viernes, 8 de septiembre de 2017

SOBRE LA REENCARNACIÓN Y EL RECUERDO DE VIDAS PASADAS

Son muy importantes,
para confirmar que nuestra vida no acaba en este plano ni en esta existencia todos los recuerdos que de vidas pasadas que han tenido determinadas personas, niños en especial, y que tan profusamente estudió el Dr. Ian Stevenson y que recoge en “Veinte casos que hacen pensar en la reencarnación”, investigación que ha seguido con renovado interés el doctor Jim B. Tucker, psiquiatra en la universidad de Virginia (EEUU) donde ejerce de director de la clínica psiquiátrica infantil y familiar, el cual la recoge en su libro “Vida antes de la vida” sobre los niños que recuerdan vidas anteriores. El estudio del Dr. Stevenson es muy exhaustivo y recoge signos que en los niños investigados nos acercan a la posibilidad de su reencarnación, tales como: el deseo de encontrar a la antigua familia, repetidas afirmaciones de otra identidad, costumbres, comportamientos y reacciones similares a las del difunto, deformaciones congénitas o marcas de nacimiento, habilidades y aptitudes insólitas, conocimientos particulares, conocimientos históricos o de erudición, y reconocimiento de lugares o de gente. Pues bien, la conclusión a la que él llega tras su estudio es que es altamente probable la realidad de la reencarnación, la cual explica mejor que otras hipótesis alternativas lo que esos niños de los que se ha hecho un seguimiento muy preciso nos muestran.
Digamos, por otra parte, y como explicación metafísica que justifica la reencarnación, que a nuestro modo de ver, es un instrumento maravilloso del que se sirve nuestra alma para experimentar, aprender, superar, evolucionar y despertar. De tal modo, que cuando de verdad se comprende lo que somos, es decir conciencia, y se sabe que toda la existencia es un inmenso juego divino, a través del cual el Todo Uno, Dios, se anonada, o sea, aparentemente se pierde desapareciendo y olvidándose totalmente de sí desde las fases más primitivas de su exteriorización a través de los primeros signo de la  materia, para ir creciendo por ascensión evolutiva de menos a más conciencia, de menos a más saber, de menos a más capacidad de amar, etc., para ir despertando así progresivamente, y experiencia tras experiencia, con aciertos y errores, y prueba tras prueba, a la conciencia de la conciencia de lo que se es, y al desarrollo y manifestación de todo su infinito potencial, no resulta entonces nada extraño, sino que, al contrario, se ve como un instrumento perfecto y necesario para que ese plan-juego se lleve a término,  la reencarnación.
De hecho, sin la reencarnación, es prácticamente imposible explicar las diferencias  tan radicales, graves o dramáticas que entre unos y otros existen en el mundo. En cambio, con ella todo adquiere un significado nuevo y una coherencia muy grandes. Si, además, introducimos el principio de causa y efecto (el famosos karma) o algo tan clarificador y real como el que cada uno pueda elegir antes de encarnar los papeles a representar según los aprendizajes que se desee desarrollar y conseguir, entonces vemos que las cosas ya encajan, mostrándonos una lógica que antes se nos escapaba. Y vemos igualmente con meridiana claridad que el principio de una sola vida para cada alma no tiene razón de ser alguna.
Nadie es más que nadie, ni nadie tiene más o menos posibilidades como almas que somos en cuanto a capacidad, logros, medios y fines. Todos pasamos por todo, de modo que a través de cada tipo de experiencia aprendemos, desarrollamos y despertamos cada vez más a nuestra verdadera esencia divina. Así es la vida y tal significado tiene la existencia. Ninguna vida nos es ajena, ningún personaje nos es extraño. Nadie es exclusivamente el papel que hoy representa. El pobre de hoy pudo haber sido el más rico de la Tierra en el pasado o viceversa. Hoy eres católico, pero seguramente has sido también judío o musulmán en otra vida, y lo mismo los demás. El alma evidentemente evoluciona a través de sus miles de representaciones, y con sus infinitos personajes no hace sino expresar la infinita sabiduría, amor y poder de su ser divino, primero no reconociéndose en cuanto tal de tan fusionada como está con sus egos, aunque posteriormente y poco a poco vaya reconociendo y evidenciando su dimensión verdadera. En esta Escuela que es el planeta Tierra son muchas las actividades y ejercicios que tenemos que realizar para pasar de nivel, y no sólo aquí sino en otros planetas y dimensiones. Es el Plan divino en el que nosotros participamos como diseñadores aunque nuestro olvido de momento sea tan grande. Es tan poco lo que sabemos de todo esto…Pero el recuerdo irá viniendo.
Puntualicemos ahora un pequeño dato histórico que puede interesar a muchos: como hay personas que rehúyen el asunto de la reencarnación como si se tratase de algo incompatible con su religión, cosa que no ocurre entre los orientales, es bueno que los creyentes católicos sepan que en la Iglesia cristiana de los primeros siglos se creía en la reencarnación. Con anterioridad ya la enseñaban los pitagóricos, los esenios y los platónicos, por ejemplo. Pero Orígenes (184-254) que era cristiano la enseñaba también, hablando de la preexistencia de los espíritus y su reencarnación, también eran muchos los creyentes que creían igualmente en ella, influenciados por las creencias ambientales provenientes del platonismo. Pero la Iglesia oficial al servicio de sus propios intereses que no siempre eran demasiado rectos sino también acomodaticios, la fue quitando de su ideario conforme fue pasando el tiempo, de manera que en el Concilio de Costantinopla (553) prescindió definitivamente de ella.
Pero es importante el que no se nos escape que con la reencarnación no tiene ninguna cabida el postulado de la condenación eterna y al poner su acento en la responsabilidad que cada uno tiene sobre su existencia, las experiencias que ha de pasar así como su autonomía para dirigir sus destinos, etc. se ve muy claro que el papel de mediador y juez que la autoridades de la Iglesia se han autootorgado deja de tener el valor y sentido que se le daba. Lógico, pues, que en su teología y dogmas se prefiera dejar al margen la reencarnación, que se convertiría en un verdadero quebradero de cabeza para mantener como está su andamiaje y estructura. Aunque la realidad es lo que es, lo diga Agamenón o su porquero. Mejor, pues, el que cada uno saque sus propias conclusiones. Nosotros ya hemos puesto las nuestras.

Vamos a terminar ya este apartado citando a nuestro admirado Aurobindo, el gran sabio hindú del que ya hemos hablado en otras ocasiones, el cual prefiere hablar de  renacimiento en vez de reencarnación, si bien el significado de ambas cosas viene a ser sustancialmente el mismo. Dice él a propósito de este tema, (“Renacimiento y karma”) que llega un momento en que el alma es ya plenamente consciente de esta verdad, la de la reencarnación, sin la cual no se podría entender ni el sufrimiento, ni la evolución ni el aprendizaje del alma, ni casi nada de nuestra existencia. Pero mejor que leamos sus palabras, a las que nos unimos desde ese profundo sentir y saber al que nuestra intuición nos lleva: “el alma no necesita ninguna prueba de su renacimiento del mismo modo que tampoco necesita pruebas de su inmortalidad. Pues llega un momento en que es conscientemente inmortal, consciente de sí misma en su esencia eterna e inmutable. Una vez alcanzada tal comprensión, toda especulación intelectual en pro o en contra de la inmortalidad del alma se desvanece como un vano clamor de la ignorancia ante la verdad autoevidente y eternamente presente…..Así llega un momento en que el alma se hace consciente de sí misma en su movimiento eterno e inmutable; toma entonces conciencia de las edades pasadas que configuraron la organización actual del movimiento, ve como este fue preparado en un pasado ininterrumpido, recuerda los estados del alma anteriores, lo que la rodeaba, las formas específicas de actividad que dieron origen a sus componentes actuales y sabe en pos de qué se mueve en su evolución hacia un futuro ininterrumpido”.    

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