lunes, 8 de octubre de 2018

No tendremos paz mientras no reconozcamos nuestro ser.


Todos buscamos la verdadera paz interior, pero en nuestra mente aún
Existe una barrera muy grande construida con miedos, odios y resentimientos.
Por desgracia, esos ladrillos que la forman son en su mayoría inconscientes.
Sentimos todo eso, pero no nos atrevemos a mirarlo de cara y sanarlo;
En su lugar lo vamos proyectando fuera, sobre todo contra los demás.
Así, pensamos o decimos que ellos son los responsables de nuestro sufrimiento,
Y todo, porque nos da terror reconocer en nosotros la sensación de culpa.
No soportamos ese hecho y por eso preferimos sentirnos víctimas.
Ciertamente, es mucha la culpa que acarreamos en nuestro interior,
Una culpa sinsentido pero que nos va minando por dentro impidiéndonos vivir en paz.
Tememos tanto la culpa porque tememos  aún más el castigo.
¿Castigo por qué? Por una sensación profunda de indignidad que nos embarga
Al vernos y sentirnos separados de la Fuente, de Dios.
Pero todo eso es falso, pues jamás nos separamos de Dios, que es nuestro ser.
Todo ha sido un juego, un sueño en el que tanto hemos entrado
Que hemos llegado a olvidar la identidad que los sostiene, nuestro yo superior.
Por eso tenemos que despertar a él, que es nuestra auténtica realidad divina.
¿Cómo? Dejando que desfilen ante nuestra mirada interior todos nuestros fantasmas,
Todos esos temores, odios,  y resentimientos  que nos corroen.
Y viéndolos tal y como son, con sus referencias concretas, perdonarnos,
Es decir, reconocer, que nada de eso, por mucha vergüenza que nos dé, lo somos.

De este modo, perdonándonos y perdonando dejaremos espacio
Para que nuestro verdadero Yo superior resplandezca como lo que somos,
Y así sentiremos cómo la paz interior, que es la experiencia del Espíritu Santo en nosotros,
Se instala en nuestros corazones desplazando todo tipo de angustia, vaciedad y desazón.

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