Pero en el “reino” de las almas, su “hogar
natural”, el impulso evolutivo no encuentra su forma de expresión ya que las
almas están y se sienten plenamente
bien, no experimentando lo que es la merma, carencia o deficiencia, ni existen o
rivalizan por comparación o contraste, tienen lo que desean y viven lo que
piensan sin esfuerzo, lucha o sufrimiento. Su hogar es un auténtico Paraíso.
Como
consecuencia, la Sabiduría divina ha dispuesto la existencia de “los mundos”,
otras “realidades planetarias”, en nuestro caso terrestres, donde por las
características de “egos separativos y duales”
que allí desarrollamos sí que es posible que el alma evolucione y crezca hasta
el infinito en conciencia de ser como inteligencia, amor y energía. Es por eso,
por lo que en el vivir del alma celeste, en un momento dado, el impulso
evolutivo se hace especialmente presente, iniciándose entonces un movimiento
presidido por el deseo necesario de “encarnar”, lo que nos llevará a buscar un
cuerpo, un lugar, unas circunstancias y unos padres en un mundo no celeste-espiritual,
es decir, no paradisíaco como el suyo.
Lo
propio de las almas que así reencarnamos es el olvido, al menos hasta que nuestro
desarrollo evolutivo sea grande, de nuestra característica esencial divina, como
también de nuestra perfección y plenitud original, lo que va acompañado por las
condiciones de contraste, dificultad, resistencia y limitación que la nueva
realidad nos ofrece y sin las cuales la evolución y crecimiento del alma no son
posibles, pues es precisamente en la lucha, el esfuerzo, la sensación de carestía
y vacío, el trabajo, el miedo, la frustración, el sufrimiento, la enfermedad,
vejez y sobre todo la muerte, donde se no obliga a movimientos que nos irán
haciéndonos profundizar y desarrollar la conciencia de yo, base necesaria para
el desarrollo evolutivo de la Conciencia particular e individual de ser y el
surgimiento de nuestro Yo superior, que era el objetivo real del impulso e
instinto natural evolutivo del alma. Por eso es, pues, por lo que reencarnamos.
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