lunes, 21 de mayo de 2018

¿Dónde está nuestro poder y de qué poder hablamos?



            ¿Dónde se encuentra nuestro poder? La respuesta a esta pregunta es obvia: se encuentra en nosotros como no podría ser de otro modo, porque cualquier cosa, persona o circunstancia a la que le demos ese poder lo que evidencia es que ya no es nuestro sino que se halla fuera de nosotros en aquello a lo que sí se lo hemos reconocido o en lo que lo hemos delegado. Nos convertimos así en personajes dependientes de algo externo a nuestro ser y, por eso mismo, sin poder propio. Aunque también es verdad que el poder nuestro tiene la genuina cualidad, como luego veremos, de que si lo perdimos puede ser perfectamente recuperado de nuevo, además de que no se trata tanto de  arrancarlo de aquello a lo que lo transferimos sino de permitirnos que renazca de nuevo en nosotros en nosotros mismos.
            Pero, ¿de qué clase de poder estamos hablando? Es cierto que existen muchos tipos de poder, por ejemplo el que otorga la fuerza física, también el del dinero, o el de las posesiones, como el de la autoridad, o muchos otros…Pero a nosotros aquí el que no interesa es el poder de ser felices, también el de decidir nuestro destino, así como el de elegir aquello en lo que queremos invertir nuestra energía, saber y amor, y más en concreto también el de afirmarnos en nuestro propósito de vida y misión en esta existencia. Por supuesto que este poder del que estamos hablando nos capacita igualmente para ser los dueños absolutos de nuestras reacciones frente al mundo en cada una de las formas en que este se nos presente: bien sea como alabanzas o críticas, como situaciones de escasez o de abundancia, de salud o enfermedad, de paz o de guerra, en situaciones placenteras o dolorosas, de luz o de sombra.
            Hablamos de que siempre evidentemente están sucediéndonos cosas, y estas nos llegan bajo mil formas, pero la reacción que tomemos nos pertenece, y en último caso, si hasta esa reacción parece irse de nuestras manos, siempre nos queda la posibilidad de no identificarnos con ella, porque somos en efecto más que nuestras reacciones, somos el ser que las contempla sin mancharse ni afectarse nunca por ellas.
            ¿Quién nos da o nos quita, nos reconoce o no nuestro poder de ser? Sólo nosotros, en exclusiva. Nadie fuera de nosotros mismos tiene la capacidad, la autoridad o el rango de cualquier tipo que sea que le permita darnos o quitarnos ese poder interior o espiritual de ser aquello que decidamos por nosotros mismo.
            Pero ocurre, por desgracia, o seguramente como parte de nuestro aprendizaje, que esto lo podemos haber olvidado, de modo que inconscientemente permitimos a otras personas, instituciones o lo que fuere el que se apropie de nuestro poder de decidir sobre nuestra propia existencia, también el de ser felices o desgraciados y, algo muy importante, el de decidir cuál es nuestro propósito y sentido en la vida. Sabemos que esto es así por el sufrimiento que se experimenta cuando así sucede.
            Por todo ello, y si de verdad queremos vivir en plenitud nuestra vida, gozosamente, libremente, lo que tendremos que hacer es en primer lugar tomar plena conciencia de a dónde hemos dejado ese poder, en qué o por qué manos, personas, objetos, circunstancias, instituciones, dioses, o lo que sea lo hemos entregado o por los cuales nos lo hemos dejado arrebatar. Y eso es muy importante que lo veamos claramente, porque sólo así podremos recuperarlo al retomar todo lo que allí fuera de nosotros, en todo ello habíamos proyectado.
            ¿A quien o que le hemos dado el poder de ser felices, de salvarnos, de vivir en paz, de vivir libres de culpa, de sentirnos luminosos y puros al margen de cuales sean nuestras decisiones y actos, de decirnos lo que es bueno o malo, moral o inmoral, lo que nos conviene o no…? Todo esto lo tenemos que revisar si de verdad queremos recuperar nuestro poder de ser y por lo tanto nuestro bien más preciado que es el de la libertad de ser.
            Nos hallamos en el tiempo de la vuelta las esencias, a la verdad de lo que es, de lo que somos, y por lo tanto este es el tiempo, siempre lo fue, pero ahora de manera especial porque nuestras conciencias están más despiertas para ello que nunca, de regresar a nuestro verdadero Yo, libres de tantos y tan diversos “tutores”, vigilantes o Gran Hermano sea cual sea el rostro que muestre, los cuales habían absorbido, retenido o manipulado, porque nosotros así se lo habíamos permitido, nuestra voluntad de crear, de vivir, de amar y sobre todo de ser desde nuestra particularidad única.






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