domingo, 16 de septiembre de 2018

Silencio y respuesta de Dios


Cuá
ntas veces me había sentido huérfano con anterioridad. Me convertí en buscador.
Y cuántas veces busqué y busqué tratando de encontrar la comunicación con Dios,
Cuántas las ocasiones en que sentí la sequedad de su ausencia, su añoranza inmensa,
Y en que vagué por las calles esperando en mi desvelo alguna evidente respuesta.
Creí no ser escuchado, y pensé, cuando con más fuerza lo llamé, que me ignoraba.
Pero no estaba yo en lo cierto. La respuesta de Dios, que es la de nuestro ser, sí venía,
Era yo quien no sabía leerla ni interpretar su lenguaje. Sus respuestas me rodeaban.
Todo era la respuesta de Dios. Pero no la veía, porque yo fijaba el tipo de su respuesta.
Ese era mi error y engaño: ir por el mundo con una idea de Dios y de cómo hablaba.
Mi ego, con su diseño de lo que es y de lo que no es, había suplantado a Dios.
Por eso, con el lenguaje del ego, no lo podía oír, de ese modo yo estaba ciego y sordo.
Y a esas, ceguera y sordera, les llamaba “silencio de Dios”. Cuando todo era su palabra.
Dios nunca calla. Todo me habla y habla de Él, a mí y a todos. Es el Ser de lo Real.
Cuando más aparecieron mis miedos  más creía que estaba solo. Error mío.
Dios era quien me ponía delante todos mis temores para sanarlos, y sanado lo viera.
Porque Dios, para llegar a nosotros nos pone ante todas nuestras resistencias y soledad,
Frente a nuestras debilidades y miedos, que nos separan de Él, de lo que Somos.

Tenemos que entender el lenguaje de Dios que nada tiene que ver con el del ego.
Y hemos de saber que Él no nos dará nunca nada que infle lo que no somos.
Le pedimos a Dios muchas cosas que en realidad son reclamos del y desde el ego.
El llamado Silencio de Dios, cuando así lo interpretamos, es la mejor de sus respuestas.
Nos pone ante nosotros  nuestra sequedad y errónea visión acerca de lo que somos.
Así se evidencia el tremendo ruido de nuestro ego, todo mente, del que nos despoja.
Por eso, al afrontar nuestros miedos el ego muere y calla. En su lugar, nace Dios.

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