Alguien podría pensar que disponer de un guía espiritual menoscaba la
función de nuestra alma y nuestro poder interior, sería como dejar en manos de
otro nuestra propia responsabilidad y desarrollo interior. Pero esto no deja de
ser más que un prejuicio que rememora el orgullo del ego y su afán de
individualismo que le lleva incluso a la pretensión de arrogarse todos los
méritos y protagonismos para sí.
Contemplar al guía desde la perspectiva del ego evidentemente
que le quita todo atractivo e interés. Pero no es así como suceden las cosas.
En nuestra vida, por ejemplo, un buen
estudiante, sobre todo en los cursos avanzados y de manera especial cuando
va a llevar a cabo cierta investigación
para su doctorado recurre a un buen doctor especialista en su campo para que le
asesore, acompañe, guíe y oriente. Eso no sólo no le resta valor a su labor
investigadora y en la consecución de su trabajo sino que lo realza finalmente a
la propia categoría y nivel de quien fue su maestro.
Nuestra alma es cierto que cuenta desde su nacimiento con
todo un saber y nivel acumulativo fruto de sus vidas anteriores y el trabajo
realizado en ellas, pero eso no quiere decir que lo sepa todo. Es más, sin el
concurso de quienes han avanzado más que nosotros, con sus saberes y
experiencia nuestra evolución sería muy costosa, lenta y difícil, llena de
demasiados rodeos y extravíos inútiles.
Fijémonos para comprender mejor esto, en qué sería de
nosotros sin los libros, los testimonios directos, el ejemplo y conocimiento de
quienes nos rodean, los saberes acumulados por generaciones y generaciones, y
todas las enseñanzas de que disponemos en nuestra vida terrestre. Iríamos más
que perdidos, estaríamos como empezando a andar continuamente.
La función del guía al que ahora aludimos representa,
pues, ese saber que todos necesitamos para avanzar recta y eficazmente en
nuestro camino espiritual. Él conoce nuestras posibilidades, también nuestras
debilidades, así como los objetivos tanto inmediatos como a largo plazo que
tenemos que alcanzar, sabe por dónde y cómo transitar nuestra ruta y de todo cuanto necesitamos.
Con nuestra apertura consciente a nuestro guía espiritual
nos adentramos además abiertamente en el camino del alma y soltamos oficialmente
la vía y el camino del ego, porque nos ponemos en manos de un servidor del ser,
un representante de la Vida y el Espíritu. De este modo, a partir de ese
momento ya dejamos para siempre de andar en solitario y vamos en compañía hacia
la conquista de nuestra realización.
No obstante, nuestro guía estuvo siempre presente interviniendo
abiertamente sobre todo en momentos muy excepcionales y decisivos, como por
ejemplo antes de encarnar con el fin de ayudarnos a decidir sobre las
condiciones y objetivos de nuestra siguiente encarnación. También cuando
sentimos la necesidad de su presencia activa como guía, tutor y maestro
espiritual está presente. Cada uno
tenemos el guía que más adecua a nuestra evolución personal, características y
desarrollo espiritual.
Tal
vez no lo recordemos, pero nuestro guía es conocido perfectamente por nosotros,
él nos ha escogido y nosotros a él y no sólo para esta encarnación. Lo único
que ocurre es que con el fin de que crezcamos lo más autónomamente posible él
mismo se retira aparentemente, por eso lo olvidamos, por eso no lo recordamos.
Podemos
creer o pensar que no tenemos guía espiritual porque no lo hemos escuchado ni
visto, cosa que no sucede igual en cada persona, pues sí que los hay que tienen
una constancia muy abierta del mismo. Pero en cualquier caso, estaría bien que
nos preguntásemos por la cantidad de impulsos que hemos tenido para realizar
determinadas cosas en las que no habíamos pensado previamente, el valor y la
claridad que nos ha venido sin saber cómo para llevarlas a cabo, o en las
comprensiones más o menos repentinas que hemos ido teniendo en la vida y que
nos han aportado la luz que necesitábamos en determinados momentos muy
especiales. Cómo no pensar a propósito de todo ello en la voz sutil del guía
espiritual que en contacto con el alma nos ha inspirado y apoyado.
En
realidad el guía es nuestro Maestro espiritual. El Maestro espiritual empuja y
nos anima constantemente para que crezca en nosotros nuestro maestro interior,
en este sentido todo verdadero Maestro va dejando cada vez más al alumno espiritual
para que sea su intuición y saber profundo el que afloren, hacia eso nos
conducen continuamente.
El Guía o maestro espiritual a veces se exterioriza en el
Maestro físico con el que contactamos y al que nos abrimos en la vida presente,
otras veces no ocurre así. Pero todos, de un modo o de otro contamos con el
Maestro, sea cual sea la forma que adopte así como nuestra manera de percibirlo
y sentirlo.
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