martes, 10 de abril de 2012

NUESTRO ORIGEN Y SENTIDO DENTRO DEL ORIGEN Y SENTIDO DEL UNIVERSO. ¿DE DONDE VENIMOS?


                                                                  
            1.- Ese Fondo sin origen, que es la Fuente de la cual todo surge.

            El universo aparece de forma inteligente e inteligentemente movido desde dentro de sí mismo. El Big-bang que da origen a nuestro universo hace unos 150.000 millones de años aproximadamente se produce a partir de un impulso creador intencionado y consciente, no por puro azar o casualidad, tampoco aparece a partir de una nada vacía sino desde un fondo lleno de posibilidades; a ese Fondo se le ha llamado de muchas maneras: Mente Divina, Campo Cero, Campo Akásico, Matriz Primordial…, etc. Lo más probable es que junto a nuestro universo existan muchísimos más, así todos ellos compartirían lo que algunos científicos califican como un Multiverso dentro del cual se agrupan. Las regresiones hacia atrás que podríamos hacer nos llevarían seguramente muy lejos y por intuiciones nada desdeñables y tremendamente sugestivas. El Origen o Principio del que todo emana, incluido ese Fondo al que nos hemos referido es en sí mismo un potencial infinito. Llamémosle con el nombre que mejor encaje con nuestras concepciones y creencias, aunque, en realidad, cualquiera de esos nombres no significa apenas nada, menos que el dedo señalando al sol: Dios, El Ser, Espíritu, Brahman, Paramatman, Conciencia Suprema o “Eso”, todo palabras al fin y al cabo, nada más que palabras.

 Pero, en cualquier caso, no nos confundamos ni caigamos en el tremendo error de asociar lo que encierran estos conceptos a Algo separado y fuera de la Realidad, de la Realidad que Somos, ni veamos tras ellos tampoco entes “personalizados” de algún extraño Olimpo, ni seres representables externamente a nuestro modo y manera, menos aún reducibles a objetos que se puedan diseccionar y objetivar por las cosmologías materialistas, tampoco veamos allí nada, en definitiva, que sea el resultado de una proyección humana, porque entonces no llegaríamos más allá de lo que ciertos parámetros  y descripciones mentales, todos ellos muy humanos, nos permitieran atisbar, que, para esto, serían siempre más bien poco.

 Lo Que Es, ese Fondo Último del que todo emana no se puede trocear, ni diseccionar, ni analizar, no se puede oler, ni tocar, ni quemar, ni ver, ni oír, no es una cosa, ni un objeto, ni una norma, ni una ley física, es más que todo eso y a todo lo incluye, es el Ser de cuanto es y el ver de quien observa, observador y observado al mismo tiempo, de ahí que cualquier intento de reducirlo o acotarlo en algo fracasa, decepciona o frustra, y por esta razón algunos llegan a dudar de Él, descartarlo o negarlo. Hay científicos que han caído o caen en semejante error, como es el caso en el que se encuentra, enredándose a nuestro humilde parecer, el científico Stephen Hawking quien en su último libro, “El gran diseño”, dice que Dios no hace falta para explicar nuestro universo ni nada, y que nos bastamos con nuestras propias leyes, las de la realidad manifiesta y sus dinámicas para hacerlo.

Todo para él se explica de forma mecánica dentro del inmenso cajón emparedado en el que ha convertido al universo o a los muchos universos, pasando también por alto o malinterpretando incluso al mismo Darwin para quien la necesidad de una explicación trascendente o intencionada, a diferencia de lo que le quiere hacer decir Hawking, en este libro precisamente, no está excluida de su evolucionismo, de tal manera que el más eximio de los evolucionistas contradiciendo a Hawking  afirma que “el argumento máximo de la existencia de Dios me parece la imposibilidad de demostrar y comprender que el universo inmenso, sublime sobre toda medida, y el hombre hayan sido frutos del azar” (Artículo, diario “el Mundo”, 3 de Sept., 2010, por Nicolás Jouve)

El problema de Stephen, me parece a mi, materialista y mecanicista en sus interpretaciones como hemos visto, es el de no ser capaz de abrirse y mirar, seguramente por prejuicios que le condicionan como científico a la vieja usanza, al Fondo de lo observable, medible y analizable, a la Conciencia que lo sustenta todo incluidas las leyes de la física y a él mismo.

Recordemos la historieta del pez que va a buscar agua y tras mucho rato deambulando por el inmenso océano en el que se encuentra, regresa rendido por fin a su casa y le muestra a su padre, vacío, el cubo que tenía que haber llenado, al tiempo que le dice extenuado: ¡no me fue posible encontrar ni una sola gota de agua! A Hawkings me da la impresión  de que le debe de haber sucedido algo parecido después, también, de sus muchos años de investigación y búsqueda. Algo que contrasta significativamente con la apreciación a la que llega el antropólogo Teilhard de Chardin para quien, al revés de Stefhen, La Presencia divina se ha revelado no ya simplemente frente a nosotros, junto a nosotros. Ha brotado universalmente, nos hallamos de tal modo rodeados y traspasados por ella, que ni nos queda espacio en que caer de rodillas ni siquiera en el fondo de nosotros mismos” (Teilhard de Chrdin, en “El Medio divino”). A Teilhard seguramente le habrían hecho falta cientos, si no miles de cubos, para recoger tanta agua –o sea, tanta Presencia divina- como la que con seguridad hubiese hallado. Una vez más constatamos que ver o no ver el “agua” no depende de nuestros ojos o métodos físicos, sino de otra clase de percepción, la del alma entiendo yo. En realidad, y utilizando la terminología de Ken Wilver el universo de Hawking es un universo “chato”, a lo que yo añadiría que también triste y cojo. Chato y cojo porque prescinde nada más y nada menos que del mismo Espíritu.

            Pero existen otros aires, otras visiones, Aurobindo, el citado Teilhard de Chardin, en la actualidad el antedicho Ken Wilber ( quien dice que el azar se ve superado por el impulso autotrascendente del Kosmos) y junto a ellos otros muchos sabios, científicos, místicos y filósofos que han señalado “La Conciencia” como a la Realidad Suprema, una Conciencia que se anonadó voluntariamente dentro de un juego que ella misma crea, por puro deleite (Aurobindo) y que le lleva a exteriorizarse, a condensarse y a esconderse, algunos dirán que a perderse para reencontrarse después. Involucionar para a continuación Evolucionar en y desde la Materia (que viene etimológicamente, no hemos de olvidarlo, de “madre”, “matriz”).

Y es así como partiendo de allí, primero desde y en su expresión más sutil, como impulsos o vibraciones de pura energía, aún inmaterial, y por combinaciones, luego, de los primordiales elementos, en un proceso de complejidad ascendente, se va abriendo todo un camino evolutivo de menos a más conciencia, pero siempre con ella presente, incluso en las más toscas y rudas piedras. Desde las primeras “insinuaciones” cuánticas hasta la aparición de los reinos mineral, vegetal, animal y…Parémonos aquí un instante, hagamos un pequeño paréntesis, puntualicemos y precisemos algunas cosas.

           
2.-Una Dirección Intencionada en el Universo.

            Porque todo este despliegue,  lo que nos muestra en su asombrosa precisión es que el complejísimo proceso por el que la materia y el universo fue apareciendo tenía y tiene una dirección intencionada, una inteligencia y un sentido. Todo se había estado preparando y organizando desde el principio con el fin de que, llegado un tiempo, y sin negar valor ni importancia a nada de lo anterior, expresión de riqueza, creatividad, belleza y diversidad, se diesen  las condiciones para que el ser humano fuese posible. ¿Un propósito, por lo tanto, en el Universo?, así es, y lo difícil, si no imposible, sería demostrar lo contrario.

Y, entonces, venimos a darnos cuenta de que la casualidad es más que una quimera cuando nos adentramos en el fondo de la realidad misma, de lo que es, en su aparición, evolución y sentido. El mismo Big-Bang, extrañamente, explosionó dando lugar a combinaciones imposibles desde el punto de vista de lo azaroso que dieron lugar a que las bases precisas, con ajustes tremendamente finos de química y física, propiciaran la aparición de los únicos elementos posibles de sustentar vida humana. Así que, ¿un universo por casualidad, por azar?, eso sería peor que una locura. Esto es lo que nos dice nuestra mirada interior, pero también los datos matemáticos y de la estadística académica: porque, ¡la creación de una sola enzima por azar necesitaría unos 12.000 millones de años y nuestro universo apareció hace 14.700! Por lo tanto, no hay tiempo disponible, -los científicos lo saben y cuantos hemos aprendido a contar también- para una explicación de la aparición por azar del organismo humano, ni siquiera de un simple dedo, ni una uña,  menos para el surgimiento de todo el conjunto de galaxias, estrellas,…universo, universos.

Otro ejemplo concreto que ponen los expertos como Michael Starbird de la Universidad de Texas es el del análisis de las probabilidades que hay de que tecleando una combinación de 18 caracteres y espacios al azar en un máquina de escribir surja de modo fortuito la frase de Hamlet “to be or not to be”, pués bien, dice Starbird: si tuviéramos mil millones de chimpancés tecleando al azar una vez por segundo una combinación de 18 teclas y espacios desde el inicio mismo del universo, desde hace aproximadamente 14.700 millones de años, la probabilidad de que para el momento actual en uno de esos tecleos al azar hubiera surgido “to be or not to be” es una de entre mil millones. O sea, “Cada una de las mil millones de coincidencias fortuitas, mutaciones y combinaciones de mutaciones al azar que han tenido que ocurrir para dar lugar a la extrema sofisticación del organismo humano y del resto de la naturaleza implican una probabilidad menor que la aparición de “To be or not to be” en un tecleado al azar…” Y concluye: “dicho de modo más simple, no ha habido ni remotamente, tiempo suficiente desde que hay vida en el planeta tierra para que se acumulen al azar semejante cantidad de mutaciones” (Diario “El Mundo”, 26 de Diciembre 2008,  artículo de Juan A. Herrero Brasas). Esto se comenta por sí mismo.

Juntemos lo anterior a otros nuevos datos extraídos de la cosmología para resaltar hasta qué punto el hecho de que existamos es más que asombroso y hace saltar por los aires cualquier atisbo de superficialidad banal que justificara nuestra aparición como el resultado de un movimiento fortuito. Transcribo con este fin el siguiente texto porque creo que es muy ilustrativo de lo que estamos comentando. Dice el sociólogo, historiador e investigador Anthony Peake: “Si las condiciones de los primeros milisegundos del Big-Bang hubieran sido incluso ligeramente diferentes, no estaríamos aquí para contar todo esto. La oportunidad de supervivencia del carbono en esos primeros momentos era tan poco probable que prácticamente se puede decir que es un milagro. Si el nivel de oxígeno en ese momento crucial hubiera sido un 1 por ciento más bajo, finalmente todo el carbono del interior de las estrellas se habría procesado en oxígeno y luego buena parte de él en elementos más pesados. Consecuentemente, las formas de vida basadas en el carbono, como usted, no existirían” (A. Peake, “¿Somos inmortales?”, edit. Kairós, pag. 420).

En mi humilde parecer, un universo que se ha ido construyendo así y que es una auténtica filigrana de encajes primorosamente urdidos como el más preciso de los trabajos de orfebrería que uno se pueda imaginar no puede ser fruto de movimientos aleatorios arbitrarios. ¡Cómo negar algo tan evidente y que habla por sí sólo!

 Concluyendo: el “dios azar” no sirve como explicación, todo lo contrario; por eso científicos actuales de la talla de Ervin Laszlo o Amit Goswami y antes otros del nivel de Heisenberg, Schrödinger, Jeans, Pauli, y más que podríamos citar , se abren y unen en el fondo por lo menos, sin saberlo incluso, a las visiones e intuiciones de los videntes, místicos y sabios de todos los tiempos (Aurobindo, Teilhard, Paramahansa Yogananda,..) dando cabida a un significado interno que todo lo está dirigiendo y llevando desde la protoconciencia inmersa en el vacío cuántico hasta la aparición y resurgimiento de nuevo en la conciencia humana. (Ver el libro de Ken Wilber “Cuestiones cuánticas”, escritos místicos de los físicos más famosos del mundo. Edit. Kairós)

Cómo cerrar los ojos ante tanta precisión, armonía, encajes y ajustes como los que se dan en todos los niveles, formas, estructuras y organismos de la realidad manifiesta. Lo realmente difícil es no abrirse a comprensiones, intuiciones y visiones no materialistas. Por eso, en 1944, decía Max Planck, considerado el padre de la moderna teoría cuántica y galardonado con el premio Nobel de Física en 1918, en un discurso en Florencia titulado “La esencia de la materia” lo siguiente: “Como hombre que ha dedicado toda su vida a la ciencia más rigurosa, al estudio de la materia, esto es lo que puedo decirles sobre mis investigaciones sobre los átomos: ¡la materia no existe como tal! Toda la materia sólo existe por virtud de una fuerza que hace vibrar las partículas de un átomo y mantiene unido a este diminuto sistema atómico…Debemos suponer que tras esta fuerza existe una Mente consciente e inteligente. Esta mente es la matriz de toda la materia.”. Tal vez es a esto mismo hacia lo que apunta el profesor de Física Teórica David Bohm cuando enseña que debajo del “orden desplegado” –la realidad manifiesta-  hay un “orden implicado” en el que la división entre conciencia y materia no es real y que se sustenta en una Unidad que le da a todo significado y sentido.


3.- La humanidad: un punto de inflexión en la Conciencia.

Y si estas cosas las podemos pensar, constatar y ver respecto al surgimiento de la materia y del universo en general, de los que, para entenderlos, necesariamente nos tenemos que remontar a esa Mente consciente, o divina como yo prefiero llamarla, no es menos, sino mucho más, lo que nos hace comprender la propia aparición de la humanidad con todo lo que ella representa y sugiere, ya que el ser humano, con su puesta en escena hace unos 150.000 años, lo que nos pone delante de forma muy llamativa por su novedad, es un punto de inflexión definitivo en el rumbo evolutivo: en él la conciencia empieza a tomar su “mayoría de edad” después de un larguísimo período de “inconsciencia dormida”.

Ciertamente, con nosotros, los humanos, poco a poco, la conciencia, que se había materializado y densificado hasta el extremo, se va haciendo otra vez consciente de sí, haciendo acto de presencia en la escena de cuanto existe, y esto se realiza de forma clara y evidente cuando alguien, llegado un momento de nuestra evolución, balbuceando aún, va a decir o sentir eso que se esconde tras la palabra “yo”. Yo, primera individuación humana y con ella la “historia espiritual” del alma en evolución y crecimiento creativo. Tu historia, la mía, “nuestra aventura divina” habría que decir más bien. He aquí, pues, tal vez, la mayor o de las más grandes revoluciones en la historia del ser humano. Luego vendrán otras no menos trascendentales.

Nos hemos referido evidentemente a ese momento del despertar de la humanidad en el que la evolución, por primera vez en la historia del universo (de este universo si queremos ser más precisos) empieza a ser de alguna manera dirigida, pero no sólo hacia fuera por las nuevas interrelaciones que se crean, sino fundamentalmente hacia dentro y desde dentro, puesto que los hombres y mujeres pueden ya pensar, dudar, tantear, imaginar, intuir, soñar y decidir, algo totalmente nuevo dentro del panorama evolutivo anterior; porque en las especies y realidades anteriores nada de todo esto había sido posible aún. Dicho de manera más taxativa y con las palabras del filósofo y antropólogo J. Rubio Carracedo: “con el hombre se produce un cambio radical en el mecanismo de la evolución: no sólo toma conciencia refleja de la corriente vital de donde procede, sino que llega a adueñarse de ciertos resortes que rigen precisamente el futuro de la marcha evolutiva.” (J, L. Rubio Carracedo, “Antropología prospectiva”, edit. Estudium, pag. 62)

Aunque si queremos ver situado al ser humano dentro del cosmos y en su perspectiva evolutiva universal con lo que es y representa, su sentido y significado, su esplendor y su belleza, su relevancia y su grandeza, nada mejor que leer lo que sobre él escribe Teilhard de Chardin en su libro “El fenómeno humano”: El ser humano –dice- “no es de ninguna manera un elemento perdido en las soledades cósmicas, sino que existe una voluntad de vivir universal que converge y se hominiza en él. El hombre, pues, no como centro estático del mundo –como se ha creído durante mucho tiempo- sino como eje y flecha de la evolución, lo que es mucho más bello….emergió de un tanteo general de la Tierra. Nació, en línea directa, de un esfuerzo total de la vida. He aquí la dignidad supraeminente y el valor axial de nuestra especie” (Teilhard de Chardin, “El fenómeno humano”, Edit. Taurus, pag. 49 y 229).


4.- Materia y Conciencia en la Realidad Una.

Esto sólo se puede comprender cuando se es capaz de ver la realidad como un Todo Orgánico desplegándose y no como una suma o conglomerado de elementos inconexos que aparecen, crecen y se extinguen cada uno por su parte. Ya en el mineral, aunque ello no lo pueda registrar nuestra mente tan poco hecha para estas sutilezas, el ser humano había dado los primeros pasos de su andadura; la parte mineral de nuestra conciencia allí estaba, como ocurre después en el vegetal y en el animal. Pero para aceptar esto tenemos que asumir que la división entre la materia y la conciencia es ficticia, algo que muchos científicos aceptan y que los místicos han podido experimentar, como es el caso, por ejemplo, de Leo Hartong que tan bien nos señala la unidad de origen de todo cuanto existe y su no diferenciación esencial.

Así es como Hartong nos describe lo que le pasó: “En mi caso, la experiencia sucedió cuando tenía veintiún años…Un inmenso espacio se abrió. Sería tan cierto decir que me expandí hasta abarcar la totalidad de la existencia como decir que yo había desaparecido por completo. La eternidad que yo creía que era un tiempo sin fin, se reveló como ausencia de tiempo. Todo estaba lleno de vida, incluso aquello que hasta ese momento había considerado objetos inanimados. Toda la existencia tenía un mismo origen y se veía que tanto el primer día de la creación como el último se encontraban presentes. El universo no era grande ni pequeño. Se revelaba simplemente como Uno…” (Leo Hartong, “Despertar  la verdad”, Edit.Sirio)

 Y, en cuanto a los científicos un botón de muestra: “Hemos de tener en cuenta –dice Rupert Sheldrake- que la propia materia, de acuerdo con la física moderna, no es más que energía organizada en campos. Estos campos…constituyen su propia esencia y no cabe establecer ninguna dicotomía entre campos y materia. Existen, eso sí, diferentes niveles de organización de campos: los campos de partículas de quantum están organizados por el campo atómico, después están los campos moleculares organizando los átomos y los campos celulares organizando las moléculas, y los campo de tejidos organizando las células…No es que haya nada inmaterial organizando las partículas, es que no existe la materia, en sentido tradicional” (Entrevista que el escritor F. Lopez-Seivane le hace a Rupert Sheldrake y que consta en su libro “Candidatos a la hoguera”, edit. por “Más allá, libros.).

Espíritu, Materia, Conciencia, Energía…Todo Eso como momentos, diferentes vibraciones, estados, perspectivas…de la Misma Realidad, y o diría: de “Lo Divino”.

Y, ahora, tras esta matización que pretendía comprender desde el fondo de la realidad misma el significado y entronque de esa “flecha de la evolución” de la que habla Teilhard,  inconcebible sin la unidad referida entre conciencia y materia y dentro también de los distintos niveles y reinos de la naturaleza, desde lo más elementales y sutiles a los más complejos, regresemos a Aurobindo en el que curiosamente podemos constatar aunque con otras palabras la misma idea “teilhardiana”, o sea, la que señala una fuerza y un impulso crecientes que desde el corazón de la Naturaleza e inscrito dentro de un movimiento total de la misma, y animando desde sus profundidades por “un secreto espíritu”, se dirige hacia la realización de un potencial que hallándose anidado en el mismo ser humano expresará como culmen y llegado un tiempo una nueva fase de sí: su ser divino. Así es como lo dice nuestro admirado Aurobindo:

“¿Y no será, por tanto, la Naturaleza solamente la fuerza de autoexpresión , de autoformación, de autocreación, de un secreto espíritu, y el hombre, por limitado que esté por su capacidad actual, el primer ser de la Naturaleza en el que ese poder comienza a ser conscientemente autocreativo al frente de la acción, en esa estructura exterior del ser físico, situado allí para configurar y hacer surgir en virtud de una creciente evolución autoconsciente todo cuanto pueda de su contenido humano o de su potencialidad divina? Esta es la clara conclusión a la que finalmente debemos llegar si admitimos como clave del movimiento total, como realidad de toda esta creación  ascendente, una evolución espiritual(Aurobindo, “Renacimiento y Karma”, edit. Plaza y Janés, pag. 81).



5.-Más allá de la visión chata del universo, de nuestra realidad y de nuestro origen.

Qué lejos de todo esto se quedan las palabras del, por otros méritos y conceptos, inteligente, honrado y valorado Bertrand Russel, pero que, en cuestiones como esta que estamos tratando, con tan poco tino, dogmatismo acientífico y menos discernimiento supo ver y exponer al decir que: “el hombre es el producto de unas causas que no sabían el fin de lo que estaban consiguiendo…sus esperanzas y sus miedos, sus amores y creencias no son sino el resultado de disposiciones accidentales de átomos; que ningún fuego, ningún heroísmo, ni ninguna intensidad de pensamiento ni de sentimiento, puede preservar una vida individual de la tumba; que todos los trabajos de todas las épocas, toda la devoción, toda la inspiración, toda la brillantez del genio humano está destinada a la extinción con la muerte del sistema solar, y que todo el templo de los logros del hombre perecerá inevitablemente bajo los escombros de un universo en ruinas. Todas estas cosas, si no sin discusión posible, son ya casi tan ciertas que ninguna filosofía que las rechace puede tener esperanza de permanecer”.

            Aunque es verdad que existe una parte muy importante de la manifestación humana que más pronto o más tarde se extingue por cuanto que no forma parte de su esencialidad y por lo tanto de su ser, razón por la cual y en este sentido, nuestras obras con sus resultados de disolverán pasando a formar parte de esa misma “materia primordial” de la que surgieron, lo que significa que aceptamos una parte de lo que Russel dice, en cambio discrepamos radicalmente de esa accidentalidad que él cree observar en el universo así como su pretendida inconsciencia y ausencia de significado en el mismo. Pero dejemos que sean las palabras de otro, para nosotros gran científico y de reconocido prestigio, ya citado aquí, nos estamos refiriendo a Ervin Laszlo el que le desmienta:

            “…la cara del progreso no necesita ser tan fría, ni la cara de la caída tan trágica. Todas las cosas que Russel menciona no solamente no están más allá de cualquier discusión y no sólo no son ya casi ciertas, sino que puede que sean las quimeras de una visión del mundo ya obsoleta.”

Porque, y así es como continúa la brillante réplica de Laszlo, “La vanguardia de la nueva cosmología ha descubierto un mundo que no termina en ruinas y la nueva física, la nueva biología y la nueva investigación de la conciencia reconocen que en este mundo la vida y la mente son elementos integrales. Todos estos elementos se unen en el universo informado, un universo global, intensamente dotado de significado, piedra angular de un esquema conceptual unificado capaza de unir los diversos fenómenos del mundo: la teoría integral del todo (Extracto sacado del libro de Ervin Laszlo “La ciencia y el campo akásico”, edit. Nowtilus, pag. 8)

Sencillamente, con Teilhard, Aurobindo y ahora con las palabras de Laszlo lo que uno siente y experimenta es expansión, alegría, amor, sentido, propósito, movimiento, creatividad, evolución…¡Vida que vive y ante la cual la vida que soy, que somos, vibra y se reconoce! Porque nuestro fondo sabe y nuestra conciencia que se autoevidencia señala. Cómo no experimentar una gran emoción y encaje ante esto. De Russel y Hawking, en cambio, lo que a uno le llega, -no a partes iguales, porque para ser justos con ellos tendríamos que repartirlas y matizarlas separadamente ya que se trata de personalidades muy distintas-, son sensaciones como de contracción, encogimiento, decepción, amargura retenida, tristeza y orgullo egocéntrico o, cuanto menos, las consecuencias de un racionalismo tan sujeto a los sentidos que les atrapa y limita.


6. Origen, Sentido y Propósito se comprenden y desvelan en la Conciencia.

Que hoy hasta los físicos como Steven Weinberg nos digan que la materia “ha dejado de tener un papel central en la física”, como el que el premio Nóbel Bohr nos diga que considera la vida como un fenómeno complementario a lo que puede verificar o probar la física cuántica que según él al fin y al cabo tan sólo describe los procesos de la “materia muerta” no sólo es muy importante por lo que en sí dice sino porque apunta hacia verdades que, a nuestro modo de ver, son de un orden y plano distintos al del mundo de la materia, la mecánica y, por supuesto de los cinco sentidos. Ese mundo hacia el que tal vez señalan es el mundo del Espíritu, la misma Fuente, el Fondo de todo.

Por otra parte, ese Origen tras el que vamos, por mucho que nos esforcemos en ello, no es alcanzable a través de procesos experimentales, tampoco racionales ni físicos a todos los cuales contiene. ¿Cómo encontrar Aquello que ya está en el que busca? Como bien dicen los filósofos del Vedanta: “El buscador es lo buscado”. Por eso, nadie “lo” halla.

¿Cómo descubrir lo que ya está en nosotros? Sólo cuando nos encontremos lo encontraremos. El punto de encuentro se llama Conciencia, nuestro ser real, o también “Dios en nosotros”. Quien descubre su Realidad Suprema puede ver ya lo que es el Origen del Universo, de todos los universos, su Propósito y su Sentido. Pero aquel que no ha entrado en contacto con su Conciencia sólo puede ver cosas, muy inmensas o infinitamente pequeñas, pero sólo eso “cosas”, materia muerta al fin y al cabo.

Ninguna ciencia que no integre la conciencia y que haga de esta su principal instrumento puede llegar a mostrar el Fondo de la realidad. Pero aquel que llegue a sentirse uno con su Conciencia ese sí que lo entenderá todo. El saber que perseguimos pertenece al terreno de los místicos, es decir de quienes han trascendido todo saber y ya han saboreado-sentido a Dios. Esto nos da el conocimiento de la Fuente, del Propósito, del Sentido del ser humano y del universo entero. Entonces se comprende todo.

El Propósito de todo existir es expresar la infinita riqueza de Dios. Todo lo demás es accidental, baratijas y distracciones de segundo, tercero o cuarto orden. ¿Qué sería vivir, pues?: “El ocurrir de Dios en mí y a través de mí”, esta es la única respuesta verdadera. A partir de ahí cualquier otra cosa forma parte de los complementos, y el peor de ellos se llama “ego”, sobre todo si a este lo tomamos como a nuestro ser real.

Ah!, ¿y donde se quedan aquí las casualidades? Las casualidades sí, esas “causas que no sabían el fin que estaban consiguiendo” y de las que tantas veces se habla y a las que nos hemos referido. Me parecen muy significativas, claras, oportunas y concluyentes lo que dice de ellas Herbert Fritsche y que encontré en una de mis lecturas:

            “La casualidad es el suave almohadón
             Sobre el que reposan quienes desean eliminar del cosmos
             Lo divino, lo significativo, lo que indica una meta a las criaturas,
             Prefiriendo la triste fábula de que el universo
             Se originó de paso,
             Completa y absolutamente por sí mismo,
             Más allá de cualquier realización de un sentido”.

            En realidad, el propósito, cualquier propósito, forma parte y es una pieza más del inmenso juego que jugamos en el tablero de Dios. Él, convertido en nosotros como fichas blancas o fichas negras en el infinito tablero que es el mundo, nuestro mundo, en donde todo se va disponiendo con la inteligencia y el saber propios de Lo Que El, el Todo Uno es. Así expresaba esto mismo un místico de nuestro tiempo, Leo Hartong, tal y como lo vivió en un momento de iluminación:

 “Mientras que, en un nivel relativo, el propósito de cada cosa era servir a todas las demás en un intrincado mosaico de perfecta armonía, la totalidad de la creación mostró estar más allá de cualquier propósito. Vi que es simplemente tal como es: su propia causa y su propia plenitud”.

En cualquier caso y siempre, dentro del Sentido y Propósito del Universo se encuentran inseparablemente unidos nuestros Sentido y Propósito tanto colectivos como individuales, los cuales se desarrollan a través de la experiencia del vivir, que el Maestro de Judo Robert J. Godet escenifica, a su modo, como una lucha de este arte marcial; y lo representa muy gráficamente así:

      En el Judo del Espíritu:
“El tatami es el Mundo.
            El Kimono es la mente.
            El cinturón es la voluntad.
            El vientre es el desapego.
            La atención es la conciencia.
            El adversario es uno mismo.
                                          
 (Del libro “El Espíritu de las Artes marciales”,
  Carmelo H. Ríos, ed. Obelisco)


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