Todos buscamos la verdadera paz interior, pero en
nuestra mente aún
Existe una barrera muy grande construida con miedos,
odios y resentimientos.
Por desgracia, esos ladrillos que la forman son en
su mayoría inconscientes.
Sentimos todo eso, pero no nos atrevemos a mirarlo
de cara y sanarlo;
En su lugar lo vamos proyectando fuera, sobre todo
contra los demás.
Así, pensamos o decimos que ellos son los
responsables de nuestro sufrimiento,
Y todo, porque nos da terror reconocer en nosotros
la sensación de culpa.
No soportamos ese hecho y por eso preferimos
sentirnos víctimas.
Ciertamente, es mucha la culpa que acarreamos en
nuestro interior,
Una culpa sinsentido pero que nos va minando por
dentro impidiéndonos vivir en paz.
Tememos tanto la culpa porque tememos aún más el castigo.
¿Castigo por qué? Por una sensación profunda de
indignidad que nos embarga
Al vernos y sentirnos separados de la Fuente, de
Dios.
Pero todo eso es falso, pues jamás nos separamos de
Dios, que es nuestro ser.
Todo ha sido un juego, un sueño en el que tanto
hemos entrado
Que hemos llegado a olvidar la identidad que los sostiene,
nuestro yo superior.
Por eso tenemos que despertar a él, que es nuestra auténtica
realidad divina.
¿Cómo? Dejando que desfilen ante nuestra mirada
interior todos nuestros fantasmas,
Todos esos temores, odios, y resentimientos que nos corroen.
Y viéndolos tal y como son, con sus referencias
concretas, perdonarnos,
Es decir, reconocer, que nada de eso, por mucha vergüenza
que nos dé, lo somos.
De este modo, perdonándonos y perdonando dejaremos
espacio
Para que nuestro verdadero Yo superior resplandezca
como lo que somos,
Y así sentiremos cómo la paz interior, que es la
experiencia del Espíritu Santo en nosotros,
Se instala en nuestros corazones desplazando todo
tipo de angustia, vaciedad y desazón.
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