El ser humano se ocupa en cosas y de cosas, son sus
asuntos, sus ocupaciones.
Tiene tareas, aficiones, intereses; en unas cosas
trabaja, con otras se distrae…
Pero de todo eso se puede prescindir en un momento
dado, como así ocurre.
Porque nada de ello es esencial en él, aunque para
algunos lo parece,
De tanto valor, empeño, pasión, dedicación, entrega
e ilusión que invierten.
Las raíces de ese tipo de querencia pueden ser
familiares, circunstanciales,
Directamente ligadas a cualidades, habilidades, hábitos
o memorias ancestrales.
Si bien, siempre asociadas a nuestra personalidad
cambiante y a modos de funcionar,
Incorporados consciente o inconscientemente como placenteros
y gratificantes.
En cambio, la misión del alma tiene que ver con
fines y causas esenciales.
La necesidad de encontrarla y realizarla nace del propio
ser, del alma,
La cual busca expresarse, porque la es, según una
forma particular y esencial de ser.
Esto la convierte en tarea fundamental,
insustituible, en la que ser y hacer se funden.
No cumplir nuestra misión frustra nuestro destino,
para lo que hemos venido,
Provocando así un inmenso socavón de orfandad,
tristeza y vacío, en nuestra existencia.
La misión del alma es irrenunciable, como
irrenunciable es la conexión con nuestro ser.
Quien autoevidencia su alma, sabe cuál es su misión,
pues ambas cosas van juntas.
Conectar con nuestra alma y realizar su misión es el
mayor de nuestros propósitos
Y ayudar a que otros consigan lo mismo, una
inmejorable decisión.
A veces, parte de nuestra vida es una preparación,
sanando y liquidando obstáculos,
Hasta que nuestra misión florece y se impone, abriéndose
camino lúcida y eficazmente.
Entrega incondicional, amor y servicio son
cualidades que acompañan a toda misión.
Algunos viven en conexión con su alma y realizando
su misión pero no lo saben.
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