En principio, el
Todo Uno, el Eterno Ahora, Lo Que Es, inmanifiesto en su calma e inamovible
esencia, aunque simultaneamente manifestación, como existencia de la totalidad
de sí; extraña paradoja esta, sólo asimilable en Aquello que, Siendo Todo
Absoluto, a la vez es Vacío, pura Nada, puesto que ningún “algo” contiene lo
que sólo como Absoluto se concibe.
Pero, no hay
duda, es cierto que desde una superpuesta perspectiva de sí, ese Todo, el
Inmovil, el que no puede ir a sitio ni momento alguno por ser y estar en todos
a la vez, sí que puede ser visto y experimentado, nueva paradoja, como un Algo
fuera de sí. Y a ese fuera de sí es a lo que le llamamos “creación”. Creación
desde lo que se es, única materia prima original –no hay otra- su Ser: Amor,
Inteligencia y Potencia, o Voluntad, Luz y Acción. Espíritu densificado eso
también es creación.
Dicho de otro
modo: antes de que nada fuera, Dios en cuanto inmanifiesto “duerme”, o sea, es
como Océano de Eternidad en Calma, “apacible nada”, pero en cambio, en cuanto
olas en movimiento es manifestación, y eso para lo que es Sabiduría y Amor sin
fin significa Idea, Pensamiento, es decir: Plan, del que su primer gesto hacia
fuera es la Materia, forma o expresión condensada de lo que Es. No podía ser de
otro modo lo creado más que el Ser del Uno expresado, manifiesto, extrovertido,
expuesto, y por ser Uno universificado, esto es, como Universo.
El modo, el cómo
y hacia donde lo determina el “Plan”, que por la inteligencia que lo anima es
Intencional. Hay un punto de partida, unos pasos y un despliegue. Para empezar,
aparentemente y de salida, siempre en apariencia, sin amor, sin inteligencia, sin
energía, en lo que es la no-luz más absoluta, la nada del ser, o sea, la Noche
del Alma-Dios convertida en oscura (nuevamente en apariencia) materia, la vida
silenciada, absolutamente dormida, salvos pequeños gestos de energía y ocultas
formas, pero cubiertas por un manto negro de inconsciencia. Realmente todo como
juego, un como sí, aunque visto desde el fuera del Inmanifiesto absolutamente
real y verdadero. Inicial densidad absoluta, pues, de lo que es Luz Absoluta. Y
el Plan se pone a funcionar.
Su guión y
perfil lo percibimos: es el de un balanceo cósmico y a la vez, en ciertos
tramos posteriormente emergentes, el del ser humano, también individual, en lo
que es un ir de la nada al ser, de la muerte a la inmortalidad, de la tosca e
inerte insignificancia a la Inmensidad, de la Tristeza sin sentido, al Puro Gozo
y a la Risa en la plenitud de lo que es Felicidad-Amor.
Con un detalle
crucial, se trata de un eje que todo lo vertebra: hay siempre un Testigo, una
Presencia, el Ojo sin intervenir, siguiendo todo el desarrollo de la divina
obra. Testigo, que es Conciencia Una, dosificando calculadamente, ser a ser, su
participación en la trama, siendo ella el Gran Maestro, la que concentra en sí el
Plan, la Obra, los Personajes y la Acción. En donde encontramos, primero caída,
pérdida, “muerte” en un escenario inicial sin nombre, en el que la nada aún
existiendo vive, sólo como “naturaleza muerta”, por doquier, experiencia
material que pasado el tiempo ya no soporta desde dentro de sí su nadeidad tan
grande, en la que un “aburrimiento a la deriva y sin límites”, de una cárcel a
otra oscura, parece serlo todo. Y entonces la materia clama, en un clamor que
nace desde su profunda alma, y llama sin nombrarla a la misma Vida, la que se
transformó como dimensión de sí en materia.
Y, entonces,
desde dentro mismo de la escena, la Vida Una, como gesto consustancial de la
Conciencia, siempre vigilante y atenta a la oportunidad del momento, contando
con una materia que ya en su materialidad estaba realizada y evolucionada, va a
su rescate, para hacerla vivificar a través de expresiones que habían de surgir
desde dentro de su materialidad, sin cortes.
Es el segundo
movimiento del Plan, que implica junto a más vida (multiplicación creativa en
infinitas variedades: plantas, animales) brotes germinales de
inteligencia-conciencia y de voluntad-intencionalidad más claras, en un
paulatino y sentido gozo de ser, pero esta vez como “seres vivos”. Aunque la
densidad todavía se arrastre y cada paso anterior aún presentes en los nuevos
continúen condicionando y pesando. Y así, mientras la obra dure en esta evolución
conciencial e imparable en marcha.
No hemos de
olvidar, no obstante, si de verdad queremos comprender los esfuerzos vacilantes,
las luchas dolorosas y los aparentes “fracasos” de esta evolución y
crecimiento, algo muy importante: que si se evoluciona, es porque la involución aún existe; lógica
incuestionable, cuando se conoce y comprende que toda esta Historia partió de
un olvido de Lo que Se Es en el que nosotros como focos de conciencia quisimos
participar, para regresar después, paso a paso, tramo a tramo a nuestra Luz
inicial, en la Plena y dichosa conciencia de Ser.
Mientras tanto
la inercia de la involución nos acompaña, fruto que como herencia queda, tal y
como hemos dicho, del descenso al no-ser, lastre que frena y hace que se
resista el movimiento ascendente hacia el Ser. De ahí el aliciente del juego y
la raíz de la dualidad siempre presente, en la que Amor y Muerte se disputarán
ya hasta el fin de la Obra, escena, propósito y protagonismo.
Y en ese
contexto, con esos presupuestos, un nuevo movimiento impactante de la Vida se abre
paso, se trata de un brote espectacular y genuino en la rama del despliegue
evolutivo de la conciencia: pues, por primera vez “Dios” se decide de nuevo a
ser “Dios”, pero ahora ya de forma activa y consciente. Surge entonces la
conciencia humana, focalizada aún en un yo empequeñecido, el cual, sin saberlo,
decide, magno atrevimiento, asumir la descomunal tarea de vencer a Tánatos. David
frente a Goliat, y la leyenda del rey Arturo prefiguradas. El ser humano-Teseo
saliendo del laberinto para librarse al fin del minotauro de la ignorancia y del
olvido.
Este será su
principal guión, y nuestro papel en él la interpretación de un dios travestido
de no-dios que ha de luchar contra la sombra de sí, que él mismo, ignorante de
ser Luz-Sol, creó. Y mientras tanto, unas veces se llorará la pena de sentirse
y creerse sombra, mientras que en otras se disfrutará la alegría de verse como
dios. Una de cal y otra de arena. He aquí el sino de la evolución ascendente
que sólo se conjura, “caída del caballo tras caída del caballo”, o lo que es lo
mismo: despertar a despertar, y así, hasta desvelar definitivamente, tras
romper el mito de la muerte, a nuestra identidad inmortal, o lo que es lo
mismo, a nuestra divinidad. En un Alba que sus primeros rayos anuncian.