sino profundo, en
el plano en el que todo se gesta, que es en el de la conciencia-energía de la
misma alma, allí donde sin dudarlo mi ser se halla plenamente entregado y
rendido; por eso, ahora, sólo confío en la actividad del proceso y en su
dinamismo. Eso me llena de contento.
Ya
ha llegado el instante en que me he de levantar y ponerme en la fila para ir
hasta M.M. Me acuerdo de la imagen del niño correteando, jugando sin
preocuparse por otra cosa que no sea su mismo juego, ni siquiera ha de tener el
pensamiento puesto en su madre, a ella ya la da por supuesto, como también el
que va a recibir de ella cuanto necesite y le pida. Esa como indiferencia calculada es la que me
acompaña. Ya estoy a sus pies, me inclino, toma mi cabeza entre sus manos, me
siento muy bien, mi cabeza descansa, y levanto mis ojos hasta los suyos de
mirada insondable como un océano de luz, de amor y de gracia, siento que me
acoge sin reservas, que me dice un sí sin fisuras a todo cuanto yo soy, sin
ninguna crítica, sin cuestionarme nada, sin ponerme peros, me sé totalmente
amado y reconocido sin necesidad de mejorar ni tener que hacer mérito alguno,
así como soy es como soy querido.
Alegría
de nuevo, una alegría de procedencia indefinida porque sale de dentro y de
fuera, de todas partes desde donde yo soy y me percibo. Me acompaña la certeza
de que los nudos, las sombras y cualquier obstáculo se irán deshaciendo, sin
esfuerzo, sin lucha ni tensión alguna, sólo viviendo, existiendo, siguiendo el
movimiento de mi propio ser en mi vida, en este mundo, donde sea que surja, en
todo aquello que se presente.
Me
siento de nuevo y dejo que la gracia llueva su fina luz de amor sobre mis hombros,
disfruto de este momento en que los pensamientos se han retirado, este momento
en que el toque divino lo hace todo. Madre se levanta, de nuevo va a pasar por
mi lado y yo corro por dentro hacia ella antes de que pase de largo, le digo
que soy yo, el de siempre, aquel que ella conoce de sobra desde toda la
eternidad, y entonces veo que me sonríe y yo al ver su gesto me lleno de
alegría y grito “¡ha sido ella, sí, me ha reconocido!”.
Tercero
y último día. (16 de septiembre)
¿Quién
es esa figura de mujer pequeña y apariencia frágil que pasa ahora junto a mi?
Es el “viento” que la lleva lo que de su identidad me llega, el vacío tan lleno
que queda cuando se prescinde de todo pensamiento, materia y forma. Ella para
mi es, sobre todo, la parte oculta que el iceberg esconde, no porque no esté
presente, que lo está siempre, sino porque nuestra mirada viciada y atrapada
por el poder de los sentidos ha mediatizado cualquier otra forma de percibir.
Pero, con todo, uno atisba oleadas de Realidad más reales que la realidad
misma, y en las que el existir no es constreñido por esta idea pequeña que se
tiene de lo que es la cuotidiana existencia.
Ella
es el aire fresco de la única Fuente que me alimenta, el murmullo de mi ser que
en sus ojos se encuentra. Y esto es lo que me recuerda el verla, aunque mi
recuerdo aún esté teñido de muchos lastres de olvido. “Como el ciervo que a la fuente de agua fresca va veloz”, que decía el Salmo, así parece que va uno, a
tientas muchas veces, aunque sutilmente conducido casi siempre por un profundo
y extraño saber, hasta la cálida y amorosa Realidad misma. ¿No es esto acaso lo
que está ocurriendo?, ¿por qué admiro y me quedo impactado, boquiabierto tal
vez, ante esta mujer tan discreta que casi ni se nota al pasar?, ¿proyecta uno
sólo sus deseos o acaso recuerda más bien?, y si es así, ¿qué recordamos?, ¿por
qué se conmueve uno y se desplaza de su tierra unos mil quinientos kilómetros
sólo por estar unos ratos con ella?. “Como
el ciervo que a la fuente de agua fresca va veloz, los anhelos de mi alma van
en pos de Ti, Señor”. Es verdad, es así, no puede ser de otro modo.
Ya
estoy de nuevo ante ella, arrodillado, mientras toma por tercera vez durante
estos días mi cabeza que levanta suavemente, pues con mi deseo profundo de
reverencia y entrega hoy yo la había inclinado demasiado. Noto su energía, me
siento muy bien, no me movería de donde estoy si por mi fuera, pero un suave
movimiento de sus manos hace que de nuevo alce mi cabeza y sitúe mis ojos ante
los suyos; no son unos ojos lo que tengo delante es el amor mismo, es el Cosmos
acogiéndome, el Universo entero haciéndome sentir que yo jamás he salido de
allí, que soy eso y que cualquier idea sobre mi es sólo una idea, algo muy
pequeño e irreal. No tengo que defenderme ni protegerme de nada ante esa mirada
sin pensamientos, ante ese mirar sin barreras ni aristas, sin expectativas ni
condiciones. Es la ola la que está ante el Océano, y al saber esto mi cuerpo se
deshace y mis personajes se derriten, no hacen falta para nada; entonces mi
alma se libera un poco más y extiende sus alas de alegría para volar con ella, la Madre , el Amor Divino que
todo lo incluye.
“Haz
lo que quieras, hoy no te pido nada, todo lo he dejado en tus manos” digo sin
hablar, pronuncio sin pensar. Estoy en el mejor sitio a donde podría ir y donde
me podría encontrar. Me levanto y voy de nuevo a mi silla, cierro los ojos, mi
mente está muy tranquila y los sentidos físicos se retraen, retroceden cada vez
más hasta quedar muy lejos de mi conciencia, casi imperceptibles, para alguien
que me mirase por fuera estaría profundamente dormido, pero no, estoy
despierto, muy despierto, de modo que sólo el mirar y la atención desnuda lo
van ocupando todo, me adentro sin esfuerzo alguno, sin pretenderlo y de manera
natural más y más en ese estado, en ese espacio. Me siento muy bien…, poco a
poco voy abriendo los ojos y de nuevo veo a Madre sentada, ya han pasado todos.
Ella en su sitial inmóvil, silenciosa, sin haber salido ni un instante del Ser
Real en el que todo danza, y nosotros, yo mismo, fluctuando aún entre lo que
cambia y el Misterio, entre el anhelo y mi verdadero ser, entre el recuerdo de
lo que soy y el olvido que me acompaña.
Ahora
Madre Meera se levanta y vuelve a dirigirse de nuevo por el pasillo entre las
sillas hacia la puerta de salida. Otra vez pasa por mi lado al tiempo que me
llega el encanto cautivador de la verdad que yo soy en el Silencio que ella me
muestra. No me quedo solo, Ella, que es mi Alma, el Alma de mi ser, va conmigo
para siempre, a donde quiera que vaya, en donde quiera que esté, sea lo que sea
lo que haga allí me encontraré con Ella, porque la Madre Divina lo ocupa todo, se
halla en cualquier punto de la realidad interna o externa, sutil y espiritual o
material y manifiesta.
Cuando
esto lo has visto y experimentado dejas ya de estar separado o aislado para
siempre; el contacto se ha realizado en el único punto en donde se puede de
verdad establecer que es en el corazón de la Conciencia-Amor -Energía,
nuestra verdadera identidad.
Salimos
Lola y yo del recinto y descendemos ya muy entrada la noche, bajo las
estrellas, por la colina que separa Shamburg de Balduinstein. Mi linterna
enfoca a un ratoncito que busca comida entre la hierba, da un pequeño salto y
se esconde. Andamos tranquilamente hasta la bonita casa que nos ha dado cobijo
estos días. Nada ha terminado, al contrario, nos hallamos al principio de la
historia, en realidad todo se está haciendo porque Lo Divino está penetrando en
nosotros y materializando su labor constante, el Darshan en realidad se
prolonga y viene con nosotros. Lo empezado, la obra buena, se irá completando
allí donde estemos, en nuestras casas, en el trabajo, en cualquier tiempo,
circunstancia y lugar, y nos iremos viendo un poquitín más despiertos y también
más centrados en el regazo confortable y seguro del Universo del que jamás
hemos salido, del que nunca saldremos, en ese nuestro constante crear y ser,
cada cual a su manera, por el camino que hayamos decidido tomar, sabiendo que “todos los caminos llevan al mismo fín, que
es, realizar la Divinidad ”
(Answuers, part I).