Por desgracia prescindí de él en mi vida, no lo tuve
en cuenta. Fueron otros tiempos.
No me ocupé de su significado más que de forma analítica
y racional, tópica.
Creo que así me defendí inconscientemente de la manera interesada como me llegaba.
No quería que nadie me vendiese un producto
religioso. Y menos para que me salvase.
No pertenezco a religión alguna. No me dicen nada.
Son eso, productos, creaciones.
Sí me importa, porque lo soy en esencia, el Espíritu,
Dios, el Fondo o Todo Uno.
A Jesús, el Cristo, lo experimento como a mi propio
Cristo interior. ¡Qué brillo!
A hacer puñetas todos los dogmas y tonterías que me
contaron. Son nada, bobadas.
El Cristo es real porque se vive y se siente, llega
y renace en cada corazón, en el mío.
Y ese Cristo es Unidad, Luz, Resplandor sin igual. Fuego
y Amor, presencia conmigo.
Si lo puedo experimentar, cómo dudar de su realidad.
Encarnó y mi corazón lo sabe.
Encarnó en un ser humano, como hoy encarna también
en cada hombre y mujer
Que se abre a su Cristo interior. Y eso es Dios en todos,
no en unos sí y en otros no.
Todo lo demás son películas, montajes, ingeniería
religiosa, intereses del ego.
Jesús, el Cristo, en el que yo creo ni siquiera es
cristiano. ¡Soltadlo ya de una vez!
No es de nadie, es nuestro ser más real e íntimo. Es
el Cristo universal, nuestro ser.
Y él, el nazareno, lo refleja, desde su humanidad
trascendida, supramentalidad divina.
¿Es Dios?, pues claro, como todos, no más, no menos.
Y ese era, y es, su mensaje.
¿Él, Hijo de Dios? Toda manifestación lo es. ¿El único
Hijo? Eso ya es teología mala.
El Cristo inunda mi ser, vive en mí, me recupera de
toda vaciedad. Fuego en el alma.
A través de él todos los universos se me acercan y
con ellos me uno a Lo Que Es.
Despojado de interpretaciones se filtra a través de
mi corazón y en mi conciencia nace.
Ahora ya me siento más cerca que nunca de Él. Sin
religiones, sin intermediarios.
Cristo vive en mí, en todo, lo experimenta quien se
abre a Lo Superior en su ser.
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