Hola amiga, amigo: soy Julián
Sánchez, psicólogo y tengo 70 años. En momentos como este que vivimos,
difíciles y complicados, siento la
necesidad, uniéndome a las buenas voluntades de miles y miles miles de
personas, de hacer mi pequeña aportación, compartiendo a través de este segundo
audio y para quien le pueda ser útil, el modo como yo veo, siento y afronto
esto que nos está sucediendo, procurando extraer, así como poner en él lo más
positivo, esperanzador, rico y con sentido que encuentro y en lo que creo.
Soy muy consciente, de la
complejidad de lo que juntos afrontamos, también de su trascendencia, por lo
que en nada me son ajenos ni el sufrimiento que pueda producir en nosotros, ni
los temores o angustias sobrevenidos.
Porque tengo las mismas debilidades
que cualquiera, o quizás más, y porque, como a todos, todo me llega, me aprieta
y afecta, es por lo que entiendo que mis palabras, que no nacen de
elucubraciones ni de fríos análisis sino del encuentro mismo con el sufrimiento
y su potencial amenaza, tan cercanos, pueden servir para aportar un poco de luz
y de sentido. Este es, al menos, mi único deseo.
Amo la vida, amo la esperanza, amo
el mañana que siempre está naciendo, pero también amo, sin rehuirlo, y aunque
parezca una paradoja, este instante en que nos encontramos. Un instante y un
momento que es tan mío, tan en mí, como todos los demás, o quizás más. Porque
es en él donde hoy y ahora me encuentro, no sólo con mis temores e
inseguridades más grandes y profundos- el miedo a la muerte el principal-, sino
también, y esto es lo más maravilloso de esta historia, con lo más precioso de
mí en mí, y que también ahora se me ofrece y me atrae: me refiero al Sentir y al eco profundo de una Realidad
más inmensa, luminosa y preciosa que lo contiene todo, y, por supuesto, a todos
los temores, augurios y penalidades que nos puedan amenazar. Una realidad que
el coronavirus no puede en absoluto ni siquiera rozar, pues también a él sin
excluirlo lo redime, sana e ilumina. En ella, en esa Realidad suprema que nos
envuelve por fuera y por dentro, me muevo, nos movemos. Ella es lo que somos.
Y, ver esto no me inhibe de nada,
al contrario, hace que afronte las cosas, y en particular este momento, con más
fuerza, valor, ansia de superación, optimismo y ganas de compartir. Es, como si
al ver más de cerca el peligro, la preocupación, la ansiedad y la inseguridad
que ahora por tan bajo planean, más intensa se volviera la Claridad y la Luz,
el Amor y la Gracia, la inmensa Esperanza que queriendo emerger más allá de
nuestras cortas miradas a todos nos reclama.
Claro, que si yo me quedase sobre
todo o solo en los aspectos más sombríos y luctuosos, que los hay, de este
panorama no podría hablar como lo hago, pero es que tampoco sería fiel a la
realidad de lo que está sucediendo. No sería objetivo. Y me convertiría en un
verdadero ignorante. Porque los síntomas o los efectos, cualquiera que estos
sean, y sea cual sea foco desde donde los contemplemos, no pueden ni deben
atraparnos en su propia y limitada perspectiva, pues de ocurrir así nos comportaríamos como
verdaderos sordos y ciegos que, sin más sensibilidad que la de su pequeño y
reducido yo materialista, racionalista y a merced de sus emociones, ni quieren
ver ni quieren oír ni quieren enterarse de la verdadera Realidad más inmensa,
llámese espiritual, divina, de Conciencia o sencillamente esencial, que ahora
mismo y siempre nos rodea, ilumina, nutre, da sentido, vivifica, salva y
protege.
Es esta dimensión más profunda de
las cosas lo que las transforma y las sitúa en su justo lugar, adecuada medida, significado y valor, ni más
ni menos. Y siempre, para que viéndonos en las contingencias de la vida, ahora
mismo, en y a través de ellas crezcamos, evolucionemos y despertemos a la
conciencia de lo que somos, de lo que hemos venido a hacer y, por supuesto, de
nuestra inmortalidad.
Yo no podría, sin desesperar o llenarme
de pánico, sin deprimirme o angustiarme, entrar en este mar de dolor,
enfermedad, problemas, y esa ingente cantidad de noticias que casi nos
desbordan, en su mayoría dramáticas o
agoreras, si no tuviera en cuenta esa realidad más grande y verdadera que soy y
que va mucho más allá de nuestra personalidad externa: somos verdaderos seres
de luz, almas radiantes, las de todos, bellas y, desde esta óptica, inafectables
por todo cuanto nos pueda suceder y vivir.
Este recuerdo, pues, y esta perspectiva
más amplia de lo que es nuestra identidad esencial, es lo que yo quiero desde
aquí acercar y compartir, ya que, de lo contrario, lo superficial, que no
quiere decir que no sea doloroso en ocasiones, y a lo que hay que atender como
se merece, nos arrastraría, aunque fuera momentáneamente, hacia la ciénaga, en
lugar de servirnos como apoyo, motivación y estímulo para ascender hasta la
cima más elevada y luminosa de una nueva, transparente y gozosa vida, que es lo
que en realidad y a través de toda esta experiencia está queriendo emerger para
ser vivida, en nosotros y por nosotros.
Y ahora te voy a contar un pequeño cuento,
como hecho para esta ocasión, que una vez escuché y quizás tú también conozcas:
Había una vez, dos ranitas que
habían caído al interior de una olla que estaba medio llena de leche. La una,
desesperada muy pronto por no poder saltar fuera se abandonó a lo que ella entendió
como su fatal suerte, y murió, en cambio, la otra, llena de esperanza y coraje,
vio allí una magnífica oportunidad: y empezó a remar y remar con sus patas, con
tan gran fortuna que la leche empezó a cuajar, y se hizo una masa sólida,
entonces, triunfante, pletórica y feliz pudo al fin saltar y verse fuera del
recipiente. Hoy, aún la oímos cuando es de noche y desde la lejanía croar. Ella
es, precisamente, la que nos ha impulsado a compartir este rato.
Mientras tanto, amigo, amiga del
alma que nada ni nadie nos impidan durante este tiempo bailar, cantar,
movernos, aunque sea en un recinto cerrado, y saltar, y, sobre todo, reír,
meditar, orar, soñar, porque la vida no se ha paralizado en absoluto, al
contrario, ya que, como ocurre durante
el invierno con las yemas en las ramitas de los árboles, en ellas aguarda,
replegada sobre sí, como en nosotros ahora, acumulando fuerzas, acumulando poder, acumulando luz y amor, el
momento de la primavera para abrirse darse y expandirse. Primavera tan cercana
ya, por cierto.
Un fuerte abrazo, de mi ser a tu
ser, en quien me reconozco y encuentro.