Son muy importantes,
para confirmar que nuestra vida no acaba en este plano ni en
esta existencia todos los recuerdos que
de vidas pasadas que han tenido determinadas personas, niños en especial, y
que tan profusamente estudió el Dr. Ian
Stevenson y que recoge en “Veinte casos que hacen pensar en la
reencarnación”, investigación que ha seguido con renovado interés el doctor Jim B. Tucker, psiquiatra en la
universidad de Virginia (EEUU) donde ejerce de director de la clínica
psiquiátrica infantil y familiar, el cual la recoge en su libro “Vida antes de
la vida” sobre los niños que recuerdan vidas anteriores. El estudio del Dr. Stevenson es muy exhaustivo y
recoge signos que en los niños investigados nos acercan a la posibilidad de su
reencarnación, tales como: el deseo de encontrar a la antigua familia,
repetidas afirmaciones de otra identidad, costumbres, comportamientos y
reacciones similares a las del difunto, deformaciones congénitas o marcas de
nacimiento, habilidades y aptitudes insólitas, conocimientos particulares,
conocimientos históricos o de erudición, y reconocimiento de lugares o de
gente. Pues bien, la conclusión a la que él llega tras su estudio es que es
altamente probable la realidad de la reencarnación, la cual explica mejor que
otras hipótesis alternativas lo que esos niños de los que se ha hecho un
seguimiento muy preciso nos muestran.
Digamos,
por otra parte, y como explicación metafísica que justifica la reencarnación, que
a nuestro modo de ver, es un instrumento maravilloso del que se sirve nuestra
alma para experimentar, aprender, superar, evolucionar y despertar. De tal
modo, que cuando de verdad se comprende lo que somos, es decir conciencia, y se
sabe que toda la existencia es un inmenso juego divino, a través del cual el
Todo Uno, Dios, se anonada, o sea, aparentemente se pierde desapareciendo y
olvidándose totalmente de sí desde las fases más primitivas de su
exteriorización a través de los primeros signo de la materia, para ir creciendo por ascensión
evolutiva de menos a más conciencia, de menos a más saber, de menos a más
capacidad de amar, etc., para ir despertando así progresivamente, y experiencia
tras experiencia, con aciertos y errores, y prueba tras prueba, a la conciencia
de la conciencia de lo que se es, y al desarrollo y manifestación de todo su
infinito potencial, no resulta entonces nada extraño, sino que, al contrario,
se ve como un instrumento perfecto y necesario para que ese plan-juego se lleve
a término, la reencarnación.
De
hecho, sin la reencarnación, es prácticamente imposible explicar las
diferencias tan radicales, graves o
dramáticas que entre unos y otros existen en el mundo. En cambio, con ella todo
adquiere un significado nuevo y una coherencia muy grandes. Si, además,
introducimos el principio de causa y efecto (el famosos karma) o algo tan
clarificador y real como el que cada uno pueda elegir antes de encarnar los
papeles a representar según los aprendizajes que se desee desarrollar y
conseguir, entonces vemos que las cosas ya encajan, mostrándonos una lógica que
antes se nos escapaba. Y vemos igualmente con meridiana claridad que el
principio de una sola vida para cada alma no tiene razón de ser alguna.
Nadie
es más que nadie, ni nadie tiene más o menos posibilidades como almas que somos
en cuanto a capacidad, logros, medios y fines. Todos pasamos por todo, de modo
que a través de cada tipo de experiencia aprendemos, desarrollamos y
despertamos cada vez más a nuestra verdadera esencia divina. Así es la vida y
tal significado tiene la existencia. Ninguna vida nos es ajena, ningún
personaje nos es extraño. Nadie es exclusivamente el papel que hoy representa.
El pobre de hoy pudo haber sido el más rico de la Tierra en el pasado o
viceversa. Hoy eres católico, pero seguramente has sido también judío o
musulmán en otra vida, y lo mismo los demás. El alma evidentemente evoluciona a
través de sus miles de representaciones, y con sus infinitos personajes no hace
sino expresar la infinita sabiduría, amor y poder de su ser divino, primero no
reconociéndose en cuanto tal de tan fusionada como está con sus egos, aunque
posteriormente y poco a poco vaya reconociendo y evidenciando su dimensión
verdadera. En esta Escuela que es el planeta Tierra son muchas las actividades
y ejercicios que tenemos que realizar para pasar de nivel, y no sólo aquí sino
en otros planetas y dimensiones. Es el Plan divino en el que nosotros
participamos como diseñadores aunque nuestro olvido de momento sea tan grande. Es
tan poco lo que sabemos de todo esto…Pero el recuerdo irá viniendo.
Puntualicemos
ahora un pequeño dato histórico que puede interesar a muchos: como hay personas
que rehúyen el asunto de la reencarnación como si se tratase de algo
incompatible con su religión, cosa que no ocurre entre los orientales, es bueno
que los creyentes católicos sepan que en la Iglesia cristiana de los primeros
siglos se creía en la reencarnación. Con anterioridad ya la enseñaban los
pitagóricos, los esenios y los platónicos, por ejemplo. Pero Orígenes (184-254)
que era cristiano la enseñaba también, hablando de la preexistencia de los
espíritus y su reencarnación, también eran muchos los creyentes que creían
igualmente en ella, influenciados por las creencias ambientales provenientes
del platonismo. Pero la Iglesia oficial al servicio de sus propios intereses
que no siempre eran demasiado rectos sino también acomodaticios, la fue
quitando de su ideario conforme fue pasando el tiempo, de manera que en el
Concilio de Costantinopla (553) prescindió definitivamente de ella.
Pero
es importante el que no se nos escape que con la reencarnación no tiene ninguna
cabida el postulado de la condenación eterna y al poner su acento en la
responsabilidad que cada uno tiene sobre su existencia, las experiencias que ha
de pasar así como su autonomía para dirigir sus destinos, etc. se ve muy claro que
el papel de mediador y juez que la autoridades de la Iglesia se han
autootorgado deja de tener el valor y sentido que se le daba. Lógico, pues, que
en su teología y dogmas se prefiera dejar al margen la reencarnación, que se
convertiría en un verdadero quebradero de cabeza para mantener como está su
andamiaje y estructura. Aunque la realidad es lo que es, lo diga Agamenón o su
porquero. Mejor, pues, el que cada uno saque sus propias conclusiones. Nosotros
ya hemos puesto las nuestras.
Vamos
a terminar ya este apartado citando a nuestro admirado Aurobindo, el gran sabio hindú del que ya hemos hablado en otras
ocasiones, el cual prefiere hablar de renacimiento en vez de reencarnación, si bien el significado de
ambas cosas viene a ser sustancialmente el mismo. Dice él a propósito de este
tema, (“Renacimiento y karma”) que llega un momento en que el alma es ya
plenamente consciente de esta verdad, la de la reencarnación, sin la cual no se
podría entender ni el sufrimiento, ni la evolución ni el aprendizaje del alma,
ni casi nada de nuestra existencia. Pero mejor que leamos sus palabras, a las
que nos unimos desde ese profundo sentir y saber al que nuestra intuición nos
lleva: “el alma no necesita ninguna prueba de su renacimiento del mismo modo
que tampoco necesita pruebas de su inmortalidad. Pues llega un momento en que
es conscientemente inmortal, consciente de sí misma en su esencia eterna e
inmutable. Una vez alcanzada tal comprensión, toda especulación intelectual en
pro o en contra de la inmortalidad del alma se desvanece como un vano clamor de
la ignorancia ante la verdad autoevidente y eternamente presente…..Así llega un
momento en que el alma se hace consciente de sí misma en su movimiento eterno e
inmutable; toma entonces conciencia de las edades pasadas que configuraron la
organización actual del movimiento, ve como este fue preparado en un pasado
ininterrumpido, recuerda los estados del alma anteriores, lo que la rodeaba,
las formas específicas de actividad que dieron origen a sus componentes
actuales y sabe en pos de qué se mueve en su evolución hacia un futuro
ininterrumpido”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario