Estas, las
relaciones entre los seres humanos, son un claro reflejo del mundo interior de
quienes las experimentan, en ellas nuestras frustraciones y deseos, nuestras
carencias y limitaciones, nuestros miedos y ansiedades, así como toda nuestra
positividad, valores y cualidades están presentes y se proyectan, a veces
conscientemente pero en muchas ocasiones de forma inconsciente; lo mismo suele
ocurrir en el modo como entendemos, percibimos e interpretamos a aquellos con
quienes nos relacionamos, que está fuertemente condicionado si no distorsionado
por lo que cada cual llevamos en nuestra mochila mental y emocional.
Por esa razón,
las relaciones suelen ser con frecuencia egoístas y muy difícilmente “limpias”
o de ser a ser. Al relacionarnos, siempre intercambiamos en mayor o menor
grado información, afectividad y energía;
la calidad de este intercambio depende del desarrollo, madurez y evolución de las
personas que se relacionan. Las relaciones pueden ser de muchas clases: desde
las más interesadas, funcionales, materialistas y de conveniencia a las más
altruistas, de crecimiento y espirituales.
Cuantos más
conflictos internos tenga una persona más problemas, dificultades y sufrimiento
experimentará en su relación con otros, de modo que estas, las relaciones, son
un inestimable termómetro que nos puede indicar con meridiana claridad en qué
punto de nuestro desarrollo emocional y afectivo nos encontramos, además de que
también señalan la conexión y conciencia que tenemos con nuestro yo superior.
Son muy
importantes y necesarias las relaciones entre los seres humanos, en la medida
en que son un nítido espejo en el que nos vemos y nos reconocemos, ellas nos
devuelven nuestro verdadero rostro, al menos el que hemos desarrollado y
alcanzado hasta entonces. En realidad, no vemos a los demás sino aquello que
somos capaces de reconocer de nosotros en ellos, o viceversa, de ellos porque
ya existe en nosotros.
Nos
relacionamos con los demás sólo como somos capaces de relacionarnos con
nosotros mismos, o con otra variante: proyectando en ellos lo que no queremos
ni nos atrevemos a reconocer en nosotros como propio, sea algo muy positivo o,
por el contrario, negativo. Por eso, cada ser humano con el que nos
relacionamos: amigo, pareja, vecino, etc…, nos ofrece una magnífica oportunidad
para reconocer las partes de nosotros que habíamos olvidado, rechazado o
ignorado.
Al final, de
lo que se trata es de ir abrazando, poco a poco, y reconociendo en nuestro
interior como propias, no ajenas a nosotros, cuantas más expresiones de la
humanidad mejor, hasta que llegue un día en que seamos capaces de abrazar
internamente a la humanidad entera, sin distinción alguna y sin que nada ni
nadie nos sea ajeno.
Las relaciones
más estables y duraderas, las más cualificadas y a las que deberíamos aspirar
son aquellas en las que al otro se le ve como una oportunidad para ofrecerle la
esencia de nuestro ser: amor incondicional, saber incondicional y energía
positiva incondicional; cualquier cosa que no sea esto es, aunque no todo sea
negativo: complicidad, intercambio de intereses, manipulación, transacción o
negocio. Existe un nivel intermedio, el de quienes dicen: ven si quieres, vamos
y crezcamos juntos.
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