La muerte es en esencia un momento de nuestras vidas en
el que hay que soltar lo que ya no nos sirve, lo que ha dejado de ser útil para
continuar creciendo. La muerte es el momento del adiós a una etapa que fue necesario
vivir pero que ya ha concluido su tiempo, por lo menos momentáneamente. Y, a
partir de entonces uno se abre a la nueva vida, al nuevo momento, en un nuevo
escenario y unas nuevas posibilidades.
Uno muere como ha vivido: las actitudes, sentimientos,
creencias, comprensiones, deseos, propósito y sentido nos acompañan en ese
momento, como también nos acompañaron en otros momentos de nuestra vida. La muerte
no es necesariamente el momento más importante de nuestra presente vida, ya que
uno puede haber vivido momentos más trascendentales para él y con más
significado (un despertar a la conciencia, una comprensión o experiencia muy
profundas, etc..). Pero la muerte es importante, porque importante es concluir
y decir adiós a una etapa y abrirnos a una nueva. Si nacimos paras aprender,
liquidar deudas kármicas, sanar egos, trascender dependencias y apegos, y sobre
todo para despertar a nuestro ser, la nueva etapa de vida en el “más allá” lo
va a ser sobre todo de descanso, de recomponer fuerzas, de integrar energías
que se habían trastocado o dispersado, de disfrute y de gozo, de dedicación a aquello
que más nos guste y motive, y todo esto en el “cielo” que según nuestra evolución
personal, vibración energética, de luz y amor más se nos adecúe. También allí,
sea cual sea el tiempo que decidamos permanecer, nos prepararemos para la
siguiente encarnación.
Volveremos a nacer en el planeta y dentro del universo
que más acorde esté con nuestro karma y nuestro dharma, normalmente en el mismo
de nuestra encarnación anterior, pero cuando nuestros lazos, propósito y tareas
se hayan concluido del todo pasaremos a nuevos enclaves en que nacer, en este y
en infinitos universos que nos aguardan. El objetivo siempre será el mismo:
expresar nuestro infinito potencial divino, aprender, experimentar, crecer,
evolucionar, crear y despertar cada vez más al infinito inabarcable de Dios. Evidentemente
que tenemos que aprender a vivir la muerte, pero la primera y más importante
tarea es desmitificarla y no permitir que su espejismo nos nuble la mente ni la
dimensión tan grande y maravillosa de lo que sí es real: la Vida, nuestra vida,
lo que somos.
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