Los miedos,
tantos, tan diversos, han hecho de nosotros seres en huida constante, seres que
han tenido que hacer de sus vidas estructuras y fortalezas de autodefensa y
protección en vez de lugares para el gozo y la alegría, para la afirmación
creativa y el disfrute de ser. Hemos huido de muchas maneras: consumiendo
desenfrenadamente o sin ton ni son para satisfacer necesidades absurdas e
irreales, ejerciendo el dominio y la manipulación abierta o sutil de unos sobre
otros, ignorando o negando todo aquello que nos pudiese producir dolor,
proyectando sobre los demás y culpabilizándoles de la causa de nuestros
sufrimientos, convirtiéndonos en víctimas o en explotadores, todo eso menos
recurrir a nuestro propio ser, a nuestro verdadero poder interior para
afirmarnos en la paz, la serenidad, la verdad y la confianza que sólo pueden
surgir de la Fuente,
siempre presente, que anida en nuestro corazón.
Nos
hemos cerrado a toda posibilidad de dolor, tal es el miedo ancestral que existe
dentro de nosotros a sufrir, y, como consecuencia, nuestro cuerpo ha acusado
todas nuestras cerrazones, se ha comprimido, apretado, haciendo que la energía
de la vida se fuese bloqueando, y por eso nuestra salud, no sólo la física,
también la emocional, la mental y la espiritual, se ha resentido y se resiente
tantas veces. Así es muy difícil crecer, evolucionar y ser de verdad felices.
Con el miedo en nuestros cuerpos es muy difícil que la plenitud de la Vida se sienta y se exprese.
Por eso lo tenemos que afrontar, deshacer y traspasar; de lo contrario,
cualquier manifestación nuestra estará viciada y distorsionada, incluso la
espiritual. Decía Madre, la compañera de Sri Aurobindo que ante nuestros miedos
y debilidades “existen millones de maneras de huir; sólo hay una de quedarse, que es
tener verdaderamente valor y resistencia, aceptar todas las apariencias de la
enfermedad, las apariencias de la impotencia, las apariencias de la
incomprensión, la apariencia, sí, de una negación de la verdad. Pues si no la
aceptamos ¡jamás podrá ser cambiado!” Y, evidentemente, aceptar para
ella no significaba plegarnos de brazos sino abrazar cada uno su parte de
sufrimiento y sanarla en uno mismo. No existen alternativas.
Y
la mejor forma de sanar nuestros miedos es a través de la atención sostenida y
presente, o sea, poniendo conciencia sobre ellos, mirándolos cuando vienen o
cuando intencionadamente los traemos para saldarlos, pero siempre con la
respiración conectada, sin cortarla, no bloqueándonos ni cerrándonos al llanto
ni al dolor, sino de frente y hasta el fondo, sin escapar cuando se presentan y
dejando que nuestro yo superior, la Presencia de nuestro ser, nuestro propio mirar,
los disuelva, hasta quedar, donde había angustia, ansiedad y malestar, la paz
de nuestro interior, la pura conciencia de ser. Este es el auténtico camino de
liberación. Es a esto a lo que Michael Brown le llama el Proceso de la Presencia que nos pide
que
“optemos por afirmarnos sobre nuestros propios pies y que no nos escondamos de
nuestro dolor, ni que le pasemos la responsabilidad a otra persona…se nos está
pidiendo que creamos en el poder inherente de nuestra presencia interior…se nos
está pidiendo que nos abracemos a él (a nuestro malestar y a nuestro
dolor) con toda nuestra atención y con nuestra intención más compasiva, que
mantengamos conectada nuestra respiración, y miremos en profundidad ese dolor”
Este
es el Camino de los hombres y mujeres que aspiran a ser, de verdad, libres,
guerreros de la luz y el amor en un mundo que duerme aún en la inconsciencia.
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