Somos
humanos, sí, pero ya en vías de trascender nuestra condición atada, apegada y
exclusivamente ligada a las posibilidades que la razón y los sentidos con los
que nos habíamos identificado señalan. Nuestra condición esencial es espiritual
y la consciencia, no la materia, ni nuestro cerebro, la base real y fundamento
de nuestra identidad eterna, a la vez que la fuente de nuestra inteligencia,
sentir y poder. Esto trastoca todos los patrones anteriores en que nuestra
humanidad se había basado, y asumirlo a la vez que experimentarlo, integrándolo
en la nueva forma de percibir la realidad así como de plasmarla en todos los
campos de nuestra existencia hace que nuestra evolución de un salto
significativo. Estamos hablando, pues, de una Nueva Humanidad.
Seres
como Sri Aurobindo en oriente o como
Teilhard de Chardin al mismo tiempo
en occidente así la sintieron y percibieron, y hoy filósofos de la talla de Ken Wilber o de físicos como Ervin Laszlo, Amit Goswami y otros más han ido profundizando en lo que ello
significa al incorporar en nuestra cosmovisión, cada uno a su manera, el Espíritu,
el Akasha, la Consciencia o el Punto Omega como la raíz que nos explica como
seres y también la Fuente de nuestra transformación.
Nuestro futuro es llegar a ser dioses y
realizarlo. El espíritu que nos anima nos conduce de hecho hacia nuevas trascendencias
que Aurobindo llamó supramentales, en que la energía, la
fuerza, el amor y la conciencia de ser descendiendo del Corazón de la Realidad -Lo Superior-, encarnarán en nuevas
vidas, ya no determinadas por mentes orientadas
hacia la dualidad y la separatividad sino receptivas, sensibles y abiertas a
nuevos horizontes integradores basados en la unidad que nace de nuestro
universal ser común y divino, el fundamento de nuestro existir.
Nuevas
almas despiertas, con ojos nuevos y miradas nuevas realizarán el cambio que irá
dando paso a una realidad también nueva, dominada por el gozo y la sabiduría de
ser, que aunará todas nuestras dimensiones psicofísicas y espirituales, de modo
que ya no nos veremos como “animales
racionales” como absúrdamente se nos ha inoculado y dicho hasta la saciedad
que éramos, sino como verdaderos dioses
autoconscientes de su ser, planetarios a la vez que cósmicos, universales y con
una integración completa de nuestra identidad espiritual divina. En este
contexto, las religiones dejarán de ser fundamentalistas, de modo que todas las
que no atiendan a su dimensión universal y esencial por encima de sus diferencias,
dogmas, dirigismos moralistas, control de los individuos y de sus particularismos
culturales tenderán a desaparecer.
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