lunes, 4 de marzo de 2019

El “cuerpo” de las almas en el Hogar Celeste


           
¿Tienen cuerpo y forma los espíritus?, o, dicho de otra manera: ¿qué clase de cuerpo tenemos y con qué forma cuando existimos en el Hogar Celeste o mundo espiritual? Una cosa sí que tenemos clara ya, que como humanos y terrestres necesitamos de un cuerpo físico para comunicarnos y relacionarnos, para actuar, pensar, crear y vivir. Sabemos, además, que este cuerpo no es el único posible en su forma y características, ni universal, sino que se desarrolla, crece y adapta según las condiciones físicas de presión, gravedad, temperatura, etc., que en el planeta Tierra se dan para organismos como el nuestro. A nadie se le escapa tampoco que, si el cuerpo físico se deteriora, todo lo anterior peligra, y que en casos extremos como lo es el de la muerte deja de realizarse parcial o totalmente, de ahí su importancia.
            Siguiendo el paralelismo: ¿necesitan nuestras almas también y en ese sentido de un cuerpo, una vez que nuestra existencia se desenvuelve en el plano espiritual? Precisemos: nuestras almas son entes reales no virtuales, quiero decir que son concretas, además de individuales y con características propias en el modo de pensar, sentir y actuar, o sea, de conocer, amar y crear, aunque la esencia, es decir su ser divino, sea universal y común para todas las almas. Todo esto, a donde nos lleva es a afirmar que cada alma sí tiene una configuración espiritual única que la distingue de todas las demás, y que esa configuración da lugar a un constituyente energético o cuerpo espiritual que distingue a cada alma de las otras, aparte de ser el instrumento o medio a través del cual, y como lo hacemos en el plano terrestre, aunque ahora espiritual, vivimos y existimos.
            Obviamente, la forma y características del “cuerpo” de las almas no siguen ninguna de las condiciones que nuestro cuerpo físico por el hecho de ser terrestre tiene. Digamos, que nuestra intuición y sentir más íntimo lo que nos desvela es que la “luz áurea transparente y radiante” es la “materia” original de base, porque ella es, también a nuestro entender, la expresión inicial del corazón del ser, a partir de su constituyente nuclear que es el fuego divino, el cual para crear su estructura álmica así, como luz, se muestra.
Esta luz es la que le da a cada individuo, y en función de una banda muy ancha de tonalidades, intensidades y colores, que viene dada por la evolución en conciencia, sabiduría y amor de cada alma, su cuerpo-forma identitaria, forma que también se va matizando, perfilando y recreando según los pensamientos, intencionalidades y sentimientos de cada momento.
Digamos, por lo tanto, que en el mundo de los espíritus no hay ninguna “huella” espiritual idéntica, ni sus “cuerpos-formas” son realidades comunes, indiferenciadas o amorfas, sino todo lo contrario. Allí, las almas son ricas en variedad, calidad y expresión, pues infinitos son los tonos, matices y diferencias con que se expresa el amor, la alegría, el gozo, la felicidad, la sabiduría, la creatividad, el poder, y la acción, de quienes siendo siempre almas somos focos inagotables del potencial infinito de Dios. Como almas celestes en nuestro Hogar celeste nos reconocemos, nos relacionamos, amamos somos creadores de realidades y en plenitud inimaginable e indescriptible vivimos, sin los obstáculos, distorsiones, problemas y sufrimientos que el mundo en que encarnamos, aún no “celestificado”, comporta.
           
           

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