martes, 2 de abril de 2013

DIFICULTADES, PROBLEMAS Y SUFRIMIENTOS NO TIENEN NADA QUE VER CON NINGÚN TIPO DE CULPA O "PECADO" QUE LA HUMANIDAD TENGA QUE EXPIAR.




¿Qué es la culpa, que tantos dolores de cabeza y sufrimientos produce y a causa de la cual nuestra humanidad parecería condenada a sufrir todavía más?, ¿cómo surge? ¿No se nos predica que Jesús tuvo que morir en la cruz y sufrir lo indecible a causa o por culpa de nuestros pecados?, y, ¿no estamos arrastrando todos esa inmensa losa de culpabilidad que justifica y explica, según se piensa y nos han enseñado tantas veces, - en un “parirás con dolor”, por ejemplo- todos los males de la humanidad, por transgredir, allá en el comienzo de nuestros orígenes, una de las leyes que Dios nos había dado, tal como la de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal?. ¡Pero qué broma es esta!, ¡de qué estamos hablando!

Aún me resuenan en los oídos los cantos repetidos en semana santa cuando la gente en las iglesias entona con dolor y pena aquellos estribillos de “Perdona a tu pueblo, Señor, perdona a tu pueblo,…perdón, Dios mío, perdón y clemencia…No estés eternamente enojado…perdóname Señor.”, o aquello que se dice momentos antes de tomar la comunión: “Señor yo no soy digno…”

¿De qué clase de culpa se habla, y por qué no somos dignos, de qué se nos tiene que perdonar y por lo que, incluso el infinitamente bueno de Dios, –qué paradoja más rara, el infinitamente bueno es también el infinitamente enojado-, está eternamente enfadado?, ¿qué clase de locura es esta? Recordemos algunos principios, para mi lo son, y pongamos una cierta racionalidad, contextualizando adecuadamente toda esta historia de la culpa, reinterpretando lo que ya no se sostiene para mentes y consciencias del siglo XXI mínimamente evolucionadas; veamos:

-a). No somos muñequitos, ni marionetas que un ser muy poderoso construye desde su Olimpo particular para que se comporten según sus designios. Esa historia es falsa. El ser humano es manifestación emanada desde Lo único Que Es, entiéndase por emanada lo mismo que “salida de”, y por lo tanto “no diferente de”, al modo como tampoco lo es el hielo del agua; de hecho, todo cuanto existe es eso y no otra cosa, en cuanto que Eso, le podemos llamar Dios, es la Realidad Una, el Todo Uno sin segundo.

-b). Eso, el Todo Dios, en lo cual y desde lo cual vivimos y somos no es un algo ajeno ni separado de nosotros mismos, tal cosa como un Dios ahí fuera y nosotros “la otra cosa aquí” no existe, eso es un invento de la mente humana. Todo es Dios “ocupándolo” o “inundándolo” todo de todo, siendo en infinidad de formas, de las que cada una somos un modo de ser de Dios, sean el electrón, el átomo, la célula, la planta o el animal, el ser humano, la galaxia, etc. No es que Dios me haya creado, sino que yo soy un modo de expresarse Dios.

-c) Por lo tanto, no es real la idea de Dios como  algo delimitado y compacto frente a otra cosa que es “lo no Dios” y dentro de lo cual estaría todo el universo manifiesto en cada uno de sus reinos mineral, vegetal, animal y humano. Eso es una configuración mental que nuestros congéneres han hecho o continúan haciendo desde estadios poco evolucionados de la consciencia.

-d) Como consecuencia, no existe, por lo tanto, ningún Dios ahí fuera que viniese a castigarnos, ni tampoco que nos mandara previamente una orden de prohibición para que no consumiéramos determinada fruta o alimento de árbol alguno. Nacimos desde Él mismo, libres, y sin dejar de ser Él, aunque viéndose a través de cada particularidad. Y ello con todas las consecuencias para nuestra manifestación, que es el modo como Él quiere ser a través de y en nosotros. Nuestra voluntad es su voluntad en nosotros, aunque a veces nos olvidemos de ello y actuemos como si fuésemos piezas sueltas e independientes de un puzle muy complejo. ¿No se dice en la Biblia que ni uno sólo de nuestros cabellos se cae sin que Su voluntad lo permita?

-e) Ese antropomorfismo, que se refiere a un Dios dándonos ordenes, amenazándonos o castigándonos es un apaño que alguien a conciencia hizo, no se sabe muy bien por qué, tal vez con intenciones pedagógicas, o tal vez porque es así cómo podían llegar a comprenderse en y para un nivel de la humanidad que no llegaba aún a entender concepciones más avanzadas y abstractas o sutiles de la realidad y, por lo tanto, de Dios como indicativo de Lo Real o del Todo Uno, y que, como consecuencia, sólo con recursos muy duales e inmediatos o prosaicos lograban alcanzar a descifrar el misterio que tenían ante sí, o quizás fue la treta de algún impostor que aprovechándose de la ignorancia de los primitivos humanos se hizo pasar por Dios para dominarlos, esclavizarlos y controlarlos, tal y como algunas teorías han sugerido.

-f) Más lógicas parecen las interpretaciones que algunos filósofos (Ken Wilber, por ejemplo) y teólogos (en este caso los más avanzados y abiertos) hacen sobre el Paraíso Terrenal o Edén al señalar que este lo que en realidad hace es mostrarnos la representación del ser humano viviendo aún en un estado de bienaventuranza y fusión con el todo, en el que no se ha dado aún la aparición de la conciencia individual y del ego separador, donde los conceptos bueno-malo y por lo tanto de culpa ante acciones no correctas todavía no se había hecho presente, del mismo modo en que en un niño pequeño tampoco lo está; señalaría, pues el Edén, ese nivel pre-ego o infantil en el desarrollo evolutivo de la humanidad.

Pero ese estado cambia cuando el ser humano empieza a distinguir y a crear distancias como lo mío y lo tuyo, yo y tú, e inicia el proceso del pensar racional. Esto sería lo que en el mito se ha presentado como “comer del árbol de la ciencia del bien y del mal”, o sea, cuando, al fin, el hombre y la mujer ponen desde su propia consciencia y desde su voluntad libremente orientada hacia preferencias y jerarquías las categorías de bueno y de malo en función de sus intereses egóicos y de sus necesidades inmediatas de existencia y de comprensión.

Pero esto, a lo que se le ha llamado en algunas culturas como la nuestra, la judeocristiana, “pecado original” no es algo negativo en si mismo, no es una transgresión, sino más bien al contrario, ya que representa un avance en el proceso hacia la individualidad de las consciencias de los seres humanos, y, por lo tanto, en el crecimiento evolutivo de la humanidad; no es una caída, que es como se interpreta este paso, sino un levantarse y aumentar en consciencia y discernimiento.

Esa nueva consciencia, ese nuevo modo de percibir la realidad sobre sí mismo, el entorno y la trascendencia es lo que le hace al ser humano experimentar la duda, ya que se da cuenta de que puede establecer comparaciones y distingos entre muchas posibilidades de actuar y de pensar, cada una de las cuales trae consecuencias distintas, no igual de satisfactorias, por eso aparece la culpa y también el sufrimiento, como consecuencia ambos de la intervención activa de la mente que antes apenas si estaba presente.

No surge, pues, ni la culpa ni tampoco el sufrimiento porque hubiese alguien sobrevolando por allí con espadas flamígeras y que les estuviera continuamente amenazando; no es así, porque no es así como procede la evolución, el crecimiento, el desarrollo humano y la realidad del ser.

Ese pasar del estado infantil, entonces, de la no mente pre-egóica a la mente-ego es a lo que se le ha llamado la expulsión del Paraíso, del Edén original, que ahora podemos contemplar con una nueva óptica más adulta, más racional y más real, no arcaica, no mítica. Con el añadido de que esa salida del mundo de la bienaventuranza pre-ego tiene, además, otra interpretación posible que apunta más hondo todavía, y que conlleva el olvido en que el ser humano, y como parte de su propia evolución y camino posterior, porque tenía que ser así, cae de su propio origen, o sea, de su pertenencia al Ser Uno del que, aún no dándose cuenta, él nunca salió. Y eso por la falsa ilusión  que nos hace creer que estamos separados de Dios.  

Este es el único “pecado” que existe,  el de sentirnos separados de nuestra unidad con el Ser original, con la Vida Una siempre palpitando  en el Todo Uno de Dios, –nada que ver, pues, con la transgresión que nos han pintado de unos desobedientes humanos, encerrados en algo así como una reserva para criaturas esclavas que no hacen caso a lo que su amo les ha mandado que hagan- . Y esto es lo que se escenifica con la posterior salida del Edén, que deja en nosotros, o mejor, despierta en nuestro interior una añoranza instintiva hacia otra clase de Edén, que no será el mismo del que salimos, sino otro superior.

Este nuevo Edén hacia el que la evolución desde entonces se dirige no tiene nada que ver con una regresión hacia el pasado inconsciente y de fusión con un todo, sin discernir nuestra consciencia autónoma que era como en un estadio primitivo nos vimos, en el de aquel otro Edén pre-egóico, sino que se trata de un estado nuevo de ser, como consecuencia de un despertar a nuestra verdadera identidad, lo que implica reencontrarnos con nuestra esencia divina como pura vida consciente siendo gozo, energía e inteligencia plenas expresándose creativamente en la existencia.

Vistas así las cosas, lo que habría detrás de aquel mito no era una “caída” ni menos algo negativo, no era un pecado entendido como transgresión de una orden, sino que nos estaría indicando el comienzo iniciático y maravilloso de la aventura humana, dentro del Plan de expresión de la Fuente Divina o Dios en esta nuestra forma, cuyo primer y necesario paso ascendente y no de retroceso es el de asumir la individualidad propia, el yo soy como egos separados, si bien a costa primero del necesario “olvido estratégico”, habría que matizar, de nuestro ser uno con Dios.

Resumiendo: con el Edén original se representaría la expresión involucionada de Dios en la creación, para, a partir de ahí y como bien lo explicaría Aurobindo, iniciar, teniendo como medio privilegiado al ser humano, todo un camino evolutivo y ascendente que culmine un día en el autorreconocimiento de la conciencia divina como eje de nuestro ser para plasmarse poco a poco en nuevas formas superiores de humanidad, donde el ser supramental, futuro de la nueva humanidad, sea el protagonista de otro nuevo salto en la evolución.

No hay culpa, pues, ni pecado, ni castigo, ni, por lo tanto, hace falta ningún proceso expiatorio o de redención que se tenga que hacer por nosotros ni nosotros en nosotros mismos con o a través del sufrimiento, como, por ejemplo, la iglesia católica u otras religiones nos han enseñado que había que hacer. Lo que sí que hay, es un proceso en marcha, un proceso dentro de un Plan, que es el del ser divino o Realidad Una, libremente diseñado a través de infinidad de formas y características, desde las más sutiles, primitivas y simples en el inicio de la primera extroversión (a la que algunos le han llamado involución) de Dios en lo manifestado, para ir pasando después, a través de un proceso inverso de evolución ascendente, a las cada vez más complejas y conscientes formas manifiestas, en un esfuerzo intencional para ir de la ignorancia a la consciencia, del olvido de lo que siempre fuimos al recordar esa esencia divina como nuestro propio ser, de la muerte a la inmortalidad, de la separatividad a la unidad, de la identificación con la mente y sus movimientos a la consciencia no mental, y de la ignorancia a la luz; es decir, hasta despertar lúcidamente en la plenitud gozosa e inteligente de Ser.

 Con la particularidad, de que es el ser humano, en toda esta historia, el punto central hacia el que se ha ido dirigiendo toda la evolución y a través del cual se ha hecho consciente y autodirigida, para continuarla después, como ya hemos apuntado, hacia estadios superiores y más trascendentes de existencia y creatividad a los cuales ni nuestra imaginación llega ni nuestra razón comprende.

Por lo tanto, y desde esta óptica, toda transgresión, error o desviación, eso que se ha definido a veces como “pecado”, son vistos como posibilidades creativas dentro del plan, movimientos naturales y opciones a las que tenemos acceso por nuestro libre albedrío, opciones que enriquecen los movimientos de todo ser humano y que permiten el juego en el gran teatro del mundo. No existe, por lo tanto, tal cosa como el mal metafísico, puesto que no existe ninguna dualidad más que la fabricada por nuestra mente. Es el Ser Uno el único y verdadero protagonista, en nosotros y como nosotros, de toda esta inmensa e indefinible aventura.

En cuanto a las dificultades y los problemas con los cuales nos encontramos, sólo se entienden cuando se ven como elementos para progresar, aprender y crecer en este infinito camino. Sin ellos este divino o real juego, llámese como se quiera, dejaría de existir, no se podría jugar. Entendidos, en cambio, como resistencias, lecciones, apoyos, acicates y estímulos para la evolución, en un mundo en donde todo forma parte de una inmensa Escuela, entonces todo encaja y se comprende, sin perder nunca la perspectiva, y esto es muy importante tenerlo en cuenta, de que estamos realizando un Gran Juego en el que, aunque lo hayamos olvidado, todos hemos decidido participar.

¿Y el sufrimiento que todo esto produce, qué sentido tiene, no es absurdo? Si lo separamos de todo cuanto hemos dicho evidentemente que no se puede entender, pero con lo dicho hasta aquí las cosas cambian. Ahora sabemos que no es el resultado de un castigo, ni que estamos realizando un pago para liquidar una deuda, pero sí que forma parte, en cambio, de la interpretación que hagamos de nuestra realidad tal y como ya vimos al principio, y de qué entendamos que somos. Explicamos igualmente antes que era una consecuencia lógica de nuestra ignorancia, debido propiamente a nuestra confusión y errores mentales. Algo que también hemos de ir superando y solucionando en esta Escuela a la que nos hemos referido y en la que nos encontramos.

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