Cuá
ntas veces me había sentido huérfano con
anterioridad. Me convertí en buscador.
Y cuántas veces busqué y busqué tratando de
encontrar la comunicación con Dios,
Cuántas las ocasiones en que sentí la sequedad de su
ausencia, su añoranza inmensa,
Y en que vagué por las calles esperando en mi
desvelo alguna evidente respuesta.
Creí no ser escuchado, y pensé, cuando con más
fuerza lo llamé, que me ignoraba.
Pero no estaba yo en lo cierto. La respuesta de
Dios, que es la de nuestro ser, sí venía,
Era yo quien no sabía leerla ni interpretar su
lenguaje. Sus respuestas me rodeaban.
Todo era la respuesta de Dios. Pero no la veía,
porque yo fijaba el tipo de su respuesta.
Ese era mi error y engaño: ir por el mundo con una
idea de Dios y de cómo hablaba.
Mi ego, con su diseño de lo que es y de lo que no es,
había suplantado a Dios.
Por eso, con el lenguaje del ego, no lo podía oír,
de ese modo yo estaba ciego y sordo.
Y a esas, ceguera y sordera, les llamaba “silencio
de Dios”. Cuando todo era su palabra.
Dios nunca calla. Todo me habla y habla de Él, a mí
y a todos. Es el Ser de lo Real.
Cuando más aparecieron mis miedos más creía que estaba solo. Error mío.
Dios era quien me ponía delante todos mis temores
para sanarlos, y sanado lo viera.
Porque Dios, para llegar a nosotros nos pone ante todas
nuestras resistencias y soledad,
Frente a nuestras debilidades y miedos, que nos
separan de Él, de lo que Somos.
Tenemos que entender el lenguaje de Dios que nada
tiene que ver con el del ego.
Y hemos de saber que Él no nos dará nunca nada que
infle lo que no somos.
Le pedimos a Dios muchas cosas que en realidad son
reclamos del y desde el ego.
El llamado Silencio de Dios, cuando así lo
interpretamos, es la mejor de sus respuestas.
Nos pone ante nosotros nuestra sequedad y errónea visión acerca de lo
que somos.
Así se evidencia el tremendo ruido de nuestro ego,
todo mente, del que nos despoja.
Por eso, al afrontar nuestros miedos el ego muere y
calla. En su lugar, nace Dios.
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