Cuando yo era pequeño, también de joven, me
enseñaron algunas cosas muy raras.
Me dijeron que Jesús había venido para salvarnos de
la condenación divina.
Y salvarnos significaba liberarnos de las penas
eternas, incluidas las del infierno.
Me enseñaron a temer a Dios y a utilizar la religión
como instrumento para tal fin.
O sea: que, o eras de la religión que te salva o te
condenabas. Yo hice la carrera de cura.
Y los curas estábamos para ayudar a salvar a los
hombres, a los que no creían como yo.
¡Qué papel el nuestro, con obispos, papa y la religión!
Señalar, amedrentar, juzgar…
¡Arrepentíos! Hoy ya sé que todo se dice de manera más
suave. Las formas varían.
No, por favor, yo no soy anticlerical, es más me
duele que alguien lo sea. No me gusta.
Pero discernir es necesario, sobre todo si se ha
confundido religión y espiritualidad.
Yo trato de discernir. La espiritualidad es un camino
de libertad, de autodescubrimiento.
Nos hemos de liberar, -a ese tipo de salvación sí
que me apunto-, de nuestra ignorancia,
De no saber lo que somos, del poder que otros han
asumido sobre nosotros,
Incluido el de un dios fuera, inventado, que nos vigila, amenaza o condena,
Y, por supuesto, de quienes se autodefinen sus
representantes en la Tierra.
Todo eso es una barbaridad. Cada cual ya somos una
manifestación particular de Dios.
En cada ser, el Todo Uno vive su propia aventura de
ir de la ignorancia al despertar.
Sí que me tengo que “salvar”, pero no de ningún
Dios, sino de todos mis miedos,
De mi miedo a la soledad, a la enfermedad, a la
escasez o a la muerte,
De mi miedo a no ser realmente yo, o sea, de mi
miedo a asumir mi poder de ser.
Y eso, no se hace por un acto mágico-religioso al
estilo de pecado-penitencia-perdón.
Me salvo cuando quito el poder sobre mí de todos los
“diosecillos externos” fabricados,
Cuando asumo y reconozco que yo soy “Dios en mí como
yo”. Jesús habló sólo de eso,
A lo que todos los poderes, incluidos los religiosos,
temen. Pues se quedan sin papel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario