Existen modos
privilegiados de encuentro entre los seres humanos que por su calidad e
intensidad se convierten en verdaderos templos sagrados para la relación. Sus
características hacen de ellos centros de crecimiento y desarrollo
especialmente intensos y completos. Este es el caso de la relación que se da en
la pareja humana, en la que dos personas se comprometen, atraídas por su amor,
para crecer, desarrollarse, evolucionar y vivir juntas, haciendo de esto una tarea común y con sentido.
Lo que cada
cual haga y experimente, proyecte y viva en o desde su pareja depende de la
creatividad, el empuje, la dinámica, el empeño y la decisión que quiera y esté
dispuesto a invertir en ella. No está hecha una pareja, en realidad es un
pretexto que el universo pone en nuestras manos para que la hagamos, tampoco
existe un modelo, lo tenemos que desarrollar, y ni siquiera es un estado sino
que se parece y mucho a un río que en su discurrir es vivo, en movimiento
continuo, renovable constantemente. Mala cosa si se convierte en una momia, un
fósil o en un baúl de los recuerdos. Pero de eso no estamos hablando aquí.
Normalmente,
la pareja con sentido tiene en su corazón mucho de misterio, ya que en sus
raíces se alimenta de impulsos, voluntades y compromisos tan profundos y
lejanos que arraigan en nuestras vidas anteriores, y, en concreto, en parte de
los proyectos que uno se trajo al nacer. Asumir esto le imprime más claridad,
dimensión y sentido, aportándonos comprensiones que de otro modo nos costaría
mucho encontrar. De este modo, en cambio, podemos observar al contemplarla con
detenimiento todo un tapiz de movimientos desplegando temas y guiones,
argumentos e historias tendentes, siguiendo un trazo perfecto, a completar aspectos
de nuestro crecimiento que, o bien quedaron pendientes, o que simplemente se
quieren conquistar.
La casualidad
no existe, tampoco, por lo tanto, en la relación de pareja que estamos
describiendo; descubrir su sentido, el propósito que ha unido a dos personas en
un proyecto común y entender el tipo de dificultades a superar y los escollos a
integrar, sólo se consiguen tras desarrollar la autocomprensión y el
discernimiento sobre uno mismo. A más conocimiento interior mejor posibilidad
para entender el por qué de nuestra pareja, lo que ella nos aporta y
posibilita, y el camino que con ella recorremos. La ceguera como el no querer
ver son el peor enemigo para cualquier caminante y la garantía de que así no se
llega a destino alguno. La dimensión, el valor y el sentido definitivo de
nuestra tarea lo va marcando la profundidad, la calidad y la luminosidad de
nuestra mirada. Podemos ver mucho o no ver nada de nuestra relación, esto pasa.
No es un
conglomerado ni una amalgama amorfa la pareja a la que aquí nos referimos. Su
proyección e impronta en nuestra evolución la marca el compromiso real que cada
uno de sus miembros tiene consigo mismo, su voluntad real de crecer y de ser
individualmente; es decir, con la pareja pero, aunque sea una paradoja, como si
esta no existiera. Individuos maduros, responsables y con sentido son los que
hacen que esta relación sea productiva, viva, luminosa y feliz. Delegar o proyectar
la responsabilidad de nuestra realización en el otro es siempre un error. Nada
ni nadie puede jamás sustituir el trabajo personal que cada uno tiene que
realizar. Más aún, la verdadera relación de pareja se empieza a experimentar cuando
las dos personas que la integran han comprendido y asumido con entera
responsabilidad el propósito de sus propias vidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario