En
primer lugar, decir que todo es Dios y que fuera de él nada existe en modo
alguno significa que las individualidades desaparecen. Por cierto: sólo una
mente centrada en su propio ego y con una visión o interpretación dualista, y
por lo tanto errónea, de la realidad en la que Dios va por una parte y nosotros
o lo creado por otra, como si se tratasen de entidades separadas y distintas,
puede llegar a semejante conclusión. Una conclusión que se basa esencialmente
en una visión de lo real materialista y de los cinco sentidos en la que las
cosas se excluyen para ser y existir, de modo que, donde una cosa está ya no
puede haber otra, o en donde la presencia de una anula a la otra.
Pero
en el “terreno” de Dios y de su realidad las cosas no suceden así. Pero para
entender esto hay que comprender y asumir antes que nada que Dios
no es una “cosa”, ni una “persona” en el sentido de una individualidad
frente a otras individualidades. Esa visión es muy antropológica, humana y
fragmentada. En cambio Dios, como señalamos constantemente es la “base”, el
“fondo”, “lo que es”, y ello traducido lo más fielmente que nos es posible a
nuestras diminutas mentes significa: “Pura Existencia-Conciencia-Energía”,
y esto ya nos sitúa en un orden de cosas que nada tiene que ver con nuestros
planteamientos racionalistas y de los sentidos físicos. Si esto no se entiende
o intuye aunque sea mínimamente difícilmente podemos comprender nuestro
planteamiento.
Pues
bien, esa pura Conciencia-Energía es la Presencia que todo lo habita y todo lo
hace ser, de modo que sin ella no somos, simplemente no existiríamos ya que es
desde ella como somos. Y aquí es donde surge la mayor de las maravillas que la
mente humana no puede comprender pero que nuestro ser experimenta y vive
constantemente, y ese prodigio de prodigios lo que señala en el terreno de la
Conciencia-energía es que el todo y la parte no se excluyen en absoluto sino
que conviven productiva y creativamente en unidad perfecta. Ya sé que los
racionalistas y los materialistas se mesan ante ello sus barbas y cabellos, ya
sé que se escandalizan y ponen su grito en el cielo materialista, pero es que la
verdad experimental y experimentada es esa. Dicho más claramente: la
conciencia-energía, que es la esencia de nuestra alma individual ve su
particularidad y originalidad individual reforzada, más luminosa y radiante
cuanto más comprende la totalidad que es el fondo en la que es y de la que
nace.
Esto
no es una idea más o menos oportuna, esto es la expresión de la mayor aventura
en la que el ser humano se encuentra implicado, y esa aventura es la aventura
de Dios o del Todo Uno infinitamente diversificado en no menos infinitas e
inabarcables conciencias-almas o conciencias-seres individuales que, en sí
mismas, y por paradójico que resulte son y contienen la totalidad de Dios. No
se trata de un juego de palabras ni de malabares dialécticos sino de algo muy
sencillo y evidente cuando uno es capaz de vivirse o intuitivamente
comprenderse como conciencia.
Y
la conclusión “lógica” a la que llegamos entonces es muy “evidente”, probablemente
no para la razón o para algunas razones, peros si para el alma y su conciencia:
que “Dios
es en mi como yo” tal y como la afortunada afirmación del sabio Muktananda decía. Y así es. Porque
todos los seres son, somos, eso, la totalidad de Dios amaneciendo y
evolucionando, expandiéndose continuamente, dentro de un proceso de conciencia
y de energía que nos lleva a integrar en nosotros poco a poco y a ir plasmando
externamente dimensiones de esa inabarcable e inagotable totalidad real.
En
conclusión: cada cual somos una presencia original de Dios, una forma suya de
ser que él mismo se ha creado, y que siendo una con todas las presencias, y por
lo tanto con todos los seres, experimenta y desarrolla su propia individualidad
como alma que, por extraño que parezca, acentúa cada vez más la experiencia y
la conciencia de todo es Uno, todo es Eso, Todo es Dios y que, más allá
de mí mismo, también soy yo. He aquí, pues, los tres rostros de nuestro Yo
superior: uno: Como el Todo Dios que estamos llamados a ser, dos: como el Yo
Cósmico, que es otra cara de Dios, y tres: como el yo Soy Dios como Yo.
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