Creo en Lo Real-Divino, le puedes llamar Dios, Fuente, Base y Ser
de Todo, desde lo cual y en lo cual nace y existe cuanto es, ha sido y será. Creo
en Dios como la expresión máxima de mí, y creo en lo que yo soy como una manera
y una forma del Ser de Dios en evolución sin fin a través de mí. Creo que soy en la medida en
que Dios es en mí y yo en Él. Creo en Dios como algo real, una Presencia que es
intrínsecamente gozo, sabiduría y energía sin fin. Allá donde fijo mi atención
está y en todo es.
Creo que Eso a lo que llamo Dios no es algo externo a mí ni a nada
de cuanto es. Toda forma de dualidad en la percepción siempre es equívoca y,
por lo tanto falsa. Sólo me realizo en la medida en que me identifico con Dios
y lo vivo.
Creo que el principio básico de orientación y centramiento para
todo ser humano es su propia conciencia, que es la sede única y auténtica de la
divinidad en él, su verdadero ser. La voz de la propia conciencia es la guía
única y definitiva a la que nos debemos, cualquier otra instancia, como una
religión, un maestro o un guía del tipo que sean deben supeditarse siempre a
nuestra sabiduría interior, al desarrollo de la cual ha de tender todo esfuerzo
y tarea en la Tierra.
Creo que todo ser humano desde que nace es inocente, limpio y
bueno, sin carga ni pecado alguno; otra cosa diferente y resultado de la propia
evolución, aprendizaje y crecimiento, es el bagaje personal y colectivo que uno
traiga consigo fruto de sus propias acciones, decisiones y apegos del pasado,
es decir, de vidas anteriores, y que conllevan determinado tipo de efectos que
en la presente vida se manifiestan.
Creo en el renacimiento de nuestras almas en sucesivas
encarnaciones que nos permiten actualizar y desarrollar progresivamente todo
nuestro potencial infinito. Creo que la muerte es un puro trámite, un paso que
nos da acceso a un nuevo plano de existencia en un nivel de vibración muy
sutil, el espiritual, en el cual continuamos existiendo y viviendo plenamente.
Creo que todos tenemos una tarea básica que realizar en cada existencia, a través de
múltiples experiencias, que tienen como finalidad elevarnos de menor a mayor
conciencia, de menos a un más grande amor, y de menor poder interior a un mayor
poder y capacidad de manifestación, creatividad y realización.
Creo que a nivel del nuestro ser nadie nos condena ni nos salva.
Somos cada uno de nosotros con nuestra conciencia los que vamos descubriendo
los cambios a realizar y las mejoras a introducir en orden a actualizar, cada
vez más, en nosotros y con los demás las más bellas aspiraciones que en el
interior de nuestra alma se hallan inscritas y tienden a expresarse.
Todas las experiencias por las que pasamos son necesarias si es
uno el que las necesita y quiere realizarlas, calificarlas de morales o
inmorales desde nuestros patrones culturales, religiosos o de cualquier otro
tipo es un error: otra cosa diferente es que socialmente las toleremos,
permitamos o rechacemos. Dios no juzga, ni salva, ni condena. En Él todo es
asumido y perfecto.
Creo que la mejor garantía para crear una sociedad equilibrada,
justa, amorosa y potenciadora del ser de los demás es alentar la presencia y el
desarrollo de individuos abiertos a los valores del espíritu, de cuya
constancia son indicios: el gozo, el amor interior, el sentimiento de empatía y
apoyo hacia los demás, y el cuidado y respeto hacia todas las formas de vida y
existencia.
Creo que vivir es básicamente un aprendizaje y una experiencia.
Esto es la clave de toda evolución dentro de la cual hemos decidido
voluntariamente participar, existir y ser. Cada uno tendrá que descubrir su papel
y aquello hacia lo que su alma le impulsa para realizar la tarea que le trajo a
nacer en este mundo.
Creo que las circunstancias y los demás son el espejo en el que
podemos ver y descubrir aquello que tenemos que mejorar, trascender y aprender.
Cada sufrimiento es un mensajero y un espejo que nos recuerda aspectos de
nosotros que necesitan ser sanados, perdonados, acogidos y amados. Creo que los
calificados como enemigos, contrarios o “divergentes” no son sino los cómplices
que vienen en nuestra ayuda para que realicemos las tareas que en notros
debemos de hacer. En realidad, nuestros enemigos no son nuestros contrarios
sino nuestros complementarios, aquellos con los que nuestras almas pactaron,
aunque no lo recordemos, para que nos facilitaran el trabajo que habíamos
venido a realizar. Unos y otros nos necesitamos para llevar a cabo nuestro
propósito y misión.
Creo que traspasar el velo de cualquier espejismo del mundo de la
apariencia y de la forma, así como liberarnos de la esclavitud de la
importancia personal, al tiempo que descubrimos la esencia que anida en cada
ser es una tarea imprescindible que todo debemos realizar para avanzar y
crecer, lo contrario es continuar en la ignorancia y en la esclavitud del ego.
Creo que el amor incondicional hacia nosotros mismos, sea cual sea
nuestra vida presente o pasada, así como el acogimiento amoroso y la
reconciliación con cualquier clase de sombra, de dolor, de incomprensión,
soledad, rechazo o cualquier otro tipo de sufrimiento por el que hayamos
atravesado es la condición necesaria e imprescindible para avanzar en el camino
hacia la luz y el verdadero amor con los demás. Creo en la necesidad
irreemplazable de abrazar de forma total e incondicional a nuestro niño o niña
interior, hasta rescatarlos, desde nuestra posición de adultos conscientes, de
todo trazo de soledad, incomprensión o rechazo.
Creo que cada uno vivimos el mundo y las circunstancias que hemos
decidido imaginar, crear y experimentar. Nuestras posibilidades son infinitas,
como también los mundos y los universos. La infinidad de seres que existen son
nuestros hermanos.
Creo que el auténtico crecimiento se produce en la medida en que
vamos adquiriendo mayor conciencia del amor, el poder y la sabiduría de Dios en
nosotros, hasta convertirnos así en auténticos seres autónomos y libres, dioses
y diosas creadores de luz y liberadores de toda sombra de oscuridad, primero en
nuestro interior y luego en el mundo del que formamos parte.
Creo que sólo la alegría sin objeto, la que surge de nuestro ser,
el sentimiento de plenitud interior y el impulso por compartir lo mejor de
nosotros mismos, incondicionalmente, son los signos reales y auténticos de
crecimiento espiritual y de que nos hallamos en el camino adecuado y recto. El
fin de toda existencia consiste en expresar y realizar en la Tierra la Vida
Divina.
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