(Los tres saltos evolutivos que se están dando en el corazón de nuestra especie)
Julián Sánchez Lacruz
Nos hallamos en el amanecer de un tiempo nuevo del que todos los
cambios que estamos experimentando telúricos, sociales, ideológicos,
económicos, religiosos, informáticos, tecnológicos, etc., tan sólo son sus
indicios y meras adaptaciones. Porque lo que se está dando es una verdadera
revolución ya en marcha que nos está afectando a todos, y no sólo a nivel individual sino sobre todo
como especie, porque la humanidad ha entrado en la zona en que una nueva
transformación evolutiva se empieza a ver y sentir.
El cambio del que estamos en su amanecer, aún despuntando
pues nos hallamos en el alba de la nueva humanidad, se está realizando en la
conciencia y en la percepción que tenemos sobre quienes somos. Ello va a tener
efectos decisivos y muy positivos en las bases sobre las que se asienta nuestro
modo de vivir, sentirnos y relacionarnos. Vamos a dar un verdadero paso a
delante del que todos, si queremos, vamos a ser partícipes.
Este cambio que ya empezamos a notar de manera más o
menos abierta o sutil supone un verdadero giro copernicano en nuestra mente,
por eso es transformador y revolucionario, y se abre paso a través de tres
arietes que son la clave y el motivo del mismo, ellos nos dan entrada a una
nueva conciencia y un nuevo despertar. Vamos a describirlos uno a uno:
1º.- Estamos
empezando a soltar la idea de que somos seres aislados en la inmensidad del
universo: somos seres cósmicos.
Tanto
la astrofísica, como los viajes espaciales y el que empecemos a aceptar que eso
de los ovnis no es resultado de la fantasía de unas mentes enfebrecidas sino un
hecho muy común reconocido por instancias universitarias, y, sobre todo, de
poder militar y político, hacen que nuestra visión dentro del cosmos se esté
empezando a ensanchar.
Hoy
no sólo es común integrar la dimensión sobrecogedora del espacio en que nos
movemos sino que hasta los científicos más eminentes como es el caso de Stephen Hawking reconocen la
posibilidad muy viable de que exista no sólo un universo sino infinidad de
ellos.
Hay
cifras que hablan por sí solas y que conviene recordar para hacernos cargo de
la dimensión de lo que estamos diciendo: formamos parte de una galaxia que consta
de más de 100.000 millones de estrellas, cada una de las cuales consta a su vez
de sus respectivos planetas, que si son una media de nueve por estrella podrían
ser unos 900.000 millones de planetas. Pues bien, según las estimaciones de la
Universidad Nacional de Australia y el Instituto Niels Bohr de Copenhague cada estrella, es decir, cada sol, tendría
entre uno y tres planetas con condiciones para albergar vida, lo que nos
indicaría que en nuestra galaxia hay posibilidad de vida en miles de millones
de planetas.
Pero
la realidad es aún mucho más desbordante cuando tenemos en cuenta que en
nuestro universo existen, a su vez, más de 100.000 millones de galaxias.
Hagamos ahora, pues, nuevos cálculos de planetas, luego de planetas con
condiciones para albergar vida y finalmente de aquellos que son habitables para
seres humanos más, menos o muy diferentes de nosotros, pero humanos al fin y al
cabo. Ante todo esto creer que somos los únicos habitables del universo es
sencillamente absurdo. Y si como hemos apuntado no existe uno sino infinitos
universos, pues más absurdo todavía.
Esta es nuestra primera conclusión: que no
estamos solos y que junto con todos los seres de este y otros mundos formamos
una inmensa red entretejida por la propia conciencia universal y divina. En
este sentido, y esta es una de las grandes comprensiones a las que estamos
asistiendo como humanidad, podemos afirmar que verdaderamente somos
seres cósmicos, parte de la gran fraternidad interestelar e intergaláctica en
la que se integra la humanidad entera.
2º.- La muerte no existe, lo que vemos y como
tal la identificamos no es lo que nos sucede. Somos almas, y estas eternas, en
evolución.
Hoy
ya no se trata de una mera creencia, son muchos los testimonios de personas que
han experimentado lo que se llama experiencias cercanas a la muerte y que
afirman que la vida continúa; se trata de casos contrastados, investigados,
evaluados y registrados en todas las partes del mundo por médicos, psiquiatras
y profesionales de la salud que lo han podido oír de viva voz de sus propios
pacientes y que, después de pasar los filtros pertinentes de veracidad,
descartando explicaciones de tipo, físico o psicológico, como drogas,
endorfinas, trastornos de la mente, etc., han tenido que admitir que lo que les
cuentan es cierto. Autores como R. Moody,
E. Kübler Ross, Kenet Ring, Pim Van Lommel
y otros muchos así lo atestiguan.
Los
estudios sobre el recuerdo de vidas anteriores, de los que es pionero el
psiquiatra Ian Stevenson, avalan
igualmente la pervivencia de la vida después de la mal llamada muerte. No son menos importantes las investigaciones
sobre regresiones a vidas “entre vidas” que el también psiquiatra Michael Newton ha realizado durante más
de cuarenta años, o las del mismo Brian
Weis, todos los cuales afirman sin dudar lo que sus pacientes les han
transmitido: la vida no se interrumpe jamás y que, por lo tanto, jamás
fallecemos.
Por
otro lado, videntes de prestigio y médiums (Marilin Rosner y otros ), así como personas que han experimentado
lo que es el fenómeno de salida del cuerpo o desdoblamiento astral (Meurois Givaudan, Paloma Cabadas, etc.)
nos hablan con mucha coherencia y certeza de su experiencia de comunicación con
quienes abandonaron este cuerpo y esta dimensión. Pero no sólo ellos, sino que
hoy contamos con un sinfín de casos de apariciones que mucha gente equilibrada
y centrada de distintos estratos de la sociedad han podido presenciar, como por
ejemplo el mismo Dr. Barnard,
pionero en los trasplantes de corazón, el cual pudo ver sentada sobre su cama
en la que se reponía de una enfermedad a una mujer que en el mismo hospital en
que se encontraba acababa de fallecer, también es conocido el testimonio del
escritor García Marquez que
presenció una aparición en el taxi que iba a tomar, etc.
Contamos
como elementos que refuerzan también el hecho de que la vida continúa una
ingente cantidad de señales que la gente ha recibido o recibe del “otro lado”,
además de las famosas psicofonías, la transcomunicación instrumental tan
estudiada hoy en día y de la que es un claro exponente como recopilador y
testigo el teólogo y erudito Francois
Brune, la comunicación y contacto espontáneos que mucha gente normal y
corriente experimenta con relación a seres queridos que fallecieron, de lo que
es un eximio ejemplo lo que le sucedió a
Jany Heaphy Durgham la cual relata en el libro “La mano en el espejo”, el modo
en que su marido le hizo llegar que continuaba vivo tras fallecer de cáncer a
los 46 años. Casos así abundan por todas partes y seguramente hasta gente
próxima a nosotros nos los podría contar.
Como
se ve estamos hablando de experiencias que están más allá de las creencias y
convicciones que cada cual pueda tener, aunque lo cierto es que todas las
tradiciones espirituales y un gran número de sabios, místicos y maestros, a
partir de sus propias experiencias, también nos comunican lo mismo, o sea: que
la muerte es un gran engaño, no es real (Antonio
Blay, Paramahansa yogananda, Aurobindo, y un largo etc. lo afirman y
enseñan).
Pero
lo que nos interesa recalcar aquí es que en el tejido mental y conciencial de
la gente lo que antes apenas ni se mencionaba, ni tampoco formaba parte de los
debates o tertulias hoy ya es un hecho que va siendo más habitual. La
posibilidad de que tras el abandono del cuerpo por la vida que lo sustentaba
continuemos nuestra andadura en una nueva dimensión y, por supuesto, con otro
cuerpo nuevo y más sutil ya va siendo más y más comprendido y aceptado. Esto significa
que nos estamos abriendo poco a poco a la realidad de que nos somos un cuerpo,
ni mera materia sino almas, o lo que es lo mismo, focos de conciencia,
presencias reales de seres con un potencias infinto para amar, gozar, conocer,
crear y vivir.
No
falta mucho tiempo para que la ciencia admita de forma más generalizada este
hecho, el de que la muerte no es nuestro final, y no pasarán tampoco muchas
generaciones para que el ser humano empiece ya su existencia, y así se le
enseñe, con el supuesto integrado de que la muerte no existe y que lo que se
entendía como tal es sólo un tránsito que no interrumpe sino que forma parte de nuestro
desarrollo evolutivo. Esta será la segunda de las grandes revoluciones a las
que ya estamos, afortunadamente, existiendo.
3º.- Asumiremos que somos expresiones vivas y
reales de la Unidad, lo único que existe, y sabremos, porque lo
experimentaremos, que somos dioses, o lo que es lo mismo: que cada cual somos
un modo de ser y de vivirse Dios.
No
estamos hablando de teorías, ni siquiera de meras hipótesis, en primer lugar
porque lo que estamos diciendo ya ha sido experimentado y vivido por lo que
podríamos considerar como la avanzadilla de la humanidad, ellos han sido la
punta de lanza de la que la Conciencia, Dios o el Ser Uno (el nombre no
importa) se ha servido para que los que formamos parte de ella evolucionemos,
y en segundo lugar, porque estos cambios
ya se pueden detectar en nuestras propias almas sólo con que auscultemos
nuestro más profundo sentir. Por todo ello, lo que aquí decimos es tan sólo un
relato de este hecho tal y como lo percibimos.
Lo
que hay, el Ser, la Realidad, el Uno, Dios, llámese como se quiera es, anterior
a cualquier pregunta, a cualquier interpretación y, por supuesto, a cualquier
forma o manifestación macrocósmica, microcósmica, ordinaria, universal,
multiversal, material, espiritual o lo que queramos decir. Eso es Todo, y
cuando decimos Todo decimos Todo, exteriorizado o no, potencial o en acto.
Eso
es lo único que existe y todo se halla en él. Está, es, todo lo penetra y lo
baña, nada le es ajeno, universal o particular, parte o todo siempre es el
Todo. No se ve pero se vive, no se alcanza pero se está en él. El que lo busca
no lo encuentra, el que cree que lo tiene no ha entendido nada, ninguna cosa lo
define, ninguna palabra lo señala. No hay moral que lo concrete, ni concepto,
religión o idea que lo atrape, en cambio es lo más cercano y lo más asequible
que existe.
Quien
lo encuentra y lo vive lo sabe, dos que lo experimentan se lo reconocen tan
sólo con la mirada y comparten con entusiasmo su verdad, pero para el que está
dormido sus palabras le suenan a vacías. Él es lo más evidente, aquello de lo
que no se puede dudar, y si de algún modo lo pillas tiene que reconocer con Teilhard de Chardin que no existe
espacio alguno ajeno a Eso desde donde ponerte de rodillas para adorarlo, pues
el espacio, las rodillas, tú mismo y Dios sois Uno.
Y ahí
ya nos encontramos con la revolución total y más grande a la que todos estamos,
desde nuestra esencia, llamados; se trata del reconocimiento, no con la mente
sino con todo nuestro ser, que es nuestra conciencia, de que no hay distancia
ni diferencia, ni separación entre la totalidad y yo. Entonces vivimos a Dios y
podemos afirmar, no desde el ego, sino en nuestro ser y con nuestro ser, que
somos Dios. Esto, en realidad no se entiende sólo se vive o, mejor aún, se es
y, desde el despertar, se experimenta, pero no como algo que me ocurre a mi o a
esa pequeña fracción de pequeño yo con el que tantas veces nos identificamos,
sino como algo que Dios en mi como conciencia, gozo, plenitud, saber y energía
experimenta.
A
partir de ahí nacerá una hueva humanidad, o mejor, una trans-humanidad en la
que nadie se vivirá como ajeno a nadie, haciendo real la afirmación de Cayetano Arroyo de que “más
allá de mi mismo también soy yo”. Entonces se habrá cumplido la visión
de Aurobindo: el supramental habrá descendido a las mentes y a los corazones de los
seres humanos, o lo que es lo mismo: el que una vida, no desde el ego y
la personalidad externa, -aún sumidos en la conciencia de separatividad e
ignorancia sobre nuestra verdadera identidad-, sino despierta, desde el ser que
somos y la conciencia de nuestro infinito potencial se habrá instalado por fin
en la Tierra, en este y en otros universos.
Las
consecuencias de estas tres revoluciones a las que nos terminamos de referir
son inimaginables. Sólo nuestra alma empieza a vivirlas ya, porque el Futuro ya
es Hoy para ella, y nuestro ser que salta de gozo por el sólo hecho de que lo
expresemos lo sabe.
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