Si
fuera de nosotros, como todo lo indica, proyectamos nuestro mundo interior, la
única posibilidad real de vivir en armonía y amorosamente con los demás, es
lograr previamente eso mismo en nosotros. Y no hay mejor forma de alcanzar esto
que a través del autoconocimiento que nos pone en contacto con nuestro
verdadero ser. La razón es sencilla: quienes se reconocen en lo que son
descubren inmediatamente que nuestra esencia es de puro gozo, de pura luz y
claridad, de pura energía sin límites. La consecuencia a la que esto nos lleva
es obvia: el amor hacia uno mismo surge espontáneamente, más aún lo vemos como
una condición natural de nuestro ser, ya que instalarnos o conectar con nuestro
ser es conectarnos con la fuente del amor.
Dicho
lo cual, es fácil de comprender que la autoestima, para que tenga un fundamento
real y estable se ha de basar en la conciencia de lo que somos,- puro amor y
gozo, pura inteligencia y sabiduría, pura energía y fuerza-, que es lo único
que de verdad puede desmontar y deshacer todas las falsas ideas e imágenes
sobre nosotros mismos que son las que hacen que nos veamos como carentes de
algo, necesitados de algo, imperfectos o teniendo que hacer méritos para
adquirir o poseer el valor para ser estimados o queridos.
La
autoestima que se pretenda fundamentar y apoyar en los logros, en los objetivos
o en las posesiones, ni siquiera en el desarrollo de nuestras capacidades, a la
larga nunca será efectiva ni se mantendrá, ya que todo objetivo o nivel
alcanzables siempre serán revisables, superables por otros nuevos, comparables
y, por lo tanto nunca suficientes y, más pronto o más tarde insatisfactorios. La
alternativa, pues, como señalábamos antes, consiste en la conexión con nuestro
ser, o sea, la experiencia de sentir y vivir lo que por nosotros mismos ya
somos, que en sí mismo implica perfección, plenitud y valor infinito, que es lo
que se vive cuando uno libre de pensamientos erróneos, de identificaciones
falsas y de proyecciones equivocadas se encuentra con la desnudez de su ser: pura
alegría, puro gozo, puro amor, pura plenitud y poder interior sin límites.
No
significa esto que uno se quede entonces extasiado en una parálisis mística o
algo parecido, sin moverse para nada hacia el exterior y disfrutando de ese
sentir. Porque esto no es el movimiento natural del espíritu, como de hecho lo
vemos reflejado en el universo y en todos los niveles de su manifestación. Todo
es por doquier vida manifestándose de múltiples formas y maneras. Todo es energía
moviéndose y plasmando el infinito potencial de Dios. Pues lo mismo cada uno de
nosotros: el autoconocimiento de nuestro ser aportado por la visión interior y
la experiencia esencial de lo que él es hace que aflore un amor y una dicha
antes jamás imaginados, pero eso mismo tiene un segundo movimiento que consiste
en la expresión y plasmación en el exterior de lo que él representa como energía
y poder, como amor y gozo, como sabiduría e inteligencia. Y al ver esto y
comprenderlo, sabemos de inmediato que la autoestima verdadera, que coincide con
la experiencia plena de ser, además del movimiento primero de autocontemplación
de lo que somos, nos impulsa en un segundo movimiento de expresión de todo
nuestro potencial, que cada sujeto individual manifiesta genuinamente según su
particular proyecto existencial y espiritual que coincide con lo que el alma de
cada cual pretende conseguir en la vida y para los demás, como parte de su propósito
y sentido. Es decir, no podría haber una verdadera autoestima, ni un verdadero
amor hacia uno mismo si uno no ve reflejado en el exterior toda su riqueza
interior en forma de creatividad o de realización dentro de las mil formas y
expresiones que la vida nos ofrece.
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