martes, 4 de febrero de 2014

CONCIENCIAR NUESTROS MIEDOS Y ATRAVESARLOS.



    

            Los miedos, tantos, tan diversos, han hecho de nosotros seres en huida constante, seres que han tenido que hacer de sus vidas estructuras y fortalezas de autodefensa y protección en vez de lugares para el gozo y la alegría, para la afirmación creativa y el disfrute de ser. Hemos huido de muchas maneras: consumiendo desenfrenadamente o sin ton ni son para satisfacer necesidades absurdas e irreales, ejerciendo el dominio y la manipulación abierta o sutil de unos sobre otros, ignorando o negando todo aquello que nos pudiese producir dolor, proyectando sobre los demás y culpabilizándoles de la causa de nuestros sufrimientos, convirtiéndonos en víctimas o en explotadores, todo eso menos recurrir a nuestro propio ser, a nuestro verdadero poder interior para afirmarnos en la paz, la serenidad, la verdad y la confianza que sólo pueden surgir de la Fuente, siempre presente, que anida en nuestro corazón.

            Nos hemos cerrado a toda posibilidad de dolor, tal es el miedo ancestral que existe dentro de nosotros a sufrir, y, como consecuencia, nuestro cuerpo ha acusado todas nuestras cerrazones, se ha comprimido, apretado, haciendo que la energía de la vida se fuese bloqueando, y por eso nuestra salud, no sólo la física, también la emocional, la mental y la espiritual, se ha resentido y se resiente tantas veces. Así es muy difícil crecer, evolucionar y ser de verdad felices. Con el miedo en nuestros cuerpos es muy difícil que la plenitud de la Vida se sienta y se exprese. Por eso lo tenemos que afrontar, deshacer y traspasar; de lo contrario, cualquier manifestación nuestra estará viciada y distorsionada, incluso la espiritual. Decía Madre, la compañera de Sri Aurobindo que ante nuestros miedos y debilidades “existen millones de maneras de huir; sólo hay una de quedarse, que es tener verdaderamente valor y resistencia, aceptar todas las apariencias de la enfermedad, las apariencias de la impotencia, las apariencias de la incomprensión, la apariencia, sí, de una negación de la verdad. Pues si no la aceptamos ¡jamás podrá ser cambiado!” Y, evidentemente, aceptar para ella no significaba plegarnos de brazos sino abrazar cada uno su parte de sufrimiento y sanarla en uno mismo. No existen alternativas.

            Y la mejor forma de sanar nuestros miedos es a través de la atención sostenida y presente, o sea, poniendo conciencia sobre ellos, mirándolos cuando vienen o cuando intencionadamente los traemos para saldarlos, pero siempre con la respiración conectada, sin cortarla, no bloqueándonos ni cerrándonos al llanto ni al dolor, sino de frente y hasta el fondo, sin escapar cuando se presentan y dejando que nuestro yo superior, la Presencia de nuestro ser, nuestro propio mirar, los disuelva, hasta quedar, donde había angustia, ansiedad y malestar, la paz de nuestro interior, la pura conciencia de ser. Este es el auténtico camino de liberación. Es a esto a lo que Michael Brown le llama el Proceso de la Presencia que nos pide que “optemos por afirmarnos sobre nuestros propios pies y que no nos escondamos de nuestro dolor, ni que le pasemos la responsabilidad a otra persona…se nos está pidiendo que creamos en el poder inherente de nuestra presencia interior…se nos está pidiendo que nos abracemos a él (a nuestro malestar y a nuestro dolor) con toda nuestra atención y con nuestra intención más compasiva, que mantengamos conectada nuestra respiración, y miremos en profundidad ese dolor”

            Este es el Camino de los hombres y mujeres que aspiran a ser, de verdad, libres, guerreros de la luz y el amor en un mundo que duerme aún en la inconsciencia.

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