viernes, 22 de marzo de 2019

De la oscuridad a la luz y al despertar (O la salida de la densidad de la muerte y la materia)


En principio, el Todo Uno, el Eterno Ahora, Lo Que Es, inmanifiesto en su calma e inamovible esencia, aunque simultaneamente manifestación, como existencia de la totalidad de sí; extraña paradoja esta, sólo asimilable en Aquello que, Siendo Todo Absoluto, a la vez es Vacío, pura Nada, puesto que ningún “algo” contiene lo que sólo como Absoluto se concibe.  

Pero, no hay duda, es cierto que desde una superpuesta perspectiva de sí, ese Todo, el Inmovil, el que no puede ir a sitio ni momento alguno por ser y estar en todos a la vez, sí que puede ser visto y experimentado, nueva paradoja, como un Algo fuera de sí. Y a ese fuera de sí es a lo que le llamamos “creación”. Creación desde lo que se es, única materia prima original –no hay otra- su Ser: Amor, Inteligencia y Potencia, o Voluntad, Luz y Acción. Espíritu densificado eso también es creación.

Dicho de otro modo: antes de que nada fuera, Dios en cuanto inmanifiesto “duerme”, o sea, es como Océano de Eternidad en Calma, “apacible nada”, pero en cambio, en cuanto olas en movimiento es manifestación, y eso para lo que es Sabiduría y Amor sin fin significa Idea, Pensamiento, es decir: Plan, del que su primer gesto hacia fuera es la Materia, forma o expresión condensada de lo que Es. No podía ser de otro modo lo creado más que el Ser del Uno expresado, manifiesto, extrovertido, expuesto, y por ser Uno universificado, esto es, como Universo.

El modo, el cómo y hacia donde lo determina el “Plan”, que por la inteligencia que lo anima es Intencional. Hay un punto de partida, unos pasos y un despliegue. Para empezar, aparentemente y de salida, siempre en apariencia, sin amor, sin inteligencia, sin energía, en lo que es la no-luz más absoluta, la nada del ser, o sea, la Noche del Alma-Dios convertida en oscura (nuevamente en apariencia) materia, la vida silenciada, absolutamente dormida, salvos pequeños gestos de energía y ocultas formas, pero cubiertas por un manto negro de inconsciencia. Realmente todo como juego, un como sí, aunque visto desde el fuera del Inmanifiesto absolutamente real y verdadero. Inicial densidad absoluta, pues, de lo que es Luz Absoluta. Y el Plan se pone a funcionar.

Su guión y perfil lo percibimos: es el de un balanceo cósmico y a la vez, en ciertos tramos posteriormente emergentes, el del ser humano, también individual, en lo que es un ir de la nada al ser, de la muerte a la inmortalidad, de la tosca e inerte insignificancia a la Inmensidad, de la Tristeza sin sentido, al Puro Gozo y a la Risa en la plenitud de lo que es Felicidad-Amor.

Con un detalle crucial, se trata de un eje que todo lo vertebra: hay siempre un Testigo, una Presencia, el Ojo sin intervenir, siguiendo todo el desarrollo de la divina obra. Testigo, que es Conciencia Una, dosificando calculadamente, ser a ser, su participación en la trama, siendo ella el Gran Maestro, la que concentra en sí el Plan, la Obra, los Personajes y la Acción. En donde encontramos, primero caída, pérdida, “muerte” en un escenario inicial sin nombre, en el que la nada aún existiendo vive, sólo como “naturaleza muerta”, por doquier, experiencia material que pasado el tiempo ya no soporta desde dentro de sí su nadeidad tan grande, en la que un “aburrimiento a la deriva y sin límites”, de una cárcel a otra oscura, parece serlo todo. Y entonces la materia clama, en un clamor que nace desde su profunda alma, y llama sin nombrarla a la misma Vida, la que se transformó como dimensión de sí en materia.

Y, entonces, desde dentro mismo de la escena, la Vida Una, como gesto consustancial de la Conciencia, siempre vigilante y atenta a la oportunidad del momento, contando con una materia que ya en su materialidad estaba realizada y evolucionada, va a su rescate, para hacerla vivificar a través de expresiones que habían de surgir desde dentro de su materialidad, sin cortes.

Es el segundo movimiento del Plan, que implica junto a más vida (multiplicación creativa en infinitas variedades: plantas, animales) brotes germinales de inteligencia-conciencia y de voluntad-intencionalidad más claras, en un paulatino y sentido gozo de ser, pero esta vez como “seres vivos”. Aunque la densidad todavía se arrastre y cada paso anterior aún presentes en los nuevos continúen condicionando y pesando. Y así, mientras la obra dure en esta evolución conciencial e imparable en marcha.

No hemos de olvidar, no obstante, si de verdad queremos comprender los esfuerzos vacilantes, las luchas dolorosas y los aparentes “fracasos” de esta evolución y crecimiento, algo muy importante: que si se evoluciona, es  porque la involución aún existe; lógica incuestionable, cuando se conoce y comprende que toda esta Historia partió de un olvido de Lo que Se Es en el que nosotros como focos de conciencia quisimos participar, para regresar después, paso a paso, tramo a tramo a nuestra Luz inicial, en la Plena y dichosa conciencia de Ser.

Mientras tanto la inercia de la involución nos acompaña, fruto que como herencia queda, tal y como hemos dicho, del descenso al no-ser, lastre que frena y hace que se resista el movimiento ascendente hacia el Ser. De ahí el aliciente del juego y la raíz de la dualidad siempre presente, en la que Amor y Muerte se disputarán ya hasta el fin de la Obra, escena, propósito y  protagonismo.

Y en ese contexto, con esos presupuestos, un nuevo movimiento impactante de la Vida se abre paso, se trata de un brote espectacular y genuino en la rama del despliegue evolutivo de la conciencia: pues, por primera vez “Dios” se decide de nuevo a ser “Dios”, pero ahora ya de forma activa y consciente. Surge entonces la conciencia humana, focalizada aún en un yo empequeñecido, el cual, sin saberlo, decide, magno atrevimiento, asumir la descomunal tarea de vencer a Tánatos. David frente a Goliat, y la leyenda del rey Arturo prefiguradas. El ser humano-Teseo saliendo del laberinto para librarse al fin del minotauro de la ignorancia y del olvido.

Este será su principal guión, y nuestro papel en él la interpretación de un dios travestido de no-dios que ha de luchar contra la sombra de sí, que él mismo, ignorante de ser Luz-Sol, creó. Y mientras tanto, unas veces se llorará la pena de sentirse y creerse sombra, mientras que en otras se disfrutará la alegría de verse como dios. Una de cal y otra de arena. He aquí el sino de la evolución ascendente que sólo se conjura, “caída del caballo tras caída del caballo”, o lo que es lo mismo: despertar a despertar, y así, hasta desvelar definitivamente, tras romper el mito de la muerte, a nuestra identidad inmortal, o lo que es lo mismo, a nuestra divinidad. En un Alba que sus primeros rayos anuncian.

jueves, 7 de marzo de 2019

El sentido de lo que vivimos a la luz de las decisiones que tomamos al nacer.


¿Por qué vivimos cada cual lo que vivimos y en nuestro particular camino?, ¿no es extraño el modo tan diverso en que se reparten los papeles del vivir? De entrada, y a juzgar por lo que se ve en ellos, diríase que el Universo, la Vida o, llamémosle si queremos, simplemente Dios, es como menos injusto, caprichoso para ser suaves, y en el peor de los casos, pues los hay extremadamente complejos y dolorosos, hasta perverso, o al menos así lo parece.
Observamos a unos, que se ven muy privilegiados, con vidas confortables a otros, o naturalmente llevaderas, lo que ya es mucho si se compara con quienes se encuentran en las antípodas de todos ellos. ¿Qué misterio esconde esta diversidad?, ¿es un asunto de méritos, de inteligencia quizás, esfuerzo, bondad, maldad, casualidad, o de suerte…,por qué?,¿existe acaso, una lógica que a nuestra razón se escapa y que por eso no la vemos, un sentido oculto?, ¿ y, si tenemos que concluir con que todo se basa en la pura fatalidad, alguna clase de determinismo o simplemente un extraño e indescriptible absurdo?
Si se mira con detalle y profundidad una vida veremos que no es tan difícil descubrir en ella un hilo digamos que coherente, en torno al cual se desenvuelven y extienden actos, circunstancias y personajes que la refuerzan: ¡hay un guión!, pero detrás, muy detrás de lo que se muestra. Y al contemplarlo, detenidamente encontramos una flecha con significado que nos muestra desde donde viene y hacia donde se dirige, es decir, se evidencia con relativa claridad cierto encaje de todo, dificultades, condiciones, padres y un largo etc.
Pero esto no se ve a simple vista ni con una mirada superficial; para verlo, es preciso mirar con minuciosidad y ganas de ver, de comprender, huyendo, cómo no, de los planteamientos mecanicistas que desde el mundo del ego tenemos y hacemos sobre cómo deben de ser y son las cosas, o que juzga a las personas según sus apariencias y papeles. También hay que soltar el impulso casi instintivo de quedarnos con la interpretación simple o exclusiva de que para todo lo que nos sucede hay unos culpables fuera de nosotros a los que responsabilizar. Lo cierto es, que el guión se escribió incluso mucho antes de nacer y nosotros lo “redactamos”.
No se puede negar la existencia de aquellos que interpretan los peores papeles que tanto daño producen, están ahí, se pueden muchas veces hasta señalar, pero eso no significa que nos tenemos que quedar con esa visión materialista  de la vida según la cual las condiciones externas que unos u otros imponen es la que da el sentido y la interpretación real de lo que experimentamos y vivimos. El ignorante o el materialista no ve que todos somos cómplices, partes entrelazadas de una misma función, y que esta va más allá de lo que en apariencia representa, pues, a través de ella, sirviéndose de ella, el alma, nuestra alma, todas las almas aquí encarnadas están creciendo y, más aún, evolucionando, despertando y realizando decisiones profundas muy grandes, como la de encontrarse con su verdadero ser verdadero, su Yo superior.
Desde esta perspectiva, digamos que espiritual, la escasez, la abundancia, las limitaciones, las facilidades, las ausencias o presencias, los problemas y sufrimientos, todo, recobra pleno sentido y significado, pues es lo que previamente e incardinándonos en este complejo “teatro” decidimos experimentar y vivir en la Tierra. Es, por lo tanto, nuestra alma la que así lo quiso y decidió, para experimentar, desarrollar, realizar, crear y aprender, también, desde luego, para ayudar a otros en la misma tarea.
Las razones profundas que responden, pues, a todas las preguntas que nos hacíamos al principio, las encontraremos sólo si se tiene en cuenta el propósito y recorrido vital de cada alma, no al margen. Lo que no significa que nos tengamos que cruzar de brazos resignándonos ante el sufrimiento humano y sus causas externas, ante las que habrá que hacer lo que cada cual considere más adecuado, eficaz y justo. Pero, obviamente, todo esto sólo se puede ver, encajar, entender, afrontar y solucionar de manera integral, que es la mejor forma de resolver las cosas, cuando esta vida, nuestras vidas, las terrestres, son contempladas e interpretadas no sólo con los datos y elementos circunstanciales que ella superficialmente nos da, sino con la perspectiva y el encuadre que la voluntad de nuestras almas, su camino, coherencia y propósito, desde la vida celeste, o sea, antes de nacer, bajo nuestra responsabilidad asumimos y tomamos un maravilloso día.

El “Paraíso” soñado y anhelado.

           
Allí, en el fondo de todo corazón, siente uno que anida el recuerdo vago, indefinido pero real, de un Paraíso perdido, de cuya constancia es una clara muestra el impulso y el anhelo que a todo buscador acompaña. De ahí, que nuestra alma resuene y así nuestro interior vibre cada vez que alguien o un texto, como este de Savitri, nos acerca y muestra la imagen de una existencia plena, y libre por completo de ataduras y trabas, entre ellas, una de las peores, la del pensamiento, que, si se usa, debiera ser sólo como instrumento de un mero juego, donde el mismo saber –que es visión directa sin dualidad respecto a lo sabido- no precisa siquiera de ninguna mediación formal por estar, incluso, más allá de todo conocimiento.
Así se desprende de las hermosas y poéticas palabras de Sri Aurobindo (Savitri, libro II, canto III, 399 y stes.) cuando habla de un lugar en donde “estremeciéndose todavía con el gozo de la primera creación…reinaba allí un aliento de grandioso contento espontáneo, un afortunado transcurrir de los días en un aire tranquilo/ un flujo de amor y paz universales…/Un amplio orden espontáneo liberaba la voluntad, /aleteo a pleno sol del alma hacia la felicidad…”
Lejano recuerdo, pues, el que como un sueño aún nos acompaña y constantemente nos llama, sí, el recuerdo de una existencia paradisíaca, que allá en el fondo de nuestra alma se encuentra, y en la que se nos ve siendo “jóvenes corazones”, es decir vírgenes aún, “inocentes” (sin conocimientos que no sean los de la inmediatez del puro ser), más todavía, “impulsos instintivos” y por lo tanto irremediables e irresistibles, surgiendo, emanando del mismo Ser de Dios.  Hecho real, que, precisamente, nos dota con la capacidad del fuego original siempre presente en el corazón de nuestro ser, y del que aún no nos habíamos en conciencia separado, para derramar sobre el mundo y sobre toda nuestra existencia, vivificándolos,  el gozo, la felicidad, la belleza, el poder y la fuerza que como almas aún unidas a nuestra esencia naturalmente vivíamos.
            Este recuerdo es el que uno quiere recuperar ahora para sí, con el fin de vivirlo, transformados, y con él el fuego original, divino, el fuego olvidado de los dioses,  el que definitivamente deseamos arrebatar de las garras del olvido al que lo habíamos relegado por medio de tantos y tantos personajes en los que nos hemos perdido. Para ello, ojalá, y así sea, que ya nuestra sensibilidad interior despierte, libre de toda carga con que los ropajes de nuestros egos  aún ocultan hoy, y ocultaron un día, los prístinos corazones, aquellos que en el amanecer del Tiempo experimentaron por vez primera lo que era y es, ser Fuego, Luz, Amor, Poder y Dicha desnudos, sin fin, y que hoy reclamamos también para vivificar con ellos y elevarla a toda nuestra realidad y existencia.
            Esta es, en fin, la tarea, en que se resume de algún modo todo nuestro infinito, escalonado, ascendente y profundo, Camino Evolutivo de Realización y Despertar.  

lunes, 4 de marzo de 2019

El futuro en marcha de la nueva humanidad supramental


             Somos humanos, sí, pero ya en vías de trascender nuestra condición atada, apegada y exclusivamente ligada a las posibilidades que la razón y los sentidos con los que nos habíamos identificado señalan. Nuestra condición esencial es espiritual y la consciencia, no la materia, ni nuestro cerebro, la base real y fundamento de nuestra identidad eterna, a la vez que la fuente de nuestra inteligencia, sentir y poder. Esto trastoca todos los patrones anteriores en que nuestra humanidad se había basado, y asumirlo a la vez que experimentarlo, integrándolo en la nueva forma de percibir la realidad así como de plasmarla en todos los campos de nuestra existencia hace que nuestra evolución de un salto significativo. Estamos hablando, pues, de una Nueva Humanidad.
Seres como Sri Aurobindo en oriente o como Teilhard de Chardin al mismo tiempo en occidente así la sintieron y percibieron, y hoy filósofos de la talla de Ken Wilber o de físicos como Ervin Laszlo, Amit Goswami y otros más han ido profundizando en lo que ello significa al incorporar en nuestra cosmovisión, cada uno a su manera, el Espíritu, el Akasha, la Consciencia o el Punto Omega como la raíz que nos explica como seres y también la Fuente de nuestra transformación.
 Nuestro futuro es llegar a ser dioses y realizarlo. El espíritu que nos anima nos conduce de hecho hacia nuevas trascendencias que Aurobindo llamó supramentales, en que la energía, la fuerza, el amor y la conciencia de ser descendiendo del Corazón  de la Realidad -Lo Superior-, encarnarán en nuevas vidas,  ya no determinadas por mentes orientadas hacia la dualidad y la separatividad sino receptivas, sensibles y abiertas a nuevos horizontes integradores basados en la unidad que nace de nuestro universal ser común y divino, el fundamento de nuestro existir.
Nuevas almas despiertas, con ojos nuevos y miradas nuevas realizarán el cambio que irá dando paso a una realidad también nueva, dominada por el gozo y la sabiduría de ser, que aunará todas nuestras dimensiones psicofísicas y espirituales, de modo que ya no nos veremos como “animales racionales” como absúrdamente se nos ha inoculado y dicho hasta la saciedad que éramos, sino como verdaderos dioses autoconscientes de su ser, planetarios a la vez que cósmicos, universales y con una integración completa de nuestra identidad espiritual divina. En este contexto, las religiones dejarán de ser fundamentalistas, de modo que todas las que no atiendan a su dimensión universal y esencial por encima de sus diferencias, dogmas, dirigismos moralistas, control de los individuos y de sus particularismos culturales tenderán a desaparecer.

El “cuerpo” de las almas en el Hogar Celeste


           
¿Tienen cuerpo y forma los espíritus?, o, dicho de otra manera: ¿qué clase de cuerpo tenemos y con qué forma cuando existimos en el Hogar Celeste o mundo espiritual? Una cosa sí que tenemos clara ya, que como humanos y terrestres necesitamos de un cuerpo físico para comunicarnos y relacionarnos, para actuar, pensar, crear y vivir. Sabemos, además, que este cuerpo no es el único posible en su forma y características, ni universal, sino que se desarrolla, crece y adapta según las condiciones físicas de presión, gravedad, temperatura, etc., que en el planeta Tierra se dan para organismos como el nuestro. A nadie se le escapa tampoco que, si el cuerpo físico se deteriora, todo lo anterior peligra, y que en casos extremos como lo es el de la muerte deja de realizarse parcial o totalmente, de ahí su importancia.
            Siguiendo el paralelismo: ¿necesitan nuestras almas también y en ese sentido de un cuerpo, una vez que nuestra existencia se desenvuelve en el plano espiritual? Precisemos: nuestras almas son entes reales no virtuales, quiero decir que son concretas, además de individuales y con características propias en el modo de pensar, sentir y actuar, o sea, de conocer, amar y crear, aunque la esencia, es decir su ser divino, sea universal y común para todas las almas. Todo esto, a donde nos lleva es a afirmar que cada alma sí tiene una configuración espiritual única que la distingue de todas las demás, y que esa configuración da lugar a un constituyente energético o cuerpo espiritual que distingue a cada alma de las otras, aparte de ser el instrumento o medio a través del cual, y como lo hacemos en el plano terrestre, aunque ahora espiritual, vivimos y existimos.
            Obviamente, la forma y características del “cuerpo” de las almas no siguen ninguna de las condiciones que nuestro cuerpo físico por el hecho de ser terrestre tiene. Digamos, que nuestra intuición y sentir más íntimo lo que nos desvela es que la “luz áurea transparente y radiante” es la “materia” original de base, porque ella es, también a nuestro entender, la expresión inicial del corazón del ser, a partir de su constituyente nuclear que es el fuego divino, el cual para crear su estructura álmica así, como luz, se muestra.
Esta luz es la que le da a cada individuo, y en función de una banda muy ancha de tonalidades, intensidades y colores, que viene dada por la evolución en conciencia, sabiduría y amor de cada alma, su cuerpo-forma identitaria, forma que también se va matizando, perfilando y recreando según los pensamientos, intencionalidades y sentimientos de cada momento.
Digamos, por lo tanto, que en el mundo de los espíritus no hay ninguna “huella” espiritual idéntica, ni sus “cuerpos-formas” son realidades comunes, indiferenciadas o amorfas, sino todo lo contrario. Allí, las almas son ricas en variedad, calidad y expresión, pues infinitos son los tonos, matices y diferencias con que se expresa el amor, la alegría, el gozo, la felicidad, la sabiduría, la creatividad, el poder, y la acción, de quienes siendo siempre almas somos focos inagotables del potencial infinito de Dios. Como almas celestes en nuestro Hogar celeste nos reconocemos, nos relacionamos, amamos somos creadores de realidades y en plenitud inimaginable e indescriptible vivimos, sin los obstáculos, distorsiones, problemas y sufrimientos que el mundo en que encarnamos, aún no “celestificado”, comporta.
           
           

domingo, 3 de marzo de 2019

Reencarnación y hogar celeste del alma


             
En el inicio del recorrido del alma, ser y alma son lo mismo. La conciencia de yo es lo que marca el punto de aparición del alma como una expresión particular del ser, expresión que diferencia a un alma de otra. Esta diferencia sería, pues, de por sí, una “accidentalidad”. El yo diferencial entre almas indica la diversidad en los modos de manifestación del ser. Ahí radica la riqueza del potencial divino extrovertiéndose a través de infinitas almas.
            Pero en el “reino” de las almas, su “hogar natural”, el impulso evolutivo no encuentra su forma de expresión ya que las almas están y se sienten plenamente bien, no experimentando lo que es la merma, carencia o deficiencia, ni existen o rivalizan por comparación o contraste, tienen lo que desean y viven lo que piensan sin esfuerzo, lucha o sufrimiento. Su hogar es un auténtico Paraíso.
Como consecuencia, la Sabiduría divina ha dispuesto la existencia de “los mundos”, otras “realidades planetarias”, en nuestro caso terrestres, donde por las características de “egos separativos y duales” que allí desarrollamos sí que es posible que el alma evolucione y crezca hasta el infinito en conciencia de ser como inteligencia, amor y energía. Es por eso, por lo que en el vivir del alma celeste, en un momento dado, el impulso evolutivo se hace especialmente presente, iniciándose entonces un movimiento presidido por el deseo necesario de “encarnar”, lo que nos llevará a buscar un cuerpo, un lugar, unas circunstancias y unos padres en un mundo no celeste-espiritual, es decir, no paradisíaco como el suyo.
Lo propio de las almas que así reencarnamos es el olvido, al menos hasta que nuestro desarrollo evolutivo sea grande, de nuestra característica esencial divina, como también de nuestra perfección y plenitud original, lo que va acompañado por las condiciones de contraste, dificultad, resistencia y limitación que la nueva realidad nos ofrece y sin las cuales la evolución y crecimiento del alma no son posibles, pues es precisamente en la lucha, el esfuerzo, la sensación de carestía y vacío, el trabajo, el miedo, la frustración, el sufrimiento, la enfermedad, vejez y sobre todo la muerte, donde se no obliga a movimientos que nos irán haciéndonos profundizar y desarrollar la conciencia de yo, base necesaria para el desarrollo evolutivo de la Conciencia particular e individual de ser y el surgimiento de nuestro Yo superior, que era el objetivo real del impulso e instinto natural evolutivo del alma. Por eso es, pues, por lo que reencarnamos.

El hogar “natural” del alma (I)


La expresión inicial del Uno como algo fuera de sí es el alma de los seres, su dimensión espiritual, esto es lo que se llama “chispa divina”. Cada chispa divina representa un “pensamiento” de Dios o una intención creativa de la totalidad que él es abriendo una línea evolutiva dentro de la cual y de forma genuina llegar a expresar de formas insospechadas todo su potencial infinito. Las almas, en sí mismas y por contener en su esencia las cualidades del Ser Uno de donde emanaron, son perfectas y por lo tanto experimentan su plenitud, si bien no en grado sumo, sino como “chispas”. Contienen la totalidad, sí, pero no la han desarrollado, son por lo tanto semillas de la totalidad.
            
          Las almas viven así en su mundo, lo experimentan y en el expresan lo que son, en lo que sería el “mundo feliz” o “paraíso” de las almas, como no podía ser de otro modo para quienes de la Plenitud han surgido. Las almas gozan existiendo como almas en el deleite de ser, juegan, se divierten, inventan sus “objetos”, que son su “mundo”, que construyen a su medida que es la de su nivel y desarrollo. Y es que, las almas como el Ser Uno del que forman parte son inteligencia, voluntad y gozo en acción, por eso aman, se relacionan unas con otras, crean realidades…Viven. Es el vivir de las almas. El mundo celeste o espiritual es su verdadero hogar, donde el sufrimiento no existe, ni tampoco la tensión entre contrarios, el trabajo, ni menos aún, por supuesto, la enfermedad y la muerte. Allí la armonía y la dicha son completas y perfectas en todos sus niveles.
            
        Ahora bien, es muy importante recalcar que todas las almas poseen, además de sus cualidades esenciales como emanaciones divinas que son, un impulso o “instinto” que es también esencial, el impulso evolutivo de crecer hacia la totalidad que potencialmente son, y no porque vivan desde la carencia o en la carencia, que no es su caso, sino porque como semillas de esa Totalidad Divina que son tienen la tendencia “natural” a crecer para de ese modo realizarla.