sábado, 8 de julio de 2017

“Dios”, la palabra más manipulada.

         
Tal vez esta sea la palabra más usada de la historia, la más traída y llevada, esgrimida bajo miles de banderas, distintas ideologías y religiones, grupos de personas e individuos dispares. Palabra con poder y diríamos que en sí misma talismán, por la infinidad de pensamientos e ideas que sugiere y que la alimentan, por la que se ha luchado, muerto y matado. Palabra que ha servido tanto para unir como para dividir, para amar como para odiar, discriminar, separar y confrontar.
Pero, al mismo tiempo, y por lo que se ve, palabra tan necesaria, aunque sea, incluso, también, para denigrarla, pisotearla o rechazarla, por necesidad a costa de ella de autoafirmación y de reivindicación del propio ser y poder, y de la libertad frente a quienes en su nombre la utilizaron para imponer creencias, modos de vida, pensamientos, supuestas verdades o requisitos de bondad, maldad y tantas cosas más que desde una autoridad religiosa de origen, según decían, divino, se arrogaban; o para todo lo contrario: para invocar y señalar hacia lo más grande, profundo, verdadero, bondadoso, bello, poderoso y sublime que imaginar se pueda.
             Por el uso tan dispar que se ha hecho de esta palabra, hablar de “Dios” resulta difícil, a veces parecería incluso imposible y, desde luego, aventurado si no se hace con las precisiones, matices y distingos pertinentes, y eso, en la medida en que nadie sabe exactamente lo que cada uno está queriendo decir cuando la nombra o entendiendo por ella al escucharla. Por eso, uno con la intención de liberar de esa carga tan variopinta que tantas proyecciones humanas le han puesto tiene que optar muchas veces por vocablos genéricos, menos manipulados y tendenciosos, más asépticos y desprovistos de cargas emocionales, ideológicas, de Iglesias o sectas, para asegurarse en alguna medida de que aquello a lo que se quiere cuando dice “Dios” queda fuera de cosificación, capillismo, encajonamiento, sectarismo y apropiación religiosa. De ahí, que hoy haya mucha gente que prefiera utilizar palabras alternativas, aunque señalen en esencia y allá en el fondo lo mismo, como las de: el Ser, Lo Real, el Todo Uno, la Conciencia, El Espíritu, etc.
            Pero no, la palabra no es el problema, lo que sí que lo es para nuestras mentes es acotar de algún modo comprensible y conceptualizar, aquello que todos los seres humanos por una necesidad compleja, y “extraña”, por lo universal que es, parecen sentir, necesitar, buscar y anhelar en lo que se perfila como inasible y sin contornos, infinito en todos los sentidos, innombrable e indefinible, lo Superior y Supremo, aquello que todo lo contiene y todo lo es, de lo que todo parte y a lo que todo vuelve, y que estando como está más allá de nuestra racionalidad, se quiere luego traducir, que por desgracia es lo mismo que reducir, -como quien trata de poner toda el agua del océano en un pequeño pozal-, a nuestro limitado e insuficiente lenguaje humano.
Entonces, es cuando realmente nos damos cuenta de que las palabras, ni siquiera los conceptos y las ideas, tampoco las interpretaciones, ni siquiera las teologías nos sirven para mucho, o, si acaso, -como se suele decir-, para realizar la misma función que los dedos o las flechas cuando tratan de señalar lo que cada cual subjetivamente y a su modo entiende, siente o de algún extraño modo percibe. Pero lo verdaderamente curioso dentro de todo esto, es que todos parecemos mirar, como por un consenso universal y a pesar de las diferencias, hacia “Lo Mismo”, es muy real sí, Aquello que hace que millones y millones de seres humanos durante siglos y siglos, de todas las épocas, culturas y civilizaciones, como si se tratase de girasoles instintivamente buscando y orientándose al sol, dirijan su mirada y sobre todo su corazón, hacia lo que intuyen que trasciende y supera lo externo, material y caduco de cuanto experimentan y viven, aunque después con el concurso de nuestras mentes lo trastoquemos con múltiples versiones más o menos adaptadas, simbólicas, míticas, racionales o realmente espirituales.
Sí existe, Es, más bien, deberíamos decir, y es real, porque de algún modo se intuye, se saborea, se experimenta o se toca, un Magma, Fondo, Espacio, Campo, Fuente u Origen de realidad, conciencia, existencia o ser, que sutilmente nos lo está delatando y mostrando continuamente, y no sólo en el exterior sino sobre todo desde/en el interior  de nosotros mismos.
Se da el caso y la circunstancia curiosa de que Eso, que tanto moviliza y sugiere se muestra particularmente a cada sensibilidad y mente, según la capacidad, nivel, desarrollo, complejidad, demanda y apertura de las mismas. Es por eso por lo que cada uno vive “su Dios”, con la perspectiva, amplitud y encaje que él, de su totalidad, es capaz de considerar, recibir y captar. Por eso existen los infinitos rostros de Dios. Y eso, que en sí responde a una lógica perfecta de acuerdo con lo que es la evolución de la conciencia, cuando se vive de modo fanático, exclusivista y sin intuir siquiera que Dios trasciende toda versión particular y que toda interpretación posible cabe en él, sin ser ninguna de ellas completa y “la verdadera”, es lo que da lugar a los enfrentamientos, guerras, condenas y absurdas fronteras religiosas entre los elegidos y lo que no lo son, quienes se salvarán y los que no.
            Nuestras mentes, esclavas de su propio desarrollo y forma de mirar, cuando dejan de lado el corazón todo lo dividen y trocean, clasificándolo en mil pedazos, lo estructuran y, por supuesto, lo deforman hasta ofrecernos realidades que ya nada o muy poco tienen que ver con la globalidad sin nombre de la Presencia (presencia- presente). Y eso encierra un peligro muy grande, en la medida en que se puede llegar a formar una idea sobre algo, en este caso “Dios”, que se convierta en un perfecto ídolo (observemos que idea e ídolo tienen la misma raíz) al que adorar y seguir, al que entregarse y por el que se llegue incluso a morir.
Llegados a ese punto puede ser más importante para algunos lo ideado-idologizado que Lo Real, el dedo que señala que el objeto hacia el cual apunta, con lo cual, la norma, el dogma, la teología, los signos externos o el rito, e incluso la misma religión en sí y su particular Iglesia pasan a ser lo necesario y valioso en lugar de aquello que a todo subyace, alimenta e inspira por ser La Fuente, el Océano y el Todo Uno de la Realidad que Es, o sea, Dios.
            De ese modo, la palabra “Dios”, que podría haber servido para expresar la unidad de aspiración y experiencia de todos los seres humanos desde y en su esencia, porque en todos vibra en nuestro ser como expresión particular de lo que Es, que  a todos nos vivifica aúna y trasciende por igual, queda convertida paradójicamente en instrumento de división, enfrentamiento y separación. Esto es algo que deberemos superar en el futuro y en la medida en que el Dios-Uno en nosotros, que es la fuente real de la verdadera Unidad como humanidad y como seres cósmicos que somos, es la única puerta de salida de los límites a los que como civilización nos hemos visto abocados y que ya claman por su superación y trascendencia, si es que queremos llegar a establecer aquí en la Tierra un reino de verdadera paz, fraternidad y libertad. No existe otro camino, todos los demás, ya experimentados a lo largo de nuestra historia, han tocado su techo y su propia fragilidad.
                                                  


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