domingo, 3 de noviembre de 2013

ÁNGELES Y ESPÍRITUS ELEMENTALES



  
 La limpia mirada de nuestro espíritu pronto detectó su presencia y compañía, de modo que, mientras las nubes de la racionalidad autosuficiente todavía no habían desplazado ni dejado de lado nuestro sentir interno, ellos, los ángeles, con este u otros nombres, formaban parte de nuestra realidad cotidiana, como espíritus celestes (querubines, serafines, potestades, dominaciones, ángeles, arcángeles y los principados, según la clasificación clásica de Dionisio el Areopagita)  con los que nuestro yo superior, a través de los arquetipos de sabiduría, bondad o poder, de un modo u otro conectaba, o como fuerzas y también espíritus de la naturaleza a los que la tradición ha calificado como los devas: del aire (sílfides), del agua (hadas, ninfas, ondinas, nereidas, sirenas), de la tierra (gnomos, enanos, elfos, dríadas) y del fuego (salamandras.). Cada uno de ellos, en su nivel, y según su papel específico han sido y son el eslabón perdido que restablece el puente de unión entre el poder divino y el nuestro, entre lo que la visión superficial de la naturaleza nos muestra y lo que desde su interior se manifiesta, entre lo que es la apariencia y lo que es la realidad, y, en definitiva, entre el Espíritu y la materia. Esto, que el racionalismo no entiende.        

Porque, aunque hemos hablado ya aquí, muchas veces, del potencial infinito del ser humano, de que nosotros mismos somos dioses en potencia, y de que nuestra capacidad para crear, transformar, resolver y vivir se mueve evolutivamente y en sentido ascendente hasta desarrollar y actualizar, cada vez más, sin agotarlas, por lo tanto, la fuerza, la energía y el poder, la inteligencia y la sabiduría, además del gozo, el amor y la alegría del fondo real de nuestro Ser que todo eso lo contiene, lo que hemos constatado y día a día experimentamos, es la existencia de un hiato que distancia o separa nuestra realidad actual de lo que todo aquel potencial augura, de forma que, en este sentido, nos vemos con frecuencia como “dioses caídos” y, hasta cierto punto angustiados en la horizontalidad de la no realización. Queremos, pero la cruda realidad nos muestra que no podemos ir más allá de lo que nuestros esfuerzos nos permiten. Y ahí es, entonces, donde las energía angélicas adquieren, dentro del orden del cosmos un papel específico y un sentido máximos. Pedirles su ayuda es lo que esperan y toca.

            Y lo mismo ocurre en el orden de la naturaleza. Toda ella está, creada, animada y sostenida a través del poder, el amor y la sabiduría divina, con sus leyes, con sus fuerzas, con sus estructuras y con sus patrones de conservación, reproducción, etc. La forma en que la Conciencia-Fuerza-Energía está allí presente es, como no podía ser menos, a través del alma de las cosas, sin cuya existencia se desintegrarían para transformarse en nuevas formas distintas de conciencia-energía. Dicha alma tiene su expresión en los espíritus elementales o ángeles de la naturaleza a los que nos referimos arriba, espíritus a los que la imaginación popular ha especificado en personajillos simpáticos, pero que hacen referencia real a presencias sutiles que sólo los videntes alcanzan a ver, aunque también nuestra intuición y sentir presienten. Este el orden lógico del mundo, que se nos desvela cuando los prejuicios del materialismo paticorto no se interpone en nuestro mirar. Si caemos en la cuenta, y la física cuántica ya lo ha hecho, de que primero es el Espíritu-Conciencia y de que el resto proviene de su voluntad y su mirada, esto que decimos se vuelve natural y evidente, y se descubre que detrás de una célula, de una flor, de un pez, de un árbol, del sol  o de una montaña, lo que está palpitando es precisamente eso, el espíritu-pensamiento de cada cosa, el ángel, el alma particular de la naturaleza que los sostiene.¡Es tan fácil de entender!

No hay comentarios:

Publicar un comentario