viernes, 2 de junio de 2017

Dios como lo Absoluto

             Entendiendo aquí por Absoluto aquello que lo posee y lo es todo, sin ausencia o carencia de nada, completo en sí mismo y fuera de lo cual no existe nada. Por esa razón, se halla en todas partes. Todo lo que hay, ha habido o pueda haber, sea cual sea su forma, cualidades y valor en él se halla y de él surge. La paradoja más grande y maravillosa que en él se da es que siendo Uno, todos los seres que de él emanan tienen individualidad propia y real, de modo que cada ser en sí mismo es una réplica perfecta del todo. Por esta razón no se puede hablar de un panteísmo que anula o excluye al individuo sino de una presencia en todo que posibilita y le da un protagonismo total a cada incipiente yo, tan grande como el de llegar a experimentarse evolutivamente, y dentro de una escala de ascenso de la conciencia, como Dios mismo; así es el modo de ser de Dios. Dicho sucintamente: en Dios, el todo y la parte, lo universal y lo particular, el Uno y los infinitos seres conviven de manera armónica y plena, lo que representa una de las paradojas más maravillosas del ser de Dios.
            Siendo como es el Absoluto, su ser, incomprensible, incognoscible e inasible para la mente por las características que esta tiene de fraccionar, analizar desde fuera y servirse de los sentidos, resulta que no es incognoscible ni lejano, ni abstracto, ni aséptico, ni frío para la conciencia humana, es decir para su sentir más hondo que anida en el corazón. Por eso podemos conocer a Dios, no en el sentido mental sino existencial, o sea, desde dentro de la corriente divina que en todo está y todo lo ocupa; no es tan complicado esto como algunos pretenden, basta que nos coloquemos en el puro ver, en el puro sentir y en el puro hacer que es el modo en que nuestra esencia se manifiesta para entender interiormente de lo que hablamos.
            Al absoluto, por lo tanto, se llega no con los métodos racionales, sino a través de la expansión de conciencia o de la experiencia mística, que nos colocan en el puro ser, como luz-conciencia, como amor-felicidad o como energía-fuerza. Estas vías trascienden y van más allá de la mente y los sentidos físicos. Alcanzar esta experiencia y vivirla es la finalidad máxima de todo camino espiritual. La intuición que es la que surge cuando la mera razón ha alcanzado sus propios límites es la que nos pone en las puertas y en el umbral de Dios, la puerta se abre cuando se relajan todas las defensas del ego y el amor se convierte en puente entre el Todo y mi yo.

            Penetrar en el Absoluto, en lo que es en sí y fuera de lo cual nada hay, significa penetrar en las infinitas profundidades de la conciencia y apartar con un trabajo ímprobo de orfebrería místico-metafísica todos los velos que la inconsciencia y el error de percepción superponen a nuestra prístina visión interior. Cuando despertamos a lo que somos tomamos conciencia plena del Absoluto: Existencia-Conciencia-Energía sin fin.

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