domingo, 17 de junio de 2018

Entre caballos sintiendo, resonando en el ser uno.


En mitad de la sierra, en un paraje inmensamente silencioso, calmo,
El aire suave, filtrado entre las ramas de los intemporales pinos,
Y siendo la montaña el más fiel de los testigos del privilegiado momento.
Quedaba yo absorbido por tanta paz en la que pronto me fui deslizando, adentrando…
Luego una mesa, unos amigos y la calidez del instante, las almas vibrando,
Gozo profundo, mágico espacio donde más que las palabras el reencuentro era todo.

Y Allá en el fondo unos caballos, mucho más que una bucólica escena.
Nos fuimos a su encuentro, por una leve ladera, unos potrillos retozaban con sus padres.
Varios de ellos al andar nosotros nos seguían, nos acompañaban, nos buscaban,
Misteriosa proximidad la suya. Enseguida sentí sus cabezas junto a la mía.
Alegría inmensa. Emoción grande. Los toqué, los acaricié, mis manos por su crin…
El sentimiento que me trasmitían provenía de otro mundo, no el humano,
Era el mundo consistente y real, lo veía, de los caballos adentrándose en el mío.
Y esto me sobrecogía.               

Experimentaba cómo se iban sincronizando nuestros cerebros,
Mientras mi mente tan humana se iba adecuando, qué descanso, a su sintonía,
Y qué digo, a sus pensamientos. ¡Los tenían!
El corazón se fue expandiendo, el tiempo deteniéndose, apenas si contaba,
Hablaban, me hablaban, nos hablaban,  con un lenguaje muy suyo,
Que venía de muy hondo, de más allá de nuestro tiempo,
Y que también a lo más hondo y a lo más allá de mí tocaban.
Siento que han despertado todo lo que de ellos yo soy y que por serlo,
En nosotros los humanos, en nuestro ser resuena. Porque en el Ser Uno los somos.

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