miércoles, 31 de mayo de 2017

Dios y Lo Real, Lo Que Es.

     
Para muchos y durante siglos Dios se ha percibido y tenido como la proyección de lo que el ser humano ha entendido como la fuerza y el poder capaz de dominar cuanto nos puede matar o salvar, proteger o esclavizar; de una u otra forma según las épocas, de manera más impersonal y abstracta en las primitivas y  más personalizada y antropomorfa después, Dios ha sido percibido sobre todo como algo exterior a nosotros, del que todo depende y nada escapa, un ente que reúne las cualidades que el ser humano posee pero de modo infinito, incluidas también las de juzgar, enfadarse, condenar, castigar, vigilar, decirnos lo que debemos o no debemos hacer y, por lo tanto inmiscuido como un Gran Hermano orweliano hasta en los detalles más íntimos e imperceptibles de cada cual. En cuyo caso, la condición de la humanidad se reduciría a ser una especie de criadero donde unos y otros, a modo de pequeñas hormiguitas insignificante y muy vulnerables, nos limitaríamos a vivir nuestras vidas que habrían sido creadas y diseñadas por él a su capricho y desarrolladas después bajo su tutela y absoluto control. Y todo eso, sin más sentido ni fin que ese, de tal modo que al final los que siguieron las pautas y directrices marcadas por tal Dios se salvan siendo acogidos por él, mientras que los demás se condenan. Y fin de esta historia.      
Ese relato con sus correspondientes matices y tramoyas en los que no entramos ahora se hace y sirve fundamentalmente en una etapa de nuestra evolución que va de la época arcaica hasta el momento en que la razón alcanza sus mayores cotas de desarrollo, y en todo caso, por eso mismo, es un relato puramente mental, rehén o esclavo de nuestras fantasías, reflexiones, idealizaciones y sueños, no importa lo creíbles o no que resulten, lo simples o elaboradas que estén, lo mágicas, míticas o racionalistas que sean, o que hayan  sido inventadas por nosotros o por otros que nos las han imbuido o hecho creer. Porque, en todos los casos, y esto es lo remarcable, nos encontraríamos ante un Dios de elaboración propia, muy humano y casero, a pesar de las máscaras que le pongamos o de los misterios y rostros con que lo envolvamos, el cual, como todos los productos de la mente, aún de la subconsciente, lo que nos ofrece es un Dios separado y ajeno de nosotros en una realidad fragmentada, con todas las consecuencias que ello trae para nuestras vidas y a las que ya hemos aludido, como las de reportarnos un Dios que nos puede dar, quitar, condenar, salvar, hacer, deshacer, a su gusto y voluntad desde su particular Olimpo.
            Y frente a esto, en medio de ello o desde dentro del corazón de eso, he aquí que emerge una visión nueva que parece salirse de los cauces y los procesos de la mente, una visión que se salta los límites que la fragmentación de los sentidos y del razonamiento clasificador nos había impuesto. Y de ese modo, aparece entonces en nuestras vidas no un pensamiento sobre la realidad sino una conciencia de ella, no un pensamiento sobre Dios sino una conciencia de lo que él es. Y, desde entonces, todos los viejos modelos empiezan a quedar obsoletos, huecos, vacíos e inservibles para referirse con todo el valor que ello nos aporta a la intuición sublime y al ansia de trascendencia que desde siempre, y con independencia de los momentos de Parente sequedad en el alma, palpitó como un impulso secreto y real en el corazón de todo ser humano. º
Este salto en la percepción que nos lleva de la mente a la conciencia, hay que recordarlo, no es absolutamente nuevo, sino que existió en todos los tiempos y en todas las edades, porque siempre existieron minoritariamente los hombres de poder, chamanes, sabios y místicos que supieron desligarse de la mente y de los sentidos para experimentar su dimensión trascendente, lo que ocurre, y esto sí que es nuevo, es que hoy en día lo que fue privilegio y reducto de pocos se ha hecho permeable para una ingente cantidad  de seres humanos, ya que la masa crítica que nos hace evolucionar como especie hacia mayor conciencia se ha ido imponiendo al hombre exclusivamente racional. Y esto hace que la conciencia del absoluto, de lo Uno y la unidad empiece ya a formar parte de nuestra comprensión de la realidad. Llama la atención lo poco que le cuesta a la gente entender estos términos y su implicación en nuestras vidas.

            De hecho, hoy, Dios como la Realidad o Lo Real, Lo que Es y el Ser ya son asumidos e integrados fácilmente por nuestras mentes, porque a todos se nos hace evidente intuitivamente que sólo hay una Realidad, una sola Existencia, un Uno sin segundo, y que eso lo es todo, está en todo, vibra en todo, y, más aún, siendo no solo el mismo vibrar sino ese Fondo sin Origen que todo lo produce y del que todo emana. El Fondo sin Fondo que es la misma Presencia siempre.

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