miércoles, 4 de septiembre de 2013

LA RELACIÓN DE PAREJA

Existen modos privilegiados de encuentro entre los seres humanos que por su calidad e intensidad se convierten en verdaderos templos sagrados para la relación. Sus características hacen de ellos centros de crecimiento y desarrollo especialmente intensos y completos. Este es el caso de la relación que se da en la pareja humana, en la que dos personas se comprometen, atraídas por su amor, para crecer, desarrollarse, evolucionar y vivir juntas, haciendo  de esto una tarea común y con sentido.

Lo que cada cual haga y experimente, proyecte y viva en o desde su pareja depende de la creatividad, el empuje, la dinámica, el empeño y la decisión que quiera y esté dispuesto a invertir en ella. No está hecha una pareja, en realidad es un pretexto que el universo pone en nuestras manos para que la hagamos, tampoco existe un modelo, lo tenemos que desarrollar, y ni siquiera es un estado sino que se parece y mucho a un río que en su discurrir es vivo, en movimiento continuo, renovable constantemente. Mala cosa si se convierte en una momia, un fósil o en un baúl de los recuerdos. Pero de eso no estamos hablando aquí.

Normalmente, la pareja con sentido tiene en su corazón mucho de misterio, ya que en sus raíces se alimenta de impulsos, voluntades y compromisos tan profundos y lejanos que arraigan en nuestras vidas anteriores, y, en concreto, en parte de los proyectos que uno se trajo al nacer. Asumir esto le imprime más claridad, dimensión y sentido, aportándonos comprensiones que de otro modo nos costaría mucho encontrar. De este modo, en cambio, podemos observar al contemplarla con detenimiento todo un tapiz de movimientos desplegando temas y guiones, argumentos e historias tendentes, siguiendo un trazo perfecto, a completar aspectos de nuestro crecimiento que, o bien quedaron pendientes, o que simplemente se quieren conquistar.

La casualidad no existe, tampoco, por lo tanto, en la relación de pareja que estamos describiendo; descubrir su sentido, el propósito que ha unido a dos personas en un proyecto común y entender el tipo de dificultades a superar y los escollos a integrar, sólo se consiguen tras desarrollar la autocomprensión y el discernimiento sobre uno mismo. A más conocimiento interior mejor posibilidad para entender el por qué de nuestra pareja, lo que ella nos aporta y posibilita, y el camino que con ella recorremos. La ceguera como el no querer ver son el peor enemigo para cualquier caminante y la garantía de que así no se llega a destino alguno. La dimensión, el valor y el sentido definitivo de nuestra tarea lo va marcando la profundidad, la calidad y la luminosidad de nuestra mirada. Podemos ver mucho o no ver nada de nuestra relación, esto pasa.

No es un conglomerado ni una amalgama amorfa la pareja a la que aquí nos referimos. Su proyección e impronta en nuestra evolución la marca el compromiso real que cada uno de sus miembros tiene consigo mismo, su voluntad real de crecer y de ser individualmente; es decir, con la pareja pero, aunque sea una paradoja, como si esta no existiera. Individuos maduros, responsables y con sentido son los que hacen que esta relación sea productiva, viva, luminosa y feliz. Delegar o proyectar la responsabilidad de nuestra realización en el otro es siempre un error. Nada ni nadie puede jamás sustituir el trabajo personal que cada uno tiene que realizar. Más aún, la verdadera relación de pareja se empieza a experimentar cuando las dos personas que la integran han comprendido y asumido con entera responsabilidad el propósito de sus propias vidas.

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