viernes, 9 de junio de 2017

Dios y el llamado mal en el mundo.

En el planteamiento que mucha gente hace de que no es posible que exista Dios siendo que en el mundo hay hambre, guerras, miseria, depravación, violencia, desequilibrios de toda clase, injusticias, y un largo etcétera de situaciones que lo único que provocan es dolor y sufrimiento, existe un error capital de percepción que deberíamos desmontar y tener muy presente.

Este error, parte de una gran idea falsa o simplemente de una inmensa mentira a la que ya hemos hecho alusión con anterioridad y que venimos repitiendo siempre que podemos: la que se deriva de la creencia de que hay un Dios allá arriba, ahí, o por donde sea que es quien independientemente de nosotros ha hecho este mundo disponiendo de sus derivas y circunstancias tal y como las conocemos, tanto si van a nuestro favor como si no, y al que, por lo tanto, le tenemos que agradecer si se inclina por nuestros deseos o, en caso contrario, culpabilizar de todo cuanto no encaja, nos desagrada o no va con nuestras expectativas y valoraciones sobre lo que es bueno, justo, deseable, conveniente o no.

Ante eso tendríamos que repetir una vez más, al hilo de nuestra comprensión sobre Dios, y la experiencia subjetiva que de él tenemos,  como de las intuiciones, visión de la realidad y autoconciencia, que tal cosa como un Dios fuera e independiente y separado de nosotros no existe. Dios es en la medida en que todo lo demás es, y viceversa; del mismo modo que: Dios piensa, actúa, reacciona y crea en la medida también en que todos los seres del universo, cualquiera que sea su nivel, desarrollo, especie, situación, rango, forma o plano de realidad lo hacen. No olvidemos lo que dijimos antes de que todo son modos del ser de Dios, y por lo tanto Dios no crea ni hace, ni es nada que no creen, sean o hagan la universalidad de todos los seres. Ese es el Ser y el hacer de Dios. Dios hace y es a través de nosotros, y a través de todo cuanto en el universo con su energía, fuerzas y conciencia existe. En definitiva: este mundo y esta realidad es la realidad y el mundo que nosotros entre todos hemos decidido imaginar como posible y así lo hemos creado aún antes de nacer. Más aún: este mundo es el que cada uno ha imaginado como posible y deseable para sí.

Lo sustancial, por lo tanto, desde el punto de vista de nuestra concepción de Dios es que: todos los seres de la creación somos los responsables definitivos de lo que en nuestro nivel y desde él hacemos posible y real, de lo que experimentamos, tenemos, vivimos, sufrimos o gozamos. Responsabilidad que desde la eternidad del Ser, o sea de Dios, decidimos asumir como “partes” que somos del YO SOY del Todo Dios para que este juego cósmico de la creación en el que decidimos participar como actores principales se hiciera posible. Así de sencillo y de grandioso, aunque desde los análisis del ego y nuestras pequeñas personalidades no lo veamos como es y sea difícil de aceptar, por lo menos mientras que estemos creídos de ser el personaje que interpretamos y los partícipes de una obra que desde nuestra ignorancia aún estamos convencidos de que es la única posible y real.

Nuestro poder de creación, de plasmación y de elección de la realidad que queremos vivir y experimentar dentro y al servicio de nuestro proceso evolutivo de aprendizaje, crecimiento, y desarrollo en conciencia y en amor, -que es el guión esencial de nuestras vidas-, tiene esta aparente contrapartida del llamado “mal en el mundo”. Pero todo esto, curiosamente, se desarrolla dentro de un juego de espejos en un universo infinito de posibilidades. Hemos elegido este universo, pero podemos haber elegido otro, porque todos los universos son posibles de experimentar y vivir. Hacer real o no este mundo u otro nos corresponde a cada uno de nosotros, y lo que va a marcar la dinámica que hará posible que una elección se materialice o no será siempre nuestro grado de evolución real en conciencia-amor-energía y el deseo sobre aquello que voluntariamente queramos vivir y experimentar. Es el Dios en cada uno de nosotros y en los demás, -y no un Dios allá arriba y fuera de nosotros-, el artífice de este mundo, de este argumento y de esta realidad, pero no sólo de este mundo sino del universo y de la creación entera. Nuestra conciencia y nuestra mente, pues, es la que ha decidido que las cosas sean como son y que las vivamos como las vivimos.

Si no nos gusta lo que hay, tenemos que optar desde el Dios que “Yo Soy” en cada conciencia, es decir, desde cada ser, por materializar y crear una nueva manifestación en una nueva realidad. Este mundo habrá sido así el objeto de nuestro aprendizaje y aquello que mejor nos empujará en el sentido de nuestra posterior evolución. O sea: el mal en el mundo, al contrario de lo que algunos piensan, no es una muestra de la inexistencia de Dios, sino de la necesidad que aún tenemos de experimentar a través de manifestaciones en la existencia que producen dolor y de las que no nos hemos sabido desprender del todo por nuestra ignorancia y apegos. Esta dinámica es la que crea y produce el sufrimiento y no un Dios malvado que nos hemos inventado. No olvidemos que en nuestra evolución existencial como almas hemos asumido voluntariamente la realidad de crecer y despertar a nuestra identidad real y divina experimentando y aprendiendo. Es más: el actual escenario en el que nos movemos y existimos es tan sólo un capítulo dentro de los infinitos escenarios que están a nuestro alcance y disposición. Por lo tanto: una vez que ya hemos visto que nada ni nadie más que nosotros mismos nos ata a esta obra, y que nadie más que nosotros nos obliga a actuar en ella, podemos trascenderla y ayudar a transformarla incluso, además de colaborar también para que otros despierten a las misma evidencias de ser Actores divinos y no los personajes del papel que nos hemos dado, y podemos optar definitivamente por un mundo nuevo donde el pretendido mal ya no sea útil, ni nos sirva ni nos interese. No olvidemos que el futuro nuestro como el de la humanidad está en nuestra manos y ese futuro empieza ahora.




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