viernes, 17 de marzo de 2017

¿Por qué sólo vivimos la felicidad en ocasiones muy específicas?

        a).-  Por el estado mental condicionado en el cual vivimos,
        
      O sea: porque nosotros mismos hemos puesto y decidido cuales son las condiciones requeridas para ser y sentirnos felices y cuales no. Es decir, que nosotros social, cultural y personalmente, de manera consciente o inconsciente, a nivel individual o colectivo hemos fijado en nuestra memoria cuándo, cómo, con quién, en qué circunstancias, etc. se puede ser feliz o no, o nos podemos permitir ser felices o no. Y eso nos lo hemos creído, lo hemos adoptado como un dogma inalterable, como algo que no debemos ni podemos transgredir, De forma que hasta podríamos afirmar que existe como una especie de autohipnosis individual y colectiva que nos hace comportarnos de manera feliz o infeliz, tristemente o con alegría, aún a costa de nuestra voluntad. Simplemente porque es así como se funciona y nadie lo cuestiona. Ejemplos: si tengo escasez de dinero tengo que ponerme triste, si me quedo sin trabajo también, si tengo una enfermedad lo mismo, una persona mayor tiene que ser más infeliz que una joven, o si alguien muere nos tenemos que poner tristes, y así podríamos alargar la lista de manera muy considerable.
       
          b).- Por el valor relativo y temporal de todo aquello con lo cual relacionamos la felicidad.
        
         Para ser felices esperamos normalmente que se den en nuestras vidas una serie de condiciones que abarcan un amplio espectro de una realidad cuya característica fundaméntela es la de ser cambiante, impermanente y limitada. Ocurre esto con todo tipo de posesiones materiales con las cuales la relacionemos, como por ejemplo: poseer un determinado tipo de vivienda, un vehículo, una situación económica, tales o cuales objetos, grandes, pequeños, de más o menos lujo y valor, etc. Sucede igualmente cuando las posesiones a las que uno se aferra son de personas: marido, mujer, hijos, padres, amigos, etc. Lo mismo pasa cuando hacemos depender nuestra felicidad de nuestro estado físico, salud, aspecto externo, etc. O si va ligada al trato que recibamos de los demás, a sus reacciones, a como nos ven o nos juzgan, a nuestra fama o a la importancia social que se nos otorgue, etc. También si la hacemos depender de los sucesos sociales, políticos, incluso naturales como clima, estabilidad geológica, ausencia de temporales, sequías, hambrunas, terremotos, etc.

         Como es muy fácil constatar y deducir, ninguna de estas cosas físicas, personales, sociales, naturales, económicas, etc., son estables o infalibles. Todas ellas en algún momento se alteran, cambian, fenecen, nos sorprenden negativamente, trastocan nuestras expectativas, dejan de ser lo que habían representado para nosotros, y nos dejan finalmente sin su apoyo, seguridad y garantía. La explicación es muy simple: todo eso estaba sujeto y determinado por la ley de la impermanencia y del cambio. La consecuencia es obvia: Una felicidad que esté sustentada por todo eso no puede sino ser  una felicidad temporal, llamada a desaparecer y, por lo tanto, siempre relativa, así como, más pronto o más tarde, desalentadora y frustrante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario