domingo, 16 de abril de 2017

¿Qué es la muerte?

         
Es un hecho más de la vida. En sí no tiene por qué tener más ni menos importancia que los demás actos que uno realiza en la presente existencia. La relevancia que se le ha dado viene sobre todo por motivos culturales, antropológicos, sociológicos y psicológicos que lo único que hacen es reflejar el miedo de los seres humanos a dejar de ser, a no existir. Pero una vez que uno comprende que no es su cuerpo y que la vida, la conciencia y su identidad no dependen para nada de él, entonces ya todo cambia y nos enfrentamos a un nuevo concepto más circunstancial y relativo de la muerte en donde esta pasa a ocupar el lugar que les corresponde a las acciones que como humanos realizamos, sólo eso, lo cual no significa que deje de tener importancia, que la tiene, pero sólo en ese contexto.
            La muerte es en esencia un momento de nuestras vidas en el que hay que soltar lo que ya no nos sirve, lo que ha dejado de ser útil para continuar creciendo. La muerte es el momento del adiós a una etapa que fue necesario vivir pero que ya ha concluido su tiempo, por lo menos momentáneamente. Y, a partir de entonces uno se abre a la nueva vida, al nuevo momento, en un nuevo escenario y unas nuevas posibilidades.
            Uno muere como ha vivido: las actitudes, sentimientos, creencias, comprensiones, deseos, propósito y sentido nos acompañan en ese momento, como también nos acompañaron en otros momentos de nuestra vida. La muerte no es necesariamente el momento más importante de nuestra presente vida, ya que uno puede haber vivido momentos más trascendentales para él y con más significado (un despertar a la conciencia, una comprensión o experiencia muy profundas, etc..). Pero la muerte es importante, porque importante es concluir y decir adiós a una etapa y abrirnos a una nueva. Si nacimos paras aprender, liquidar deudas kármicas, sanar egos, trascender dependencias y apegos, y sobre todo para despertar a nuestro ser, la nueva etapa de vida en el “más allá” lo va a ser sobre todo de descanso, de recomponer fuerzas, de integrar energías que se habían trastocado o dispersado, de disfrute y de gozo, de dedicación a aquello que más nos guste y motive, y todo esto en el “cielo” que según nuestra evolución personal, vibración energética, de luz y amor más se nos adecúe. También allí, sea cual sea el tiempo que decidamos permanecer, nos prepararemos para la siguiente encarnación.

            Volveremos a nacer en el planeta y dentro del universo que más acorde esté con nuestro karma y nuestro dharma, normalmente en el mismo de nuestra encarnación anterior, pero cuando nuestros lazos, propósito y tareas se hayan concluido del todo pasaremos a nuevos enclaves en que nacer, en este y en infinitos universos que nos aguardan. El objetivo siempre será el mismo: expresar nuestro infinito potencial divino, aprender, experimentar, crecer, evolucionar, crear y despertar cada vez más al infinito inabarcable de Dios. Evidentemente que tenemos que aprender a vivir la muerte, pero la primera y más importante tarea es desmitificarla y no permitir que su espejismo nos nuble la mente ni la dimensión tan grande y maravillosa de lo que sí es real: la Vida, nuestra vida, lo que somos. 

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