Pero,
al mismo tiempo, y por lo que se ve, palabra tan necesaria, aunque sea,
incluso, también, para denigrarla, pisotearla o rechazarla, por necesidad a
costa de ella de autoafirmación y de reivindicación del propio ser y poder, y de
la libertad frente a quienes en su nombre la utilizaron para imponer creencias,
modos de vida, pensamientos, supuestas verdades o requisitos de bondad, maldad
y tantas cosas más que desde una autoridad religiosa de origen, según decían,
divino, se arrogaban; o para todo lo contrario: para invocar y señalar hacia lo
más grande, profundo, verdadero, bondadoso, bello, poderoso y sublime que
imaginar se pueda.
Por el uso tan dispar que se ha hecho de esta
palabra, hablar de “Dios” resulta difícil, a veces parecería incluso
imposible y, desde luego, aventurado si no se hace con las precisiones, matices
y distingos pertinentes, y eso, en la medida en que nadie sabe exactamente lo
que cada uno está queriendo decir cuando la nombra o entendiendo por ella al
escucharla. Por eso, uno con la intención de liberar de esa carga tan
variopinta que tantas proyecciones humanas le han puesto tiene que optar muchas
veces por vocablos genéricos, menos manipulados y tendenciosos, más asépticos y
desprovistos de cargas emocionales, ideológicas, de Iglesias o sectas, para
asegurarse en alguna medida de que aquello a lo que se quiere cuando dice “Dios”
queda fuera de cosificación, capillismo, encajonamiento, sectarismo y
apropiación religiosa. De ahí, que hoy haya mucha gente que prefiera utilizar palabras alternativas, aunque señalen
en esencia y allá en el fondo lo mismo, como las de: el Ser, Lo Real, el Todo
Uno, la Conciencia, El Espíritu, etc.
Pero no, la
palabra no es el problema, lo que sí que lo es para nuestras mentes es
acotar de algún modo comprensible y conceptualizar, aquello que todos los seres
humanos por una necesidad compleja, y “extraña”, por lo universal que es,
parecen sentir, necesitar, buscar y anhelar en lo que se perfila como inasible
y sin contornos, infinito en todos los sentidos, innombrable e indefinible, lo
Superior y Supremo, aquello que todo lo contiene y todo lo es, de lo que todo
parte y a lo que todo vuelve, y que estando como está más allá de nuestra
racionalidad, se quiere luego traducir, que por desgracia es lo mismo que reducir, -como quien trata de poner
toda el agua del océano en un pequeño pozal-, a nuestro limitado e insuficiente
lenguaje humano.
Entonces, es cuando
realmente nos damos cuenta de que las palabras, ni siquiera los conceptos y las
ideas, tampoco las interpretaciones, ni siquiera las teologías nos sirven para
mucho, o, si acaso, -como se suele decir-, para realizar la misma función que
los dedos o las flechas cuando tratan de señalar lo que cada cual
subjetivamente y a su modo entiende, siente o de algún extraño modo percibe.
Pero lo verdaderamente curioso dentro de todo esto, es que todos parecemos mirar, como por un consenso universal y a pesar de las
diferencias, hacia “Lo Mismo”, es muy real sí, Aquello que hace que millones y millones de seres humanos durante
siglos y siglos, de todas las épocas, culturas y civilizaciones, como si se
tratase de girasoles instintivamente buscando y orientándose al sol, dirijan su
mirada y sobre todo su corazón, hacia lo que intuyen que trasciende y
supera lo externo, material y caduco de cuanto experimentan y viven, aunque
después con el concurso de nuestras mentes lo trastoquemos con múltiples
versiones más o menos adaptadas, simbólicas, míticas, racionales o realmente
espirituales.
Sí
existe, Es, más bien, deberíamos decir, y es real, porque de algún modo se
intuye, se saborea, se experimenta o se toca, un Magma, Fondo, Espacio, Campo,
Fuente u Origen de realidad, conciencia, existencia o ser, que sutilmente nos
lo está delatando y mostrando continuamente, y no sólo en el exterior sino
sobre todo desde/en el interior de
nosotros mismos.
Se
da el caso y la circunstancia curiosa de que Eso, que tanto moviliza y sugiere
se muestra particularmente a cada sensibilidad y mente, según la capacidad,
nivel, desarrollo, complejidad, demanda y apertura de las mismas. Es por eso
por lo que cada uno vive “su Dios”, con la perspectiva, amplitud y encaje que
él, de su totalidad, es capaz de considerar, recibir y captar. Por eso existen
los infinitos rostros de Dios. Y eso, que en sí responde a una lógica perfecta
de acuerdo con lo que es la evolución de la conciencia, cuando se vive de modo
fanático, exclusivista y sin intuir siquiera que Dios trasciende toda versión
particular y que toda interpretación posible cabe en él, sin ser ninguna de
ellas completa y “la verdadera”, es lo que da lugar a los enfrentamientos,
guerras, condenas y absurdas fronteras religiosas entre los elegidos y lo que
no lo son, quienes se salvarán y los que no.
Nuestras mentes, esclavas de su propio desarrollo y forma
de mirar, cuando dejan de lado el corazón todo lo dividen y trocean,
clasificándolo en mil pedazos, lo estructuran y, por supuesto, lo deforman
hasta ofrecernos realidades que ya nada o muy poco tienen que ver con la globalidad sin nombre de la Presencia
(presencia- presente). Y eso encierra un peligro muy grande, en la medida en
que se puede llegar a formar una idea sobre algo, en este caso “Dios”, que se
convierta en un perfecto ídolo (observemos
que idea e ídolo tienen la misma raíz)
al que adorar y seguir, al que entregarse y por el que se llegue incluso a
morir.
Llegados
a ese punto puede ser más importante
para algunos lo ideado-idologizado
que Lo Real, el dedo que señala que
el objeto hacia el cual apunta, con lo cual, la norma, el dogma, la teología,
los signos externos o el rito, e incluso la misma religión en sí y su
particular Iglesia pasan a ser lo necesario y valioso en lugar de aquello que a
todo subyace, alimenta e inspira por ser La Fuente, el Océano y el Todo Uno de
la Realidad que Es, o sea, Dios.
De ese modo, la palabra “Dios”, que podría haber servido para expresar la unidad de aspiración y
experiencia de todos los seres humanos desde
y en su esencia, porque en todos
vibra en nuestro ser como expresión particular de lo que Es, que a todos nos vivifica aúna y trasciende por
igual, queda convertida paradójicamente en instrumento de división,
enfrentamiento y separación. Esto es algo que deberemos superar en el futuro y
en la medida en que el Dios-Uno en nosotros, que es la fuente real de la
verdadera Unidad como humanidad y como seres cósmicos que somos, es la única
puerta de salida de los límites a los que como civilización nos hemos visto
abocados y que ya claman por su superación y trascendencia, si es que queremos
llegar a establecer aquí en la Tierra un reino de verdadera paz, fraternidad y
libertad. No existe otro camino, todos los demás, ya experimentados a lo largo
de nuestra historia, han tocado su techo y su propia fragilidad.
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