El pensamiento mítico se asienta sobre
elaboraciones mentales de lo que se considera que pueden ser determinadas cosas
(Dios, la situación de sufrimiento en la humanidad, el sentimiento de orfandad,
la existencia de la muerte, etc.), y esas elaboraciones mentales son acordes
con el grado del desarrollo mental, de consciencia e intuitivo de quienes las
realiza. Un mito nunca es lo real.
El pensamiento mítico
apunta hacia realidades o hacia la realidad misma, pero como a estas las ignora
y desconoce, o, en el mejor de los casos el creador del mito, no sabe o no
puede encontrar la forma lingüística para comunicarlas -si es que de ellas tuvo
su experiencia- , lo que hace es crear las condiciones lingüísticas, como de
hecho ocurre, para que su mito, es decir, su cuento o historia, les llegue de
forma inteligible a los que lo oyen.
Lo malo de esto es que, en lugar de ser
tomado el mito, como un indicio de algo misterioso y sagrado hacia el que se
apunta, se toma como si fuese la realidad misma. Y es así, como está
construidas casi todas o todas las religiones en su mayor parte. Esto es lo
mismo que ocurre, cuando se toma el dedo que apunta hacia la luna como si el
dedo fuera la luna misma olvidándose de la luna en sí que es lo verdaderamente
importante.
Lo Real Trascendente, Lo Que Es, Dios, si
es que le queremos llamara así a Esto dejando de lado la inmensa manipulación y
tergiversación a que hemos sometido esta dichosa palabra, es innombrable,
inconceptuable, está más allá de cualquier clase de fórmulación y teología,
aunque, eso sí, se puede vivenciar y experimentar, y eso es lo realmente importante para nosotros.
Una religión montada
sobre mitos (por ejemplo, los del pecado original, la expulsión del paraíso, el
Dios separado de nosotros que nos salva o nos condena si no hacemos
determinadas cosas, o que vive en un cielo allá aparte, etc., es una religión
que se apoya en una serie de falacias).
Y
los ritos que de esa religión emanan para reforzarla y que son, como podemos
verlo si les seguimos con interés el rastro, consecuencia de los anteriores
mitos (la necesidad del bautismo, o de la confesión, de determinados
sacramentos, etc..) son igualmente innecesarios, por estar basados en
construcciones mentales muy, muy humanas, y no sólo eso, sino además propias o
ligadas a una mente y una consciencia poco desarrollada y primitiva.
Esto no quiere decir que, aún, para algunas
personas, (y esto es para mi muy respetable, siempre y cuando no se quiera
imponer a los demás como la única interpretación verdadera de la realidad y
menos aún de la espiritualidad, como suele pasar con bastante frecuencia) la
religión y los mitos puedan resultar muy válidos y necesarios en función de su
carácter, tradición y educación; algunos aún no saben o no pueden vivir sin
ellos, y esto es comprensible, alejarse de estos soportes y estructuras sería
lo mismo que quitarse el suelo de debajo de sus pies. Pero poco a poco la
consciencia de las personas va evolucionando y subiendo peldaños.
Porque vamos yendo, y eso se nota en el
proceso en marcha de la humanidad, del
mito a lo real, de la religiosidad a la espiritualidad, del concepto y la
creencia a la necesidad de la vivencia interior y la experiencia de lo
trascendente. La información que el hombre y la mujer de hoy tenemos sobre
nosotros mismos a nivel psicológico, filosófico, científico y, sobre todo el
desarrollo evolutivo de nuestra consciencia hoy nos permiten saltar de forma
muy acelerada del mito hacia la búsqueda de Lo Real, porque lo anterior ya no
sirve para fundamentar el sentido de nuestra vida y de nuestra existencia, el
qué somos, de donde venimos y hacia donde vamos.
Para muchos, aún hace falta precisar que
religión y espiritualidad aunque no son conceptos contradictorios, tampoco son
idénticos, en realidad son diferentes. La religión es un hecho fundamentalmente
cultural, una forma de conducir o guiar al ser humano hacia el espíritu que es la
verdadera esencia de nuestro ser, lo que ocurre es que en la práctica se
convierte en una superestructura que oculta y ahoga el emerger del
espíritu en nosotros, porque a este se le teme aunque parezca que no,
quedándose, por el contrario en la estructura cultural-mítico ritual.
La espiritualidad tiene otra raíz, nace del
impulso interno de nuestro ser por reencontrarse en lo que es, y ese impulso es
autónomo, libre, evolutivo y creativo, se puede, si así lo quiere uno, integrar
en una cultura, tradición y estructura determinadas, pero sabiendo siempre que
estas le estarán supeditadas, a su servicio.
De hecho, los hombres y mujeres que
experimentan su ser espiritual son eminentemente libres, universales, abiertos
e incluso transreligiosos, y muchos ya no necesitan las religiones, como de
hecho ocurre, aunque en un momento dado también algunos puedan formar parte,
porque aún lo consideren importante, de alguna religión, pero sin perder nunca
su anclaje que ya no es ni cultural o por la mera inercia de la tradición sino
vivencial o de experiencia.
Y ahora hemos de resaltar que lo más
importante, es saber que la trascendencia y el Espíritu no pueden encajonarse,
jamás, en ninguna idea, formulismo, religión o tradición, sino que las supera
y, si acaso, las integra a todas, las cuales, entonces, se convierten, si han
sabido avanzar hacia lo real, desproveyéndose de toda la quincalla
cultural-tradicional-mítico-ideológica, en apoyos o sencillamente muletas para
quienes las necesiten, y de este modo les ayuden, no a instalarse en miedos y
sentimientos de culpa absurdos, como consecuencia de arcaicos y a todas luces
irracionales mitos, sino abrir a la vivencia de su verdadero ser, su auténtica
identidad, la vivencia y experiencia de Dios en ellos, no en un Dios fuera
“allá”, sino en un Dios “siendo en mi como yo” en el cual y por el cual me
siento unido e integrado en el Todo Uno dentro de cuyo Ser todos y toda la
realidad somos.
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