Todos
nos hallamos en el lugar exacto, con las personas adecuadas y en el momento
oportuno para andar el siguiente paso. No hay otra cosa más que la que hay, y
esta permanecerá con nosotros mientras nuestro encaje con la realidad, que es
con nosotros mismos y el universo así lo decidan. Porque todo es la expresión
perfecta de la sabiduría de Dios, o sea, de nuestro ser divino que es el que ha
diseñado el plan de nuestra alma.
Las
cosas sólo cambian cuando se ha cumplido el cometido para el que se crearon, y
si por alguna razón eso no se ha realizado del todo, más pronto o más tarde las
mismas o parecidas circunstancias se repetirán en nuestras vidas. Comprender lo
que tenemos que comprender para despertar a lo que somos y así evolucionar es
el fin último de toda experiencia. Verlo y entenderlo facilita nuestro camino y
evita mucho sufrimiento.
Es
necesario entender que los caminos por los cuales transitamos y que tan
distintos suelen ser de unos a otros, no son el producto del azar ni del
capricho indiscriminado de la vida. El camino que cada uno experimenta y vive
tiene su lógica y su sentido interno acorde con la experiencia que cada uno ha
de vivir y la lección que tenemos que aprender. Tampoco las personas o las
circunstancias son casuales, todo responde al mismo fin. Nadie debería, por lo
tanto, ni menospreciar su vida ni creer que la suya es superior o mejor que la
de nadie, aquí la vanidad, los complejos y el orgullo no tienen sentido, aunque
se den a cuenta de nuestros egos.
Es
muy importante ser fiel a nuestras responsabilidades personales, a nuestros
compromisos interiores y al propósito de cada vida, eso es lo que nos conducirá
a nuevos tipos de experiencias que nos darán nuevas comprensiones y harán que
nuestra realidad evolución y prospere.
Pero
de todos modos, hay algo fundamental que nadie debería de olvidar ni soslayar
nunca: que sea cual sea la experiencia que tenemos que vivir y el camino que
hayamos tomado, todo son medios idóneos y perfectos para regresar y despertar a
lo que de verdad somos: Dios en nosotros como nosotros, porque todos los
caminos conducen a Dios, a nuestro ser, de donde, por cierto, jamás hemos
salido.
Comprendido
esto: qué mejor opción y decisión nos cabe que la de aprender a amar y a
entregarnos a todo aquello que es “nuestra vida”, no la pensada, no la
imaginada, no la deseada, no la del otro, sino esta, esta y esta, aquí, aquí y aquí, sin escapes, la tuya, por una razón muy simple: aquí
está todo lo que buscamos, y aquí es el lugar idóneo para encontrarlo, más aún:
esta vida, tu vida, eres tú, tu rostro está en ella, mírate, pues, en ella,
reconcíliate con ella, escúchala en lo que te dice, no a tu cabeza
sino a tu alma, y ámate en ella, a través de ella. No siempre es fácil,
cierto. Pero es así a través de todo como llegamos a nosotros, ya que el todo y nosotros somos lo mismo, uno.
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