lunes, 14 de octubre de 2013

LO EXTERNO Y EL "ORDEN IMPLICADO"




 El peso y el valor que el mundo de las formas tiene entre nosotros es muy grande, tanto como para nutrir grandes empresas de publicidad, inmensos negocios e industrias varias. La juventud, la eficiencia, la utilidad, la fuerza, la competitividad y el rendimiento al servicio de intereses, sobre todo económicos, están a la orden del día. Y todo lo que alimenta de un modo u otro nuestros sentidos físicos: vista, oído, gusto, tacto y olfato es, desde muchos ángulos, potenciado, ensalzado y alentado. Todo esto ha dado lugar a que se levanten entre nosotros grandes muros de separación, enfrentamiento y discriminación, de modo que encumbramos un tipo de estética en detrimento de la que no sigue sus pasos, una clase social frente a otra, lo nuevo y joven frente a lo que ya no lo es, los que se considera importantes frente a los que no los son, una raza contra otra, etc. En este sentido, llama poderosamente la atención lo bien que son acogidos socialmente los bebés y los niños pequeños, que con su ternura, gracia y espontaneidad nos atraen y llenan de gozo, frente a la reacción bien distinta que por lo general provocan ancianos y gente mayor, a los que cierta tendencia se inclina a marginar con el pensamiento de que cuantos menos tratos y tiempo con ellos mejor.

¿Y todo esto por qué? La vida vivida en su inmediatez y sin mayor propósito que el de autosatisfacernos, alimentando nuestros egos en un mundo sin trascendencia ni profundidad, en que a las personas se les valora sobre todo por el tener y no por el ser, y donde no hay más sentido que el de la supervivencia, explicaría casi del todo lo que estamos diciendo. Frente a esto existe otra nueva visión, aquella que entiende la vida externa como el exponente o manifestación de un movimiento mucho más hondo o espiritual desde donde todo arranca, con un fin, una dirección, un orden y un propósito que se van desplegando y manifestando poco a poco. Pero esto no se puede percibir si nos habituamos a ver el mundo superficialmente, o si entendemos que la vida en general y las personas en particular constituyen piezas separadas moviéndose sin más ton ni son que el del azar o la fatalidad, y existen desconectadas de una totalidad mayor.

Todo es diferente, en cambio, cuando se empieza a ver la vida como la expresión de una intención consciente e interior, que no depende de los cambios, las formas o los movimientos externos sino que los crea y de ellos se sirve teniendo como objetivo la consecución de un plan, y cuando frente a lo caduco y la tendencia que se observa en la vida hacia cierta descomposición y decrepitud, lo que impera de verdad, aunque no la veamos, es una realidad maravillosa, la del ser y el alma como auténticos artífices de la vida; a ese principio es al que David Bohm, profesor de física teórica, se refería como al orden implicado, de lo que todo lo demás sería derivado, pues como él mismo dice: “estamos sugiriendo que es el orden implicado el que es autónomamente activo, mientras que, como indicamos antes, el orden explicado fluye de una ley del orden implicado, por lo que es secundario, derivado, y solamente apropiado dentro de ciertos límites concretos”(“La totalidad y el orden implicado”, Kairós, p. 258).

Uno cree que el mejor futuro de la humanidad pasa porque nos hagamos conscientes, lo antes posible, de esa dimensión “implicada”, la del Espíritu, la única que puede darnos sentido y sacarnos del pozo de ignorancia en el que nos encontramos, causante de tanto sufrimiento e injusticias. Si somos capaces de comprender que nuestra vida externa es tan sólo el despliegue de una inmensa aventura que estamos pilotando “desde el interior”,  veremos el mundo de manera totalmente nueva, y con sentido.

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