Ante esta realidad siempre nos surge la pregunta lógica
sobre su origen y formación que si la vamos respondiendo sin prejuicios ni
trabas mentales nos irá señalando necesariamente a un fondo difícil de
traspasar desde el punto de vista mental y de su razonamiento, con lo que nos
tendremos que abrir a un campo de realidad que sobrepasa cualquier
planteamiento físico-racional, de modo que finalmente no nos queda más remedio que,
o dejar la búsqueda por irresoluble, o continuar insistiendo con la esperanza
de que en un futuro inconcreto la explicación vendrá o como algunos científicos
hacen abrirnos a un nuevo nivel y orden de realidad subyacente del que la
respuesta nos viene y al que le podemos llamar “campo cero”, “campo akásico” o
simplemente Dios.
Entonces, situados en esta última opción, ya nos es
posible empezar intuitivamente a comprender y subjetivamente a sentir y
percibir que todo es una emanación o “creación” procedente de ese fondo, del
cual todo es una exteriorización de cuanto allí en su infinita riqueza ya
estaba potencialmente contenido. Vemos así cómo la realidad manifiesta, el cosmos
y su “cuerpo material” con sus infinitas formas, tamaños, dimensiones, estructuras
y objetos, esto es: vibraciones de luz, partículas más básicas de energía-materia
y así sucesivamente hasta llegar a planetas, soles, galaxias, mundos, universos
y formas de vida han ido surgiendo desde materializaciones infinitamente básicas
y esenciales de conciencia-energía que luego han ido evolucionando hasta las formas
más complejas que conocemos y entre las que nos movemos o somos.
Y, llegados a este punto de la observación, ya nos es más
fácil de interiorizar y vislumbrar no sólo nuestras raíces cósmicas sino contemplar
al cosmos, como lo que es, como lo que siempre fue: una manifestación de Dios
desplegándose, exteriorizándose, siendo. Porque nos empieza a resultar evidente
que ni existe ni puede existir separación entre el origen y lo manifestado, y
que, por lo tanto el cosmos ya no puede
ser sino contemplado como el “cuerpo material” de Dios, del Ser uno que todo lo
conforma y lo es.
Así que, si antes ya hablamos del ser absoluto en sí mismo, que en sí lo es y lo contenía todo
(Brahman en el induismo, el Ser, Lo real, el Uno sin segundo), ahora nos
podemos referir a Eso a través del despliegue o desenrolle que hace hacia fuera
haciendo real en el mundo de la materia y la forma, en nuestra dimensión, lo
que en su Realidad Una existía aún como potencia para nosotros. Y así es, como
podemos hablar del Ser cósmico o Dios cósmico,
que también así se nos muestra evidente para nosotros en lo que es también
nuestra propia dimensión: la cósmica. Con lo que nuestro yo esencial amplía su
perspectiva y matices, pues si antes nos remitía a un Yo absolutamente
trascendente en el fondo de nosotros, ahora nos muestra nuestro Yo cósmico.
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Joaquín Gorreta Martínez 62 años