jueves, 5 de octubre de 2017

Dios, y nuestra perspectiva en su inabarcabilidad.

Lo que buscamos, Dios, no puede ser encontrado ya que integra al buscador mismo. ¿Es eso cierto del todo?, ¿tampoco se le puede conocer, ni comprender…?

A partir de ahora y en los capítulos que restan, vamos a tratar de analizar y comprender los ecos, sugerencias y profundidades que esta palabra, “Dios”, nos trae, intentando ir cada vez más “alto” y más “lejos” en su comprensión, más allá del más allá de todo lo que entendemos por Él, y más lejos de cualquier concepto o idea de los que encarcelan, encorsetan y oprimen la infinitud del amor, del saber y del hacer.
Lo vamos a hacer, a pesar de la paradoja que supone  que a Dios por ser todo en to no se le puede ni rastrear ni buscar, ya que hasta estos mismos gestos, como todo, forman ya parte de Él y están incluidos en Su Realidad. Si nada hay ajeno a Dios, no es posible por lo tanto que se pueda ir a su encuentro dado que ya estamos en Él, si acaso sólo podemos tomar conciencia de tal hecho.
Así que, en cierta medida y a pesar de lo dicho, vamos a tratar de realizar una quimera, un imposible, indagando con la ayuda de la mente, pero sobre todo con el corazón, a través de ese instrumento tan preciado que es la intuición, y, desde luego, con todo nuestro ser lo que es Dios para nosotros. No lo haremos desde la perspectiva de ninguna religión en particular, pues estas lo único que hacen es reducirlo a un formalismo humano, a una interpretación humana y en función de intereses igualmente muy humanos, y todo bajo lla lave de sus inamovibles dogmas. No lo haremos tampoco en función de ninguna creencia, ni siquiera de la propia, pues no hay creencia que lo acote ni se identifique con Lo Que Es.
Pero, eso sí, a pesar de todo, nos abriremos a Eso irreductible que es el puro Ser, dejándolo que sea él en nosotros. Lo intentaremos hacer desde el único lugar que lo hace factible, que es a través del vaciamiento de la mente y del pensar, con la libertad y el saber que nacen del puro sentir, y conscientes de que aquello hacia lo que señalamos, en su esencia, es omniabarcante e inconmensurable: anterior al pensamiento, al sentir y al hacer. Presencia. Vida y Ser. Eso.
Y dicho esto, uno se pregunta: ¿acaso no es una locura tratar de conocer a Dios?
Lo es, en apariencia. Pero grata locura.
¿Y no es mayor locura tratar de comprenderlo?
Efectivamente, en apariencia. Pero también en alguna medida necesario intento.
¿Y hablar de/sobre Dios?
Eso es tan sólo un arrojo, y muy meritorio por cierto. Pero no vano.
Y amarlo, ¿se le puede amar a Dios?
Eso es lo que muchos dicen que hay que hacer, ¿pero cómo amar lo que no se conoce y lo que parece superar nuestra capacidad de comprensión?, ¿será un imposible?
Mucha paradoja parece haber aquí. Aunque, desde el mundo de lo divino, es decir, no desde la mente racional, sino desde la conciencia, sólo las paradojas funcionan. Por cierto: ¿no es una escandalosa, aunque también maravillosa paradoja, afirmar que el Uno, que lo es Todo, esté igualmente presente como totalidad en cada una de las partes? Pues eso es lo que sucede. El Todo y la parte, Lo Uno y lo múltiple en perfecta correspondencia, simultaneidad y armonía. ¡Qué locura! Esto lo es, y tanto.
Amar a Dios sobre todas las cosas, decimos. ¿No es eso lo que ocurre cuando el amor que surge en nosotros es incondicional y no está ligado a objeto alguno?
¿Conocer a Dios? Y ¿no es eso lo que en alguna medida creemos que sucede cuando vivimos la autoconciencia de nuestro propio ser?
¿Y comprenderlo?, ¿tenemos algún atisbo de ello?, claro que sí, o ¿no es eso lo que parece darse cada vez que decimos que su despliegue como conciencia se hace de manera evolutiva?, o cuando decimos de Él que es Amor o Pura Presencia? De lo contrario, es decir, sin esas comprensiones y saberes no podría hacer esa clase de afirmaciones.
A lo mejor, todo se vuelve más sencillo de lo que parece una vez que hemos aceptado y comprendido lo que significa que Él, Dios, El Ser Supremo, es a través de la Realidad manifiesta que de él emana, y que se concreta en cada ser, punto de luz o “chispa” de conciencia-amor-sabiduría-energía que es lo que somos.
Siendo las cosas así, uno afirma que el ser de cada cual debe de conocer mucho, así como tiene que comprender lo suficiente sobre su Origen-Dios como para poder hablar, amar y sentir sobre el inabarcable Ser-Uno. Otra cosa muy diferente es que nos enteremos de eso o que no, y que estemos más o menos dormidos como para verlo, pero el hecho está ahí, y por lo tanto, sólo es cuestión de que nuestra conciencia se vaya abriendo lo suficiente, para que por ese resquicio algo de Lo Que Es, o sea, la Verdad de Dios empiece a hacérsenos evidente. Y para que esto ocurra, no es necesario que uno esté iluminado, ni mucho menos, basta con que haya una cierta entrega y receptividad hacia Eso.

 Lógico ¿verdad? Así lo creo, ya que, de lo contrario ni una palabra de las dichas hasta aquí me hubiese atrevido a escribirla. Y, por supuesto, ni media, ni un cuarto, ni nada de las que a continuación vendrán.

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