lunes, 5 de junio de 2017

Dios en mí como yo. Mi “yo soy”.


      Podrían pensar algunos tras leer las anteriores reflexiones que aquí nos estamos inclinando por una especie de panteísmo en el cual todo quedara diluido y absorbido por una realidad, la divina, que excluyera haciendo absolutamente irreconciliable con ella la individualidad y particularidad conciencial de cada ser. Nada más lejos de la realidad y nada que tenga que ver con lo que nosotros sentimos e intuimos que es y sucede, como vamos a ver.
En primer lugar, decir que todo es Dios y que fuera de él nada existe en modo alguno significa que las individualidades desaparecen. Por cierto: sólo una mente centrada en su propio ego y con una visión o interpretación dualista, y por lo tanto errónea, de la realidad en la que Dios va por una parte y nosotros o lo creado por otra, como si se tratasen de entidades separadas y distintas, puede llegar a semejante conclusión. Una conclusión que se basa esencialmente en una visión de lo real materialista y de los cinco sentidos en la que las cosas se excluyen para ser y existir, de modo que, donde una cosa está ya no puede haber otra, o en donde la presencia de una anula a la otra.
Pero en el “terreno” de Dios y de su realidad las cosas no suceden así. Pero para entender esto hay que comprender y asumir antes que nada que Dios no es una “cosa”, ni una “persona” en el sentido de una individualidad frente a otras individualidades. Esa visión es muy antropológica, humana y fragmentada. En cambio Dios, como señalamos constantemente es la “base”, el “fondo”, “lo que es”, y ello traducido lo más fielmente que nos es posible a nuestras diminutas mentes significa: “Pura Existencia-Conciencia-Energía”, y esto ya nos sitúa en un orden de cosas que nada tiene que ver con nuestros planteamientos racionalistas y de los sentidos físicos. Si esto no se entiende o intuye aunque sea mínimamente difícilmente podemos comprender nuestro planteamiento.
Pues bien, esa pura Conciencia-Energía es la Presencia que todo lo habita y todo lo hace ser, de modo que sin ella no somos, simplemente no existiríamos ya que es desde ella como somos. Y aquí es donde surge la mayor de las maravillas que la mente humana no puede comprender pero que nuestro ser experimenta y vive constantemente, y ese prodigio de prodigios lo que señala en el terreno de la Conciencia-energía es que el todo y la parte no se excluyen en absoluto sino que conviven productiva y creativamente en unidad perfecta. Ya sé que los racionalistas y los materialistas se mesan ante ello sus barbas y cabellos, ya sé que se escandalizan y ponen su grito en el cielo materialista, pero es que la verdad experimental y experimentada es esa. Dicho más claramente: la conciencia-energía, que es la esencia de nuestra alma individual ve su particularidad y originalidad individual reforzada, más luminosa y radiante cuanto más comprende la totalidad que es el fondo en la que es y de la que nace.
Esto no es una idea más o menos oportuna, esto es la expresión de la mayor aventura en la que el ser humano se encuentra implicado, y esa aventura es la aventura de Dios o del Todo Uno infinitamente diversificado en no menos infinitas e inabarcables conciencias-almas o conciencias-seres individuales que, en sí mismas, y por paradójico que resulte son y contienen la totalidad de Dios. No se trata de un juego de palabras ni de malabares dialécticos sino de algo muy sencillo y evidente cuando uno es capaz de vivirse o intuitivamente comprenderse como conciencia.
Y la conclusión “lógica” a la que llegamos entonces es muy “evidente”, probablemente no para la razón o para algunas razones, peros si para el alma y su conciencia: que “Dios es en mi como yo” tal y como la afortunada afirmación del sabio Muktananda decía. Y así es. Porque todos los seres son, somos, eso, la totalidad de Dios amaneciendo y evolucionando, expandiéndose continuamente, dentro de un proceso de conciencia y de energía que nos lleva a integrar en nosotros poco a poco y a ir plasmando externamente dimensiones de esa inabarcable e inagotable totalidad real.

En conclusión: cada cual somos una presencia original de Dios, una forma suya de ser que él mismo se ha creado, y que siendo una con todas las presencias, y por lo tanto con todos los seres, experimenta y desarrolla su propia individualidad como alma que, por extraño que parezca, acentúa cada vez más la experiencia y la conciencia de todo es Uno, todo es Eso, Todo es Dios y que, más allá de mí mismo, también soy yo. He aquí, pues, los tres rostros de nuestro Yo superior: uno: Como el Todo Dios que estamos llamados a ser, dos: como el Yo Cósmico, que es otra cara de Dios, y tres: como el yo Soy Dios como Yo.

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