Si
investigamos en nuestro interior y miramos detenidamente, pronto nos damos
cuenta de que crecer y evolucionar
aprendiendo y comprendiendo forma parte del movimiento y ritmo esencial de
nuestras vidas, no es una cosa circunstancial o aleatoria sino una constante en
ellas, hasta tal punto de que por mucho que nos empeñemos veremos que nadie
puede ir ni va más allá de lo que esa dinámica natural implica. Por esa razón,
nadie vive ni puede vivir la vida de otro y cada uno le da a su existencia su
impronta particular según una lógica igual de particular y única.
Miremos,
si no, a las personas que no rodean y también más allá de estas, fijémonos en
sus vidas así como en su desarrollo y manifestación, fijémonos también en cómo
han llegado a donde están, con su forma tan genuina y sorprendente de ser y hay
algo que inmediatamente se impone a cualquier clase de comprensión: “son
ellos, cada uno es él, cada cual es y somos nosotros mismos, sin repetición”.
¿No nos resulta sorprendente esto? Aquí no se trata de méritos, ni de
importancia personal, ni, aunque nos pueda parecer así, superficialmente
observado, de valores y capacidades que uno pueda tener frente a los demás,
porque entonces también nos podríamos preguntar ¿cómo es que unos los tienen y
otros no? o ¿por qué tanta variedad de seres? y ¿por qué vidas tan diferentes o
tan radicalmente distintas? Por mucho que tratemos de explicarnos lo que está
pasando, incluidos los condicionantes kármicos hay algo que a la postre y al
final de todo no cuadra ya que se supone que desde el inicio de toda alma a la
existencia la igualdad de posibilidades nos hermana, y es ahí donde uno, si
quiere entender lo que pasa, tiene que dar un salto interpretativo de la mano
de su intuición. Y hecho esto, esta es a la conclusión a la que llega: cada uno
somos una línea irrepetible y única de interpretación de Dios, o dicho de otra
manera: Dios, a través de sus infinitos yoes se ha propuesto experimentar los
infinitos personajes que componen su infinita obra. Y, lógicamente, cada
personaje ha de vivir y vive su particular interpretación e historia, que en
nada tiene que ver como es natural con la de los demás. Y esto es en esencia lo
que cada vida es.
Y
esto teniendo en cuenta, de todas las maneras, que sí que hay unos ejes
estructurales, por llamarlos de algún modo, en los que todos nos igualamos y
compartimos, que son: 1.-, que toda vida y todos los personajes están al
servicio de un desarrollo y de una evolución, 2.-, que en estos lo que
evoluciona a través de la experimentación a la que cada uno libremente se
somete en su aventuras existenciales son: la conciencia de sí, el amor y la
energía de ser, 3.-, que el fin último de toda vida es despertar a la
conciencia de unidad con Dios, y 4.- que la creatividad en plenitud y el gozo
de ser son la expresión posterior de todo lo anterior. Dicho todo lo cual, he
aquí algunas consideraciones sobre nuestra experiencia como almas:
Todos
nos hallamos en el lugar exacto, con las personas adecuadas y en el momento
oportuno para vivir lo que tengamos que vivir y dar el siguiente paso. No hay
otra cosa más que la que hay, y esta permanecerá con nosotros mientras nuestro
encaje con la realidad, que es con nosotros mismos y el universo así lo
decidan. Porque todo es la expresión perfecta de la sabiduría de Dios, o sea,
de nuestro ser divino que es el que ha diseñado el plan de nuestra alma.
Las
cosas sólo cambian cuando se ha cumplido el cometido para el que se crearon, y
si por alguna razón eso no se ha realizado del todo, más pronto o más tarde las
mismas o parecidas circunstancias se repetirán en nuestras vidas. Comprender lo
que tenemos que comprender para despertar a lo que somos y así evolucionar es
el fin último de toda experiencia. Verlo y entenderlo facilita nuestro camino y
evita mucho sufrimiento.
Es
necesario entender que los caminos por los cuales transitamos y que tan
distintos suelen ser de unos a otros, no son el producto del azar ni del
capricho indiscriminado de la vida. El camino que cada uno experimenta y vive
tiene su lógica y su sentido interno acorde con la experiencia que cada uno ha
de vivir, la lección que tenemos que aprender y el dibujo que a través de
nosotros la Vida quiere trazar. Por esa razón, tampoco las personas ni las
circunstancias son casuales ya que todo responde al mismo fin. Nadie debería,
por lo tanto, ni menospreciar su vida ni creer que la suya es superior o mejor
que la de nadie, aquí la vanidad, los complejos y el orgullo no tienen sentido,
aunque se den a cuenta de nuestros egos.
Es
muy importante ser fiel a nuestras responsabilidades personales, a nuestros
compromisos interiores y al propósito de cada vida, que cada uno tiene que
elucidar y descubrir, pues eso es lo que nos conducirá a nuevos tipos de
experiencias que nos darán nuevas comprensiones y harán que nuestra realidad
evolución y prospere.
Pero,
de todos modos, hay algo fundamental que nadie debería de olvidar ni soslayar
nunca: que sea cual sea la experiencia que tenemos que vivir y el camino que
hayamos tomado, todo son medios idóneos y perfectos para regresar y despertar a
lo que de verdad somos: Dios en nosotros como nosotros, porque todos los
caminos conducen a Dios, a nuestro ser, de donde, por cierto, jamás hemos
salido.
Comprendido
esto: qué mejor opción y decisión nos cabe que la de aprender a amar y a
entregarnos a todo aquello que es “nuestra vida”, no la pensada, no la
imaginada, no la deseada, no la del otro, sino la que se concreta en el aquí
y el ahora
de cada cual, y que sin escapes es la tuya. Vida que, más pronto o más tarde
vemos cómo surge ella sola, sin necesidad de que forcemos nada, pues en la
infinita vastedad de Dios nuestro personaje ya se había diseñado y escrito.
¿Por quién, me preguntarás? Por ti mismo, como Dios.
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