La
idea que tenemos de los demás es paralela a la idea que tenemos de nosotros
mismos; los otros representan a nuestros propios yoes, con la ventaja de tenerlos
delante para podernos ver mejor. Nuestra forma de mirarlos y tratarlos señala
la forma en que nos miramos y tratamos a
nosotros mismos, ellos nos indican cuan elevada está nuestra capacidad de amar
y amarnos, de perdonar y perdonarnos, pues todo lo que a través de ellos
volcamos a nosotros mismos lo hacemos, aunque no nos demos cuenta ni pensemos
que nos afecta. Cada hombre y cada mujer es la parte de nosotros “fuera”
representando uno más de los infinitos papeles que la vida nos asigna.
Si
Dios es Uno, y si la conciencia es indivisible, lo que se deduce es que nada ni
nadie se halla separado de otro. Todos estamos en Todo y el Todo está en cada
uno, como ocurre con un holograma en donde no existe parte alguna que no
refleje la totalidad del conjunto, esta es nuestra verdadera esencia, y en ello
reside la mística unión de todos los seres, independientemente de su raza,
religión, cultura, sexo, tradición, pensamientos y mundo al que pertenecen.
Aquello que no somos nos separa, pero en lo que somos nos reconocemos. El
olvido de lo que somos nos conduce también al olvido de lo que son los otros.
El cristiano contemplativo Thomas Merton cuando despertó a su esencia, a su
ser, describió cómo se transformó su propia visión de los demás, y lo describió
así: “Fue
entonces como si de pronto viese la belleza secreta de sus corazones, las
profundidades a donde no llegan el deseo ni el pecado, la persona que se es a
los ojos de Dios. Si tan sólo pudieran verse tal cual son, si tan sólo
pudiéramos vernos unos a otros de esa manera, no habría razón de ser de la
guerra, el odio, la crueldad. Nos postraríamos para adorarnos unos a otros”.
Normalmente encontramos en
los otros lo que acostumbramos a ver en nosotros mismos; así es como los
convertimos en las personas que confirman nuestros miedos o que son una
proyección de nuestros deseos y necesidades, tal vez nos señalan nuestro ideal
o, por el contrario, aquella parte de nosotros, la sombra, que nos negamos a
reconocer y aceptar. Por una razón o por otra, lo que todo esto señala es que
las relaciones que establecemos unos con otros son de ego a ego, siendo muy extrañas e infrecuentes las
que van de ser a ser. Como en el famosos cuento oriental, allá a donde nos dirijamos para vivir, o buscando
con quien relacionarnos, siempre encontraremos aquello mismo que experimentamos
en nuestro lugar de procedencia, pues llevamos siempre con nosotros el fardo de
los hábitos, prejuicios, miedos, esperanzas e ideales que definirán y
colorearán después nuestros encuentros.
Al transformarnos, nuestras
relaciones cambian. Dice el filósofo, psiquiatra y antropólogo Roger Walsh “cuando
el ojo del alma empieza a reconocer lo sagrado en todas las cosas, despierta
también a la visión de lo sagrado en todas las personas. Allí donde antes veía
desconocidos o competidores, puede ver ahora budas o hijos de Dios. …En lugar
de sospecha y miedo, aparecen sentimientos como
amor y apertura. Si vemos gente que disfruta de buena fortuna y alegría,
sentimos una felicidad natural porque ellos son felices” (Roger Walsh,
“Espiritualidad esencial”, edit. Alamah, pag.286). Así que, no hay otro método
ni técnica mejor, si lo que queremos es mejorar nuestras relaciones, que
cambiar la visión que tenemos de nosotros mismos, porque nuestra pareja,
amigos, familiares, vecinos y conocidos, también los llamados extraños, son el
perfecto espejo que nos muestra exactamente el grado de nuestro desarrollo.
Asi es Julián,lo has dicho muy clarito.
ResponderEliminarGracias,lo comparto en mi blog.Abrazos