viernes, 27 de diciembre de 2019

MIS VERDADES ESENCIALES.

Estamos a punto de empezar un nuevo año, 2020. Buen momento, pues, para hacer un pequeño alto en el camino, que quiero aprovechar para decir y compartir uno de los bienes más preciados, si no el que más, que se tiene en la propia "mochila": las propias verdades.
Lo hago, porque sé que nuestro mundo es expresión de la suma y confluencia de todas ellas: la tuya, la mía, la de todos.
Cuanto más elevadas, limpias y luminosas sean aquellas, más elevado, limpio y luminoso será este mundo, la realidad en que vivimos y que también construimos, creamos.
Sean, por lo tanto, esas, mis verdades, mi pequeña ofrenda, el fruto de mi cosecha, la expresión de una vida que se va viviendo y sintiendo cada vez más dentro y desde dentro de ella misma: la Vida, la Vida Una.
Estas son, más o menos:

 1ª.- Todo es La Realidad Una, la esencia, fondo y origen de todo. Ese Todo es Dios. Fuera de lo cual nada es, nada existe, ni en potencia ni en acto.
2ª.-No existe ningún Dios separado o fuera de ti, de mi, de nada, de nadie.
3ª.-Dios, o como se le quiera llamar,  es el ser de todo y, por to tanto, todo son expresiones y modos         del ser de Dios.
4ª. Si quieres resonar, experimentar y sentir a Dios ve más allá de tu mente, déjala fuera y déjate               inundar por Lo Que Es. Sabrás de lo que hablo.
5ª.-Tú, tu ser, no tus pensamientos, son Dios en ti, no lo busques, pues, fuera de ti, en nada ni en               nadie, a no ser que que también en el afuera de ti puedas igualmente sentir, contemplar, encontrar       y experimentar a Dios. Porque más allá de ti mismo, también te encuentras tú.
6ª. Todas las religiones son creaciones humanas y en ese sentido todas son falsas si lo que pretenden es arrogarse la representación, la voz, la autoridad, la verdad, el sentir o el poder de Dios. Y los que se presentan como sus mensajeros, puentes o canales sólo representan sus propias creencias, intereses, y en el peor de los casos sus egoísmos o locuras, aunque se vistan bajo capa de religiosidad.
7ª.-La idea de pecado y su consecuencia, la culpa, es un invento de las religiones y de los poderes
      que la sostienen para dominar y controlar a los seres humanos.
8ª.-Nadie nos juzga ni nos juzgará jamás, como almas, de nuestros actos, sólo nosotros desde nuestro       corazón y en él veremos cada vez formas más elevadas y mejores de amar, obrar y crear. Y así es         como crecemos en amor, sabiduría y bondad.
9ª.-La verdadera moral es aquella que se asienta en nuestro corazón donde reside el sentir del alma,         de nuestro ser. Quien esto sigue no hace daño a nadie, sino que busca siempre el bien propio y el         de los demás.
10ª.-Nadie hace más que aquello que puede y sabe hacer. Y por eso nadie es mejor ni peor que nadie.         Este es el fundamento del verdadero perdón: que reconoce la inocencia de los demás. (Esto no             significa, ni mucho menos, que cada uno pueda hacer lo que le de la gana).
11ª.- La verdadera espiritualidad lo que pretende es la reconexión-recuerdo (una vez que lo hemos             olvidado) con el espíritu ( Dios o ser) que  somos, con nuestra identidad real, con nuestra alma,            con nuestro ser.
12ª.- No hay uno sino infinitos universos y todo ellos habitados. La mayor o menos conciencia y             creatividad de lo que somos es lo que marca las diferencias de nivel o de desarrollo evolutivo de         unos y de otros, y el modo en que nos expresamos y vivimos.
13ª.-El límite de nuestro crecimiento, desarrollo, creatividad y evolución es el infinito.
14ª.- Hemos nacido del Uno, en ese sentido somos "chispas del Uno o chispas divinas", Pero nadie              ha salido, ni se encuentra (no es posible) "fuera" del Uno.
15ª. La muerte es una gran mentira, porque nadie muere, porque no somos nuestro cuerpo. Al soltar           el cuerpo nos vemos enseguida libres, mejor que nunca, llenos de pura vida. Y la vida continúa,           porque nuestra alma, lo que somos, es inmortal, y nuestro Camino Infinito.
16ª.- Nuestra esencia es gozo-felicidad-amor, inteligencia-sabiduría, energía-fuerza-poder que son             las cualidades reales de nuestro ser: la Conciencia que somos. Vivirlo es el argumento que                 llena  de contenido a nuestro propósito como seres encarnados. Y eso es el verdadero sentido de         nuestra existencia.
17ª.- Este es el Camino hacia nuestro Despertar: el rostro interno de la verdadera espiritualidad. El             significado de toda iluminación.
18ª.- Cree en tu intuición, sigue siempre a tu corazón. Sean estos tus verdaderos y definitivos                      maestros, la verdadera piedra de toque para saber cual es la verdad, la única digna de ser                      considerada: la Verdad en Ti.

       Con mis mejores deseos para todos.

domingo, 14 de abril de 2019

“Aquí estoy porque he venido”. Comprendiendo nuestra vida presente a la luz del hilo conductor que une, y sin necesidad de forzar nada, vida actual con vida(s) pasada(s).


Cuando me paro, y miro con atención lo vivido, veo el río de vida por el que todo ha ido transcurriendo, entonces descubro algo que va tomando forma, como si fuese el sustrato anterior del que todo hubiese salido, con imágenes que se desfiguran, que se me muestran huidizas, esquivas, de tal modo que no consigo detenerlas ni atraparlas, son como destellos de mí mismo, parte de mi memoria olvidada, susurros de mi eternidad, pero a los que no quiero cogerme demasiado, tal vez por el miedo que tengo de que sean un constructo mental, una suposición, imaginaciones mías, sólo eso, y fruto en cualquier caso de pensamientos e ideas que sobre mi he hecho. No, no quiero elaborar falsas historias sobre un pasado anterior de  mi existencia, cierto, aunque eso no quita veracidad, no la pude quitar al hecho de que cierta clase de sensaciones y representaciones, visiones entrecortadas,  acompañadas de tendencias, hábitos, líneas de actuación, incluso oficios y tipos de dedicación, además del modo en que lo viví todo ello, tanto a nivel psicológico, como social y hasta religioso, se me vengan casi sin querer a la mente. Y esto, que para mí sí tiene ciertos rasgos de veracidad, no lo puedo despreciar sin más, menos aún cuando me ayuda, sin que yo lo pretenda y hasta de forma natural, como así sucede, a comprender la raíz, el arranque, el modo, el cómo y por qué desde niño y contando con todas mis circunstancias familiares, sociales, económicas, etc…fui viviendo, orientando, buscando y hacia donde el objetivo y el propósito real de mi vida, conformando todo el amplio y complejo tapiz de mi existencia.
Sucede, que al contemplar fragmentos de mi vida con el interés de comprenderlos, la visión se alarga y ella misma va incluyendo sucesos y fragmentos anteriores unidos unos a otros, y así cada vez más, de forma que la visión te va retrotrayiendo hacia atrás, uniendo efectos y causas, mitad por razones kármicas, y mitad por pura coherencia lógica, y es así como afloran, emergen y sin forzar nada se me muestran perfiles que, cada vez con mayor nitidez, encajarían, de hecho encajan como anillo al dedo, entre lo que bien podrían ser  mis ascendientes, los de la anterior vida con esta, haciendo válida así la clásica frase zarzuelera, tan expresiva como significativa, del “aquí estoy porque he venido”.
Tengo la sensación, válida evidentemente para mi, al menos mientras no me demuestre lo contrario, y para lo que estoy siempre abierto, de que no debo de ir muy desencaminado en mis apreciaciones, al menos si no en lo anecdótico, que eso hasta lo podría considerar secundario, de hecho así lo tomo, sí en lo sustancial. Porque lo que hace que tenga una certeza, relativa al menos, de lo que digo, no diré, por lo tanto, que absoluta, es el haber visto, pues realmente se ve, cómo se ha ido formando, y naciendo más bien, el hilo conductor, piedra sobre piedra, en series muchas veces repetidas de decisión, acción, resultado, comprensión, superación, y dentro de un enlazado perfecto de hechos, personas y circunstancias que se van concatenando e interrelacionadas todas ellas entre sí, en esta presente vida, a la que sí puedo con detenimiento, y sin necesidad de elucubrar, ni de fantasear, simplemente constatando, valorando y sopesando, descubrir en su lógico desarrollo, como desplegándose, un guión inmensamente coherente, con sus claros mecanismos evolutivos en una dinámica general con sentido. Y ello se puede ver, no sólo a un nivel externo, que también , en lo que de hecho es más que nada escenario, medio e instrumento para nuestra alma, sino sobre todo en lo que esta, en él, ha ido experimentando, aprendiendo y desarrollando a todas luces siguiendo un fin, con significado y sentido internos. Pues bien, es esto último precisamente lo que me ha llevado, nos lleva, de algún modo a un ver o entrever, presentir y sentir movimientos, escenas y personajes que anteceden a los que en esta vida se dan.
Recalcando, que cuando digo ver quiero decir percibir sin necesidad de videncias especiales o de facultades paranormales, las cuales yo en principio no tengo; a no ser, y esto para mí no es algo irrelevante ni a obviar a la ligera, que justamente ese hecho mismo de mirar y mirar, con ganas evidentemente de ver, conocer y comprender,  ahondando en las aristas, relieves, repliegues y arrugas de lo observado, nos esté abriendo, nos abre como yo así lo creo y constato, cada vez con mayor evidencia y convencimiento, una ventana sutil, o, mejor, una ampliación del segmento de lo que nuestra visión abarca, trayendo de este modo a nuestra conciencia, no de forma inmediata pero sí lenta y progresivamente,  realidades que habiéndose vividas y siendo propias de nuestra pasada o pasadas existencias ahora  podemos ver cómo se precipitan, tal como si fueran olas -antecedentes lo son-, sobre la extensa “playa” que forman el  argumento, temas, anhelos, alegrías y sufrimientos, motivaciones, rechazos y atracciones, de esta vida actual, dando así continuidad lógica y natural al movimiento global de la Vida, de nuestra vida, dentro de la cual se engarzan, como si fueran perlas de un collar, unas y otras, las de “entonces” y las de ahora. De tal modo, que, ahora, muchas de las cosas que quedaron pendientes, inacabadas, descompensadas por la fuerza, el error tal vez, la ceguera y la dualidad del ego, puedan ser, en nueva y querida oportunidad, solucionadas, sanadas, liquidadas, integradas y trascendidas, o también para que contemplándolas en su trasluz y en el corazón de ellas podamos sentir ese rescoldo o fuego incipiente que nos trajo finalmente a asumir el propósito maravilloso de nuevas metas por alcanzar, así como esa misión nuestra, la más importante de cada uno, que como almas tenemos, de despertar a nuestro verdadero ser, a la luz y el amor que somos, para desde allí desarrollar y realizar plasmándolo en infinidad de formas, mundos y circunstancias su inabarcable potencial.



jueves, 4 de abril de 2019

Dichoso anhelo que inflama nuestro corazón


Extranjeros en la Tierra, vacíos de nosotros mismos, huérfanos de nuestra identidad real, ¡cuántas veces nos hemos sentido así!, y ¿qué, sino eso nos ha convertido en sedientos, insaciables buscadores? Buscadores sí, de algo presentido, de un Poder y una Fuerza que, no por desconocidos en su rostro, dejamos de experimentar y sentir, pues son ellos los que nos llevan, los que nos absorben y arrastran. Lo sabemos, lo sabemos con una extraña certeza, porque el anhelo profundo que hay en nuestros corazones, no obstante su vaguedad sutil, lleva la impronta inconfundible para el alma de su Sonora Huella. Y, ¡cómo se siente el rumor de Lo Buscado!

Mientras tanto, desasosiego, y, cómo no nostalgia más que tristeza, pero, en cualquier caso, sufrimiento es lo que el alma experimenta por el “doloroso clamor” aún sin respuesta por lo que todo aquello significa (la Plenitud soñada).  Vivir así es el pago por el descenso a la Tierra, por el olvido y la pérdida, aunque también por paradójico que resulte es el signo inequívoco de nuestra inconfundible Grandeza, que no se conforma con la beatitud inconsciente ni con la felicidad sin nombre (la que de una existencia sin un Yo Soy).

Por fortuna, en este Ahora de nuestro vivir, ya el peso del tiempo y de la historia se ha acumulado sobradamente en nuestra vieja memoria, y los infinitos rostros de sus incontables personajes recorriendo capas y capas de experiencias nos muestran, inconfundible, el agotamiento de sus superficiales, aunque necesarias, andanzas, y  cuyo resultado final nos ha empujado a un desierto de sequedad que ya ningún nuevo esfuerzo, ni lucha, ni aventura mental o física, pueden revivir, pues agotados, exhaustos, están todos nuestros recursos.

Y, ahora, sólo nos cabe esperar, esperar la Gracia, algo no “nuestro”, algo que sólo nos puede sorprender “desde arriba” y una vez que nos hemos adentrado, abierto, a y por los caminos del ser. Así pues, como aquellas “vírgenes prudentes” (símbolo del vaciamiento) nos asomamos al alba de este Nuevo Día que con su suave cercanía nos alumbra y acaricia, así, dejando en nuestra frente su  suave e inconfundible luz dorada; Tenemos la lámpara de nuestro corazón encendida, estamos preparados y alerta, pues…, ¡ay!, que ya llega el Esposo, ¡ay!, que ya asoma, ¿o es que no oís sus pasos?, escuchad, mirad, que ya está ahí,..,que ya viene...Y nuestra alma se engranda y se engranda, el Infinito nos abraza.



viernes, 22 de marzo de 2019

De la oscuridad a la luz y al despertar (O la salida de la densidad de la muerte y la materia)


En principio, el Todo Uno, el Eterno Ahora, Lo Que Es, inmanifiesto en su calma e inamovible esencia, aunque simultaneamente manifestación, como existencia de la totalidad de sí; extraña paradoja esta, sólo asimilable en Aquello que, Siendo Todo Absoluto, a la vez es Vacío, pura Nada, puesto que ningún “algo” contiene lo que sólo como Absoluto se concibe.  

Pero, no hay duda, es cierto que desde una superpuesta perspectiva de sí, ese Todo, el Inmovil, el que no puede ir a sitio ni momento alguno por ser y estar en todos a la vez, sí que puede ser visto y experimentado, nueva paradoja, como un Algo fuera de sí. Y a ese fuera de sí es a lo que le llamamos “creación”. Creación desde lo que se es, única materia prima original –no hay otra- su Ser: Amor, Inteligencia y Potencia, o Voluntad, Luz y Acción. Espíritu densificado eso también es creación.

Dicho de otro modo: antes de que nada fuera, Dios en cuanto inmanifiesto “duerme”, o sea, es como Océano de Eternidad en Calma, “apacible nada”, pero en cambio, en cuanto olas en movimiento es manifestación, y eso para lo que es Sabiduría y Amor sin fin significa Idea, Pensamiento, es decir: Plan, del que su primer gesto hacia fuera es la Materia, forma o expresión condensada de lo que Es. No podía ser de otro modo lo creado más que el Ser del Uno expresado, manifiesto, extrovertido, expuesto, y por ser Uno universificado, esto es, como Universo.

El modo, el cómo y hacia donde lo determina el “Plan”, que por la inteligencia que lo anima es Intencional. Hay un punto de partida, unos pasos y un despliegue. Para empezar, aparentemente y de salida, siempre en apariencia, sin amor, sin inteligencia, sin energía, en lo que es la no-luz más absoluta, la nada del ser, o sea, la Noche del Alma-Dios convertida en oscura (nuevamente en apariencia) materia, la vida silenciada, absolutamente dormida, salvos pequeños gestos de energía y ocultas formas, pero cubiertas por un manto negro de inconsciencia. Realmente todo como juego, un como sí, aunque visto desde el fuera del Inmanifiesto absolutamente real y verdadero. Inicial densidad absoluta, pues, de lo que es Luz Absoluta. Y el Plan se pone a funcionar.

Su guión y perfil lo percibimos: es el de un balanceo cósmico y a la vez, en ciertos tramos posteriormente emergentes, el del ser humano, también individual, en lo que es un ir de la nada al ser, de la muerte a la inmortalidad, de la tosca e inerte insignificancia a la Inmensidad, de la Tristeza sin sentido, al Puro Gozo y a la Risa en la plenitud de lo que es Felicidad-Amor.

Con un detalle crucial, se trata de un eje que todo lo vertebra: hay siempre un Testigo, una Presencia, el Ojo sin intervenir, siguiendo todo el desarrollo de la divina obra. Testigo, que es Conciencia Una, dosificando calculadamente, ser a ser, su participación en la trama, siendo ella el Gran Maestro, la que concentra en sí el Plan, la Obra, los Personajes y la Acción. En donde encontramos, primero caída, pérdida, “muerte” en un escenario inicial sin nombre, en el que la nada aún existiendo vive, sólo como “naturaleza muerta”, por doquier, experiencia material que pasado el tiempo ya no soporta desde dentro de sí su nadeidad tan grande, en la que un “aburrimiento a la deriva y sin límites”, de una cárcel a otra oscura, parece serlo todo. Y entonces la materia clama, en un clamor que nace desde su profunda alma, y llama sin nombrarla a la misma Vida, la que se transformó como dimensión de sí en materia.

Y, entonces, desde dentro mismo de la escena, la Vida Una, como gesto consustancial de la Conciencia, siempre vigilante y atenta a la oportunidad del momento, contando con una materia que ya en su materialidad estaba realizada y evolucionada, va a su rescate, para hacerla vivificar a través de expresiones que habían de surgir desde dentro de su materialidad, sin cortes.

Es el segundo movimiento del Plan, que implica junto a más vida (multiplicación creativa en infinitas variedades: plantas, animales) brotes germinales de inteligencia-conciencia y de voluntad-intencionalidad más claras, en un paulatino y sentido gozo de ser, pero esta vez como “seres vivos”. Aunque la densidad todavía se arrastre y cada paso anterior aún presentes en los nuevos continúen condicionando y pesando. Y así, mientras la obra dure en esta evolución conciencial e imparable en marcha.

No hemos de olvidar, no obstante, si de verdad queremos comprender los esfuerzos vacilantes, las luchas dolorosas y los aparentes “fracasos” de esta evolución y crecimiento, algo muy importante: que si se evoluciona, es  porque la involución aún existe; lógica incuestionable, cuando se conoce y comprende que toda esta Historia partió de un olvido de Lo que Se Es en el que nosotros como focos de conciencia quisimos participar, para regresar después, paso a paso, tramo a tramo a nuestra Luz inicial, en la Plena y dichosa conciencia de Ser.

Mientras tanto la inercia de la involución nos acompaña, fruto que como herencia queda, tal y como hemos dicho, del descenso al no-ser, lastre que frena y hace que se resista el movimiento ascendente hacia el Ser. De ahí el aliciente del juego y la raíz de la dualidad siempre presente, en la que Amor y Muerte se disputarán ya hasta el fin de la Obra, escena, propósito y  protagonismo.

Y en ese contexto, con esos presupuestos, un nuevo movimiento impactante de la Vida se abre paso, se trata de un brote espectacular y genuino en la rama del despliegue evolutivo de la conciencia: pues, por primera vez “Dios” se decide de nuevo a ser “Dios”, pero ahora ya de forma activa y consciente. Surge entonces la conciencia humana, focalizada aún en un yo empequeñecido, el cual, sin saberlo, decide, magno atrevimiento, asumir la descomunal tarea de vencer a Tánatos. David frente a Goliat, y la leyenda del rey Arturo prefiguradas. El ser humano-Teseo saliendo del laberinto para librarse al fin del minotauro de la ignorancia y del olvido.

Este será su principal guión, y nuestro papel en él la interpretación de un dios travestido de no-dios que ha de luchar contra la sombra de sí, que él mismo, ignorante de ser Luz-Sol, creó. Y mientras tanto, unas veces se llorará la pena de sentirse y creerse sombra, mientras que en otras se disfrutará la alegría de verse como dios. Una de cal y otra de arena. He aquí el sino de la evolución ascendente que sólo se conjura, “caída del caballo tras caída del caballo”, o lo que es lo mismo: despertar a despertar, y así, hasta desvelar definitivamente, tras romper el mito de la muerte, a nuestra identidad inmortal, o lo que es lo mismo, a nuestra divinidad. En un Alba que sus primeros rayos anuncian.

jueves, 7 de marzo de 2019

El sentido de lo que vivimos a la luz de las decisiones que tomamos al nacer.


¿Por qué vivimos cada cual lo que vivimos y en nuestro particular camino?, ¿no es extraño el modo tan diverso en que se reparten los papeles del vivir? De entrada, y a juzgar por lo que se ve en ellos, diríase que el Universo, la Vida o, llamémosle si queremos, simplemente Dios, es como menos injusto, caprichoso para ser suaves, y en el peor de los casos, pues los hay extremadamente complejos y dolorosos, hasta perverso, o al menos así lo parece.
Observamos a unos, que se ven muy privilegiados, con vidas confortables a otros, o naturalmente llevaderas, lo que ya es mucho si se compara con quienes se encuentran en las antípodas de todos ellos. ¿Qué misterio esconde esta diversidad?, ¿es un asunto de méritos, de inteligencia quizás, esfuerzo, bondad, maldad, casualidad, o de suerte…,por qué?,¿existe acaso, una lógica que a nuestra razón se escapa y que por eso no la vemos, un sentido oculto?, ¿ y, si tenemos que concluir con que todo se basa en la pura fatalidad, alguna clase de determinismo o simplemente un extraño e indescriptible absurdo?
Si se mira con detalle y profundidad una vida veremos que no es tan difícil descubrir en ella un hilo digamos que coherente, en torno al cual se desenvuelven y extienden actos, circunstancias y personajes que la refuerzan: ¡hay un guión!, pero detrás, muy detrás de lo que se muestra. Y al contemplarlo, detenidamente encontramos una flecha con significado que nos muestra desde donde viene y hacia donde se dirige, es decir, se evidencia con relativa claridad cierto encaje de todo, dificultades, condiciones, padres y un largo etc.
Pero esto no se ve a simple vista ni con una mirada superficial; para verlo, es preciso mirar con minuciosidad y ganas de ver, de comprender, huyendo, cómo no, de los planteamientos mecanicistas que desde el mundo del ego tenemos y hacemos sobre cómo deben de ser y son las cosas, o que juzga a las personas según sus apariencias y papeles. También hay que soltar el impulso casi instintivo de quedarnos con la interpretación simple o exclusiva de que para todo lo que nos sucede hay unos culpables fuera de nosotros a los que responsabilizar. Lo cierto es, que el guión se escribió incluso mucho antes de nacer y nosotros lo “redactamos”.
No se puede negar la existencia de aquellos que interpretan los peores papeles que tanto daño producen, están ahí, se pueden muchas veces hasta señalar, pero eso no significa que nos tenemos que quedar con esa visión materialista  de la vida según la cual las condiciones externas que unos u otros imponen es la que da el sentido y la interpretación real de lo que experimentamos y vivimos. El ignorante o el materialista no ve que todos somos cómplices, partes entrelazadas de una misma función, y que esta va más allá de lo que en apariencia representa, pues, a través de ella, sirviéndose de ella, el alma, nuestra alma, todas las almas aquí encarnadas están creciendo y, más aún, evolucionando, despertando y realizando decisiones profundas muy grandes, como la de encontrarse con su verdadero ser verdadero, su Yo superior.
Desde esta perspectiva, digamos que espiritual, la escasez, la abundancia, las limitaciones, las facilidades, las ausencias o presencias, los problemas y sufrimientos, todo, recobra pleno sentido y significado, pues es lo que previamente e incardinándonos en este complejo “teatro” decidimos experimentar y vivir en la Tierra. Es, por lo tanto, nuestra alma la que así lo quiso y decidió, para experimentar, desarrollar, realizar, crear y aprender, también, desde luego, para ayudar a otros en la misma tarea.
Las razones profundas que responden, pues, a todas las preguntas que nos hacíamos al principio, las encontraremos sólo si se tiene en cuenta el propósito y recorrido vital de cada alma, no al margen. Lo que no significa que nos tengamos que cruzar de brazos resignándonos ante el sufrimiento humano y sus causas externas, ante las que habrá que hacer lo que cada cual considere más adecuado, eficaz y justo. Pero, obviamente, todo esto sólo se puede ver, encajar, entender, afrontar y solucionar de manera integral, que es la mejor forma de resolver las cosas, cuando esta vida, nuestras vidas, las terrestres, son contempladas e interpretadas no sólo con los datos y elementos circunstanciales que ella superficialmente nos da, sino con la perspectiva y el encuadre que la voluntad de nuestras almas, su camino, coherencia y propósito, desde la vida celeste, o sea, antes de nacer, bajo nuestra responsabilidad asumimos y tomamos un maravilloso día.

El “Paraíso” soñado y anhelado.

           
Allí, en el fondo de todo corazón, siente uno que anida el recuerdo vago, indefinido pero real, de un Paraíso perdido, de cuya constancia es una clara muestra el impulso y el anhelo que a todo buscador acompaña. De ahí, que nuestra alma resuene y así nuestro interior vibre cada vez que alguien o un texto, como este de Savitri, nos acerca y muestra la imagen de una existencia plena, y libre por completo de ataduras y trabas, entre ellas, una de las peores, la del pensamiento, que, si se usa, debiera ser sólo como instrumento de un mero juego, donde el mismo saber –que es visión directa sin dualidad respecto a lo sabido- no precisa siquiera de ninguna mediación formal por estar, incluso, más allá de todo conocimiento.
Así se desprende de las hermosas y poéticas palabras de Sri Aurobindo (Savitri, libro II, canto III, 399 y stes.) cuando habla de un lugar en donde “estremeciéndose todavía con el gozo de la primera creación…reinaba allí un aliento de grandioso contento espontáneo, un afortunado transcurrir de los días en un aire tranquilo/ un flujo de amor y paz universales…/Un amplio orden espontáneo liberaba la voluntad, /aleteo a pleno sol del alma hacia la felicidad…”
Lejano recuerdo, pues, el que como un sueño aún nos acompaña y constantemente nos llama, sí, el recuerdo de una existencia paradisíaca, que allá en el fondo de nuestra alma se encuentra, y en la que se nos ve siendo “jóvenes corazones”, es decir vírgenes aún, “inocentes” (sin conocimientos que no sean los de la inmediatez del puro ser), más todavía, “impulsos instintivos” y por lo tanto irremediables e irresistibles, surgiendo, emanando del mismo Ser de Dios.  Hecho real, que, precisamente, nos dota con la capacidad del fuego original siempre presente en el corazón de nuestro ser, y del que aún no nos habíamos en conciencia separado, para derramar sobre el mundo y sobre toda nuestra existencia, vivificándolos,  el gozo, la felicidad, la belleza, el poder y la fuerza que como almas aún unidas a nuestra esencia naturalmente vivíamos.
            Este recuerdo es el que uno quiere recuperar ahora para sí, con el fin de vivirlo, transformados, y con él el fuego original, divino, el fuego olvidado de los dioses,  el que definitivamente deseamos arrebatar de las garras del olvido al que lo habíamos relegado por medio de tantos y tantos personajes en los que nos hemos perdido. Para ello, ojalá, y así sea, que ya nuestra sensibilidad interior despierte, libre de toda carga con que los ropajes de nuestros egos  aún ocultan hoy, y ocultaron un día, los prístinos corazones, aquellos que en el amanecer del Tiempo experimentaron por vez primera lo que era y es, ser Fuego, Luz, Amor, Poder y Dicha desnudos, sin fin, y que hoy reclamamos también para vivificar con ellos y elevarla a toda nuestra realidad y existencia.
            Esta es, en fin, la tarea, en que se resume de algún modo todo nuestro infinito, escalonado, ascendente y profundo, Camino Evolutivo de Realización y Despertar.  

lunes, 4 de marzo de 2019

El futuro en marcha de la nueva humanidad supramental


             Somos humanos, sí, pero ya en vías de trascender nuestra condición atada, apegada y exclusivamente ligada a las posibilidades que la razón y los sentidos con los que nos habíamos identificado señalan. Nuestra condición esencial es espiritual y la consciencia, no la materia, ni nuestro cerebro, la base real y fundamento de nuestra identidad eterna, a la vez que la fuente de nuestra inteligencia, sentir y poder. Esto trastoca todos los patrones anteriores en que nuestra humanidad se había basado, y asumirlo a la vez que experimentarlo, integrándolo en la nueva forma de percibir la realidad así como de plasmarla en todos los campos de nuestra existencia hace que nuestra evolución de un salto significativo. Estamos hablando, pues, de una Nueva Humanidad.
Seres como Sri Aurobindo en oriente o como Teilhard de Chardin al mismo tiempo en occidente así la sintieron y percibieron, y hoy filósofos de la talla de Ken Wilber o de físicos como Ervin Laszlo, Amit Goswami y otros más han ido profundizando en lo que ello significa al incorporar en nuestra cosmovisión, cada uno a su manera, el Espíritu, el Akasha, la Consciencia o el Punto Omega como la raíz que nos explica como seres y también la Fuente de nuestra transformación.
 Nuestro futuro es llegar a ser dioses y realizarlo. El espíritu que nos anima nos conduce de hecho hacia nuevas trascendencias que Aurobindo llamó supramentales, en que la energía, la fuerza, el amor y la conciencia de ser descendiendo del Corazón  de la Realidad -Lo Superior-, encarnarán en nuevas vidas,  ya no determinadas por mentes orientadas hacia la dualidad y la separatividad sino receptivas, sensibles y abiertas a nuevos horizontes integradores basados en la unidad que nace de nuestro universal ser común y divino, el fundamento de nuestro existir.
Nuevas almas despiertas, con ojos nuevos y miradas nuevas realizarán el cambio que irá dando paso a una realidad también nueva, dominada por el gozo y la sabiduría de ser, que aunará todas nuestras dimensiones psicofísicas y espirituales, de modo que ya no nos veremos como “animales racionales” como absúrdamente se nos ha inoculado y dicho hasta la saciedad que éramos, sino como verdaderos dioses autoconscientes de su ser, planetarios a la vez que cósmicos, universales y con una integración completa de nuestra identidad espiritual divina. En este contexto, las religiones dejarán de ser fundamentalistas, de modo que todas las que no atiendan a su dimensión universal y esencial por encima de sus diferencias, dogmas, dirigismos moralistas, control de los individuos y de sus particularismos culturales tenderán a desaparecer.

El “cuerpo” de las almas en el Hogar Celeste


           
¿Tienen cuerpo y forma los espíritus?, o, dicho de otra manera: ¿qué clase de cuerpo tenemos y con qué forma cuando existimos en el Hogar Celeste o mundo espiritual? Una cosa sí que tenemos clara ya, que como humanos y terrestres necesitamos de un cuerpo físico para comunicarnos y relacionarnos, para actuar, pensar, crear y vivir. Sabemos, además, que este cuerpo no es el único posible en su forma y características, ni universal, sino que se desarrolla, crece y adapta según las condiciones físicas de presión, gravedad, temperatura, etc., que en el planeta Tierra se dan para organismos como el nuestro. A nadie se le escapa tampoco que, si el cuerpo físico se deteriora, todo lo anterior peligra, y que en casos extremos como lo es el de la muerte deja de realizarse parcial o totalmente, de ahí su importancia.
            Siguiendo el paralelismo: ¿necesitan nuestras almas también y en ese sentido de un cuerpo, una vez que nuestra existencia se desenvuelve en el plano espiritual? Precisemos: nuestras almas son entes reales no virtuales, quiero decir que son concretas, además de individuales y con características propias en el modo de pensar, sentir y actuar, o sea, de conocer, amar y crear, aunque la esencia, es decir su ser divino, sea universal y común para todas las almas. Todo esto, a donde nos lleva es a afirmar que cada alma sí tiene una configuración espiritual única que la distingue de todas las demás, y que esa configuración da lugar a un constituyente energético o cuerpo espiritual que distingue a cada alma de las otras, aparte de ser el instrumento o medio a través del cual, y como lo hacemos en el plano terrestre, aunque ahora espiritual, vivimos y existimos.
            Obviamente, la forma y características del “cuerpo” de las almas no siguen ninguna de las condiciones que nuestro cuerpo físico por el hecho de ser terrestre tiene. Digamos, que nuestra intuición y sentir más íntimo lo que nos desvela es que la “luz áurea transparente y radiante” es la “materia” original de base, porque ella es, también a nuestro entender, la expresión inicial del corazón del ser, a partir de su constituyente nuclear que es el fuego divino, el cual para crear su estructura álmica así, como luz, se muestra.
Esta luz es la que le da a cada individuo, y en función de una banda muy ancha de tonalidades, intensidades y colores, que viene dada por la evolución en conciencia, sabiduría y amor de cada alma, su cuerpo-forma identitaria, forma que también se va matizando, perfilando y recreando según los pensamientos, intencionalidades y sentimientos de cada momento.
Digamos, por lo tanto, que en el mundo de los espíritus no hay ninguna “huella” espiritual idéntica, ni sus “cuerpos-formas” son realidades comunes, indiferenciadas o amorfas, sino todo lo contrario. Allí, las almas son ricas en variedad, calidad y expresión, pues infinitos son los tonos, matices y diferencias con que se expresa el amor, la alegría, el gozo, la felicidad, la sabiduría, la creatividad, el poder, y la acción, de quienes siendo siempre almas somos focos inagotables del potencial infinito de Dios. Como almas celestes en nuestro Hogar celeste nos reconocemos, nos relacionamos, amamos somos creadores de realidades y en plenitud inimaginable e indescriptible vivimos, sin los obstáculos, distorsiones, problemas y sufrimientos que el mundo en que encarnamos, aún no “celestificado”, comporta.
           
           

domingo, 3 de marzo de 2019

Reencarnación y hogar celeste del alma


             
En el inicio del recorrido del alma, ser y alma son lo mismo. La conciencia de yo es lo que marca el punto de aparición del alma como una expresión particular del ser, expresión que diferencia a un alma de otra. Esta diferencia sería, pues, de por sí, una “accidentalidad”. El yo diferencial entre almas indica la diversidad en los modos de manifestación del ser. Ahí radica la riqueza del potencial divino extrovertiéndose a través de infinitas almas.
            Pero en el “reino” de las almas, su “hogar natural”, el impulso evolutivo no encuentra su forma de expresión ya que las almas están y se sienten plenamente bien, no experimentando lo que es la merma, carencia o deficiencia, ni existen o rivalizan por comparación o contraste, tienen lo que desean y viven lo que piensan sin esfuerzo, lucha o sufrimiento. Su hogar es un auténtico Paraíso.
Como consecuencia, la Sabiduría divina ha dispuesto la existencia de “los mundos”, otras “realidades planetarias”, en nuestro caso terrestres, donde por las características de “egos separativos y duales” que allí desarrollamos sí que es posible que el alma evolucione y crezca hasta el infinito en conciencia de ser como inteligencia, amor y energía. Es por eso, por lo que en el vivir del alma celeste, en un momento dado, el impulso evolutivo se hace especialmente presente, iniciándose entonces un movimiento presidido por el deseo necesario de “encarnar”, lo que nos llevará a buscar un cuerpo, un lugar, unas circunstancias y unos padres en un mundo no celeste-espiritual, es decir, no paradisíaco como el suyo.
Lo propio de las almas que así reencarnamos es el olvido, al menos hasta que nuestro desarrollo evolutivo sea grande, de nuestra característica esencial divina, como también de nuestra perfección y plenitud original, lo que va acompañado por las condiciones de contraste, dificultad, resistencia y limitación que la nueva realidad nos ofrece y sin las cuales la evolución y crecimiento del alma no son posibles, pues es precisamente en la lucha, el esfuerzo, la sensación de carestía y vacío, el trabajo, el miedo, la frustración, el sufrimiento, la enfermedad, vejez y sobre todo la muerte, donde se no obliga a movimientos que nos irán haciéndonos profundizar y desarrollar la conciencia de yo, base necesaria para el desarrollo evolutivo de la Conciencia particular e individual de ser y el surgimiento de nuestro Yo superior, que era el objetivo real del impulso e instinto natural evolutivo del alma. Por eso es, pues, por lo que reencarnamos.

El hogar “natural” del alma (I)


La expresión inicial del Uno como algo fuera de sí es el alma de los seres, su dimensión espiritual, esto es lo que se llama “chispa divina”. Cada chispa divina representa un “pensamiento” de Dios o una intención creativa de la totalidad que él es abriendo una línea evolutiva dentro de la cual y de forma genuina llegar a expresar de formas insospechadas todo su potencial infinito. Las almas, en sí mismas y por contener en su esencia las cualidades del Ser Uno de donde emanaron, son perfectas y por lo tanto experimentan su plenitud, si bien no en grado sumo, sino como “chispas”. Contienen la totalidad, sí, pero no la han desarrollado, son por lo tanto semillas de la totalidad.
            
          Las almas viven así en su mundo, lo experimentan y en el expresan lo que son, en lo que sería el “mundo feliz” o “paraíso” de las almas, como no podía ser de otro modo para quienes de la Plenitud han surgido. Las almas gozan existiendo como almas en el deleite de ser, juegan, se divierten, inventan sus “objetos”, que son su “mundo”, que construyen a su medida que es la de su nivel y desarrollo. Y es que, las almas como el Ser Uno del que forman parte son inteligencia, voluntad y gozo en acción, por eso aman, se relacionan unas con otras, crean realidades…Viven. Es el vivir de las almas. El mundo celeste o espiritual es su verdadero hogar, donde el sufrimiento no existe, ni tampoco la tensión entre contrarios, el trabajo, ni menos aún, por supuesto, la enfermedad y la muerte. Allí la armonía y la dicha son completas y perfectas en todos sus niveles.
            
        Ahora bien, es muy importante recalcar que todas las almas poseen, además de sus cualidades esenciales como emanaciones divinas que son, un impulso o “instinto” que es también esencial, el impulso evolutivo de crecer hacia la totalidad que potencialmente son, y no porque vivan desde la carencia o en la carencia, que no es su caso, sino porque como semillas de esa Totalidad Divina que son tienen la tendencia “natural” a crecer para de ese modo realizarla.

jueves, 24 de enero de 2019

.Dioses somos, creadores de realidad y universos.


Este y todos los universos, -infinitos-, son tan sólo pensamientos materializados,
Pensamientos que son sostenidos por ti, por mi, y por las también infinitas mentes
a través de las cuales la Mente Una también piensa y con su pensar crea.
No existe tal cosa como “el universo”, pues existen infinitos posibles,
ni tampoco hay una única forma de comprender, sentir y vivir la vida en cada universo.
La Mente de Dios es “esférica”, no unidireccional ni invariablemente objetiva,
así como sus voluntades son todas a la vez y ninguna, de tal manera que:
no se puede decir con propiedad exclusiva, que sea esta y no otra Su Voluntad.
El Espíritu, Dios, o Realidad Una es un infinito libre de cualquier apropiación.
Su libertad de ser, es decir, de pensar y saber, de sentir y querer, y de hacer y poder
transfieren a cada conciencia individual la responsabilidad total sobre nuestra vida.
No hay juicio superior sobre nosotros y sólo cada cual decide sobre sus creaciones,
así como también la superación, mantenimiento o el final de las mismas.
Nadie es víctima, ni ha sido condenado; nosotros somos nuestros jueces y salvadores,
únicos dioses reales de nuestra existencia, capaces de sostener, trascender o eliminar
universos, existencias y formas de vida. Ningún Dios nos vigila ni decide por nosotros.

Sobran los mitos secuestradores de nuestras voluntades de ser y de decidir.
La voluntad de Dios es la tuya, no hay otra sobre ti, y tú eres su expresión como tú.
Si reconoces la voluntad en ti, entonces sabrás cual es la voluntad de Dios en ti.
Este es el salto que a la humanidad le espera: reconocer en nosotros al dios que se es;
lo que asusta y escandaliza a poderes y religiones, pues desestabiliza su orden y control,
basados en la transferencia del poder y la autoridad fuera de nosotros.
Pero ese tiempo toca a su fin. Entramos en el tiempo del auto-rescate o del despertar
al ser que se es: focos de luz y de poder, de sabiduría y gozo; Un nuevo mundo apunta,

insospechado, por realizar. El sentimiento de unidad se impondrá  al de separatividad.

martes, 22 de enero de 2019

Parábola del pescador pescado.


Escribo, esto es un modo de aprender, de conocer, de encontrar y saber, de compartir.
En el fondo de cada ser hay un infinito insondable de amor, verdad, belleza y potencia,
que empujan queriendo salir, como lo hacen en las ramas sus tiernos brotes.
Un “Mar” sin límites de Realidad, que es el ser de toda existencia, en el que somos,
aguarda ser descubierto en el corazón de cada conciencia, donde está nuestro Sí Mismo;
sumergirme en él y bucear entre sus aguas, calmas o procelosas, pero al rescate siempre
de los más preciados, anhelados, y, con frecuencia, presentidos tesoros es lo que hago,
y si doy con alguna “presa” que, ante mí, con su luz me impacta, felizmente la tomo,
y subo con ella a brazada limpia hasta la superficie; respiro y, para mostrarla, escribo.
En ese sentido, cada escrito, pretende ser un pequeño tesoro conquistado de conciencia,
que luego voy reuniendo y desplegando en esa “lonja” llamada libro, donde se exponen.

Algunas veces, ese “pescador” en que me convierto deja de querer buscar “cosas”,
y trata en su lugar de apresar con sus redes, no comprensiones, sino el mismo Mar,
qué digo, el Océano sin límites, cuyas aguas nos inundan y sobrepasan por todas partes.
Oh, es locura, piensan unos; imposible, dicen otros. ¡Vaya ingenuidad más grande!
Entonces, yo dejo mis redes de lado, las arrojo al suelo, y me digo: no sirven, es cierto;
¿y qué hago?: pues me tiro al mar, sin red, sin aderezos, sin apoyo alguno, desnudo,
dejando que sea el Océano quien ahora haga del pescador que fui, y yo: pescado.
Y siento cómo el agua, trasmutada ahora en luz-fuego-conciencia-vida,
penetra por todos mis poros, haciendo también de mí: luz-fuego-conciencia-vida.
Se fue el escritor, y ahora el pescador, sentado al borde del acantilado, con su pipa
está nostálgico, aunque embebido, eso sí y para siempre, del Mar y del Océano.
De cuando en cuando, dicen, alguna ola lo arrebata y engulle, pero él regresa a su roca,
donde se le puede ver contando, que es cierto, que es posible pescar el Mar.

lunes, 21 de enero de 2019

Infinitas vidas y muertes vividas. Nuestro ser siempre presente.


Lo que somos ha vivificado infinitas existencias, con nuestro yo central presente.
Nunca hemos dejado de ser Eso, el ser que Somos. Y la conciencia inalterable.
Todo cuanto en nosotros acontece es pasajero; nuestro Yo-conciencia, permanente;
desde él, hemos sido testigos de innumerables encarnaciones e incontables personajes,
que nos han servido para experimentar desde el olvido de ser, y evolucionar desde ahí.
Sirviéndonos de nuestras existencias, regresamos, despertando, a nuestra totalidad;
perdiéndonos en ellas, buscando desde ellas, hasta reencontrarnos en lo que somos.
Evolucionamos como conciencia de ser, al tiempo que lo expresamos  creando.
Hemos muerto como personajes, multitud de veces: natural o accidentalmente,
trágica y también serenamente; ninguna clase de muerte nos es o ha sido ajena,
las hemos vivido todas. Pero de ellas no hay rasguño alguno en nuestro inafectable ser.
Hemos asistido a todas esas muertes, del mismo modo que a nuestras  encarnaciones;
en unas y en otras allí estábamos, siendo presencia y conciencia puras, testigos siempre.

El principal problema que hemos tenido y tenemos es el de la identificación
con las formas, momentos y circunstancias que encarnamos y por las que atravesamos;
porque ello aparta la atención de nuestro ser y nos confunde  con lo que no somos.
Mientras no hemos sabido esto nos ha guiado el instinto y la intuición larvada,
experimentando, probando,  a veces y en apariencia faltos de sentido, que buscamos.
Hasta que es llegado el momento de la vuelta a Casa, es decir, de reencontrarnos,
abrimos entonces los ojos del alma, y recobramos nuestro camino y destino.
Descubrimos un día que nunca salimos de nosotros mismos,
y que todos los instantes pasados como las vidas vividas son tan sólo un instante
en ese Presente eterno, en ese infinito Ahora, que es el del no-tiempo
en el que verdaderamente somos y existimos.
Es en ese preciso sentido, como se entiende que nunca nacemos y que jamás morimos.

El mundo este material y el del más allá.


Bastantes no creen en el más allá, y entre los que creen muchos se inquietan,
o incluso temen por no saber cómo es ni tampoco cómo se vivirán en él;
hasta vértigo e inseguridad extraña produce el verse sin este cuerpo que habitamos.
Son comprensibles estas actitudes siendo que en apariencia sólo conocemos este vivir,
y en él, asociados a nuestro cuerpo, es como nos comprendemos, y nos desenvolvemos.
No es fácil, pues, imaginar otra realidad y un mundo distintos donde también ser,
por lo menos si partimos de los mismos supuestos físico-corporales de “aquí”.
Hasta tal punto hemos interiorizado que la realidad material es la única y la vivible.
Resolver estas cuestiones que el buscador espiritual se plantea es de suma importancia,
y no es cuestión menor; pasó el tiempo de la confianza plena excluyendo el no saber.

Digamos, pues, algo para los que no creen, dudan, temen o quieren saber del más allá:
los testimonios abundan; todos dan prueba fehaciente de su existencia y vivir;
experiencias cercanas a la muerte, comunicaciones con otros planos y con seres
que relatan su vida allá, son en principio válidos, muchos de ellos contundentes,
altamente investigados (p.e. las ECM) , y todos dignos de ser tenidos muy en cuenta.
Ninguno de ellos habla de no confort, desintegración, desorientación o desajuste,
al contrario, suelen compartir lo bien de su vida discurriendo allí, cada cual en su plano.
Existe orden, sentido, claridad, conciencia, voluntad, comunicación, vida plena…,
Y todo ello en función de las demandas, necesidades y nivel evolutivo de cada cual;
o sea, diríamos, como aquí pero mejor, al no estar condicionados por los frenos del ego,
es decir, al imperar allí el estado conciencial y de desarrollo positivo del alma
y con ausencia de los lastres kármicos del ego que en cada encarnación se activan aquí.
Más aún: el mundo “allá” se comprende mejor y con más claridad se intuye y vislumbra
cuando exploramos y vivenciamos, al margen del más allá, nuestro sentir como almas,
y no sólo eso, sino también, nuestra realidad como seres-conciencia-existencia, ya aquí.

sábado, 19 de enero de 2019

El Espacio consciente que soy y la existencia.


Lo que Soy, donde me encuentro, no es forma, no es objeto, no es nada de lo que se pueda señalar,
tampoco se puede explicar; su propia transparencia ya directamente lo muestra;
entonces, ¿cómo hablar de ello? Digamos que es “anterior” a lo que hay,
su sustancia es la de la existencia misma, por eso se le llama también puro ser.
 Soy uno, en ese Espacio Fondo del no tiempo vibrando como conciencia completa,
conciencia de ser yo sin pensamiento, Presencia, Eterno Presente, Ahora.
Refugio, Tierra de salvación, Centro de verdadera paz y Plenitud de ser. Eso soy.
Nada del exterior le afecta, ni le turba, ni le espanta, sea cual sea su magnitud.

Remolinos de Vida, de Luz y Amor surgen del corazón de mi ser; ellos son
la fuente de mi existencia, en la que después me pierdo olvidando lo que, de Mí, sé.
Cuanto vivo, aquello que amo, por lo que lucho, sufro, gozo o  me inquieto
realmente no es, ni nunca fue, en nada ajeno a la verdad de mí, pues también soy eso,
aunque no como lo veo al proyectarme y extraviarme fuera de Mí.
Soy todo, pues nada experimento que no esté en mi conciencia, la fuente de mi ser;
sólo el pensamiento construye contenidos en mi conciencia que lanza luego fuera de Mí,
siendo así como constantemente forma y refuerza lo que es mi pequeño yo: el dormido.
Sin conocer ni descubrir esto las existencias se mueven extraviadas, sin apenas sentido,
siendo hojas volanderas llevadas por un “viento” del que también se ignora todo.
De ahí, que sea tan importante pararnos y contemplar ese Fondo de Silencio
en donde Viento, Espacio, Plenitud y Ser son de todo la raíz y su alimento.
Entender la existencia como algo separado de aquello que es el Espacio en que Soy
no es posible, no es real, es ficción. Pero desde el Ser, todo está bien y es perfecto.
Un centro de conciencia Soy, en cuyo Cielo suceden todas las infinitas existencias.
Pero las miradas aisladas, hacen de mí identidades distintas, siendo que Soy un solo Yo.

viernes, 18 de enero de 2019

La muerte: la gran lección magistral


Hay muchas formas de vivir la vida, es decir, todo cuanto acontece en ella,
y morir es uno de esos acontecimientos, sin duda  de los más importantes.
Si todo lo que se vive tiene el sentido de servir al propósito del alma,
que al encarnar busca experimentar, aprender, crecer, evolucionar y servir,
no cabe duda de que el “hecho” de morir reúne todos los requisitos para realizarlo.
Morir, algo no casual, es todo menos una desgracia, una tragedia, o un sinsentido,
realmente es la “última” lección que aprender y enseñar a la vez, una gran lección,
a la que se asiste, tanto desde el que la “experimenta” como desde el que la observa,
según el grado de conciencia, inteligencia, amor y disposición interior que se  tiene.
“Morir” es una acto fundamental, no es un trámite, ni una circunstancia accidental,
es una gran oportunidad para integrar, comprender, reciclar, superar, trascender y ser.

Según  como se ha vivido y se entiende la vida, se experimenta y contempla la muerte.
Siendo que en la vida todo forma parte de un plan, nacer como morir no son aleatorios,
sino que el donde, cómo, con quien y cuando son determinados en función del alma,
de todo su mundo, o sea, de sus condicionantes kármicos, aspiraciones y necesidades;
también esto tiene que ver y afecta a quienes acompañan y son testigos del que “se va”.
La muerte en realidad es un proceso que implica y despierta muchos aspectos
relacionados con nuestro crecimiento interno; se puede aprovechar o no;
por eso, hay que tratar de ir más allá de su carácter “dramático-anecdótico”
y vivirla como lo que sí es: un tránsito y un acto-lección, que, además, es “magistral”.
Pero esto sólo se puede entender desde el alma y lo que es, no desde el ego superficial
Sólo capaz de ver pérdida, separación, dolor y sufrimiento: nuestra dimensión terrena.
La muerte sólo es un fin de etapa que anuncia el inicio de otra nueva y más maravillosa;
un buen motivo, pues, de dicha, tanto para el que la vive como para el que la acompaña.