Entendiendo aquí por Absoluto aquello que lo posee y lo es
todo, sin ausencia o carencia de nada, completo en sí mismo y fuera de lo cual
no existe nada. Por esa razón, se halla en todas partes. Todo lo que hay, ha
habido o pueda haber, sea cual sea su forma, cualidades y valor en él se halla
y de él surge. La paradoja más grande y maravillosa que en él se da es que
siendo Uno, todos los seres que de él emanan tienen individualidad propia y
real, de modo que cada ser en sí mismo es una réplica perfecta del todo. Por
esta razón no se puede hablar de un panteísmo que anula o excluye al individuo
sino de una presencia en todo que posibilita y le da un protagonismo total a
cada incipiente yo, tan grande como el de llegar a experimentarse evolutivamente,
y dentro de una escala de ascenso de la conciencia, como Dios mismo; así es el
modo de ser de Dios. Dicho sucintamente: en Dios, el todo y la parte, lo
universal y lo particular, el Uno y los infinitos seres conviven de manera armónica
y plena, lo que representa una de las paradojas más maravillosas del ser de
Dios.
Siendo como es el Absoluto, su ser, incomprensible,
incognoscible e inasible para la mente por las características que esta tiene
de fraccionar, analizar desde fuera y servirse de los sentidos, resulta que no
es incognoscible ni lejano, ni abstracto, ni aséptico, ni frío para la
conciencia humana, es decir para su sentir más hondo que anida en el corazón. Por
eso podemos conocer a Dios, no en el sentido mental sino existencial, o sea,
desde dentro de la corriente divina que en todo está y todo lo ocupa; no es tan
complicado esto como algunos pretenden, basta que nos coloquemos en el puro
ver, en el puro sentir y en el puro hacer que es el modo en que nuestra esencia
se manifiesta para entender interiormente de lo que hablamos.
Al absoluto, por lo tanto, se llega no con los métodos
racionales, sino a través de la expansión de conciencia o de la experiencia mística,
que nos colocan en el puro ser, como luz-conciencia, como amor-felicidad o como
energía-fuerza. Estas vías trascienden y van más allá de la mente y los
sentidos físicos. Alcanzar esta experiencia y vivirla es la finalidad máxima de
todo camino espiritual. La intuición que es la que surge cuando la mera razón
ha alcanzado sus propios límites es la que nos pone en las puertas y en el
umbral de Dios, la puerta se abre cuando se relajan todas las defensas del ego y
el amor se convierte en puente entre el Todo y mi yo.
Penetrar en el Absoluto, en lo que es en sí y fuera de lo
cual nada hay, significa penetrar en las infinitas profundidades de la
conciencia y apartar con un trabajo ímprobo de orfebrería místico-metafísica
todos los velos que la inconsciencia y el error de percepción superponen a
nuestra prístina visión interior. Cuando despertamos a lo que somos tomamos
conciencia plena del Absoluto: Existencia-Conciencia-Energía sin fin.
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