Nos encontramos en el Camino, constantemente. Esto es lo natural en
nosotros. Otra cosa diferente es que nos demos cuenta o no de ello. Estar en el
Camino comporta que por poco que observemos y profundicemos en nuestras vidas
lo que encontraremos en ellas es una intencionalidad esencial. Esa
intencionalidad es una de las características más importantes que nos
diferencian de las demás especies.
Nuestra intencionalidad no es instintiva, quiero decir
que no es ciega sino que va acompañada por una voluntad emergente que nos dirige y conduce hacia horizontes que
van más allá de lo límites que le pudiesen marcar la propia especie. O sea:
podríamos decir que nuestra intencionalidad está siempre abierta y apunta hacia
metas y horizontes que constantemente nos trascienden. De ahí esa ansia tan
característica en los humanos de experimentar cierta insatisfacción básica, que
es la que nos convierte a todos en buscadores.
Porque el ser humano a diferencia del resto de los
animales se resiste a ser mortal y persigue sobre todo y allá en el fondo de
cualquiera de sus movimientos su inmortalidad. Y para esto tiene un Plan que
está inscrito en el corazón de nosotros
mismos, en lo que podríamos llamar nuestro ADN espiritual. Es ese Plan el que
vamos desarrollando de menos a más conciencia y vida tras vida, hasta
realizarlo.
Realizar ese Plan de nuestra vida es a lo que llamamos
Realización del ser que somos, y es lo único que nos puede liberar de cualquier
frustración, vacío o insatisfacción radical.
El Plan de nuestra vida es propiamente el plan de nuestra
alma que es la que lo va a desplegar y desarrollar. La razón de que esto sea
así es la de que nosotros como almas individuales somos gérmenes embrionarios
de un potencial infinito que como partes de un holograma total nosotros
contenemos. El Holograma total es el Dios Uno o Realidad Una, completa en sí
misma y que cada alma en el centro de sí misma lleva impreso, lo que viene
acompañado a su vez de la tendencia o impulso irrefrenables hacia la
experiencia y realización de esa Realidad Una.
Como almas somos un centro o un punto de conciencia por
donde la Totalidad divina se asoma o se vierte. Por eso nuestro vínculo con el
Ser Uno es total, indivisible y continuo. De hecho es eso lo que somos: focos
del divino, o también olas de su Océano, de modo que tanto, ambos, el foco como
la ola contienen todo lo que el Centro de Luz o el Océano contienen.
Pero mientras tanto, el alma no despierta sabe de su
finitud y quiere salir de ella, conoce sus límites y los quiere trascender,
experimenta sus carencia y vacíos y los quiere llenar. Entonces, para conseguir
esto dispone de un Plan, que progresivamente irá descubriendo y realizando,
porque estas dos acciones, la de descubrir y realizar son la parte esencial del
Plan y son las que dan sentido al Camino.
¿Y cuál es la esencia de ese Plan? Vamos a sustanciarlo
en dos partes esenciales. A la primera parte le llamamos conocimiento y a la
segunda realización. Pasemos, pues, a ver en que consiste cada uno de estos
aspectos.
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