martes, 4 de febrero de 2014

LA VUELTA A NUESTRA VERDADERA CASA



  


            Impresiona pensar que, de verdad, estamos viviendo un tiempo transitorio y circunstancial aquí en el planeta Tierra, y nos toca en lo más hondo de nuestro corazón, de modo que algo se mueve en una especie de alegría indescriptible y difusa, de origen muy hondo, el reconocer que existe un “mundo” –llamémosle así- que nos aguarda tras esta etapa de existencia. Saber que ese mundo es realmente el nuestro, más que este en el que domina la ignorancia sobre nuestro verdadero ser, y que allí existen otros seres a los que estamos unidos por lazos evolutivos y nivel de vibración, con complicidades de conciencia y de crecimiento espiritual, con los que formamos una auténtica familia de luz, expande nuestro corazón y nos llena de inmenso gozo. Nuestra intuición nos dice que esto es muy posible, y más que esto, verdadero.

            Estamos aquí de paso, para experimentar determinadas cosas que cada uno según sus necesidades y demandas se ha puesto como objetivo. Cada persona a la que vemos por la calle, de cualquier condición, no importa lo que haga ni donde esté, nuestros familiares, pareja, todos, estamos aquí realizando una tarea, con tales y cuales personas, que son, no lo olvidemos, nuestros colaboradores y cómplices, así como nosotros de ellos, y en circunstancias muy precisas, y todo porque así lo hemos elegido desde allá, desde nuestro verdadero hogar. Esta historia es más nuestra de lo que acostumbramos a pensar y creer. No somos sus víctimas sino sus creadores. Cada uno ha decidido crecer en un aspecto, desarrollar un tipo de saber, avanzar en tal o cual sentido, y para esto nos venimos a esta Escuela, en este planeta, la Tierra, una auténtica universidad para nosotros; y ello, a pesar de que luego vayamos por la calle y nos miremos los unos a los otros como a extraños y ajenos al auténtico trabajo que silenciosamente estamos llevando a cabo, con esta familia, en esta relación, con nuestros padres, en tal o cual entramado laboral, pobres o ricos, saludables o enfermos, en circunstancias muy extremas de dolor o con vidas más fáciles. Olvidar esto, o sea, no caer en la cuenta de por qué vivimos lo que vivimos, es uno de las peores amnesias que nos encadenan al sufrimiento, la otra es ignorar cual es nuestro verdadero ser.

            Pero si empezamos a recordar de donde hemos venido y que allí contamos con una familia espiritual que nos aguarda, esperando que lleguemos con la paz propia de quien ha realizado con éxito la tarea que un día nos llevó a encarnar en nuestro mundo, entonces todo cobrará un sentido nuevo y más dichoso, comprenderemos con más claridad lo que ha supuesto y supone el paso por nuestra querida Tierra, y nos entregaremos con más amor y pasión a aquello que debemos de hacer, y que cada cual va descubriendo. Porque, es verdad, existe ese lugar que nos aguarda, nuestra verdadera Casa, y eso no es una ilusión, ni una fantasía vana, lo comprobaremos en el momento en que traspasemos el velo de la materia y de los sentidos físicos, cuando dejemos nuestro cuerpo en el momento de la transición mal llamada “muerte”. Hay miles de casos de personas que tras sus experiencias fuera del cuerpo así lo atestiguan; a mi me lo dice también mi corazón, o, si se quiere, esa conciencia que parece traspasar la fronteras de la razón y de los sentidos y que de una forma extraña parece tocar la orilla de un saber muy sutil aunque no por eso menos verdadero. Voy, vamos, hacia nuestra verdadera Casa -algunos le han llamado Cielo- después de un tiempo de experimentación, pruebas y aprendizajes; cuando llegue el momento del “fin de curso” en vez  de pena deberíamos de sentir una inmensa alegría, y en vez de montar los acostumbrados dramas tendríamos que organizar una fiesta de despedida. Es lo lógico, si de verdad se cree.

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