“¡Cuán importante que es mi función y misión en la
vida!”
“Mi papel, lo que yo hago, eso sí que es relevante y
necesario, en cambio otros…”
“¡Oh!, que existencia tan ordinaria, miserable y
vulgar la suya, mientras que yo…!”
Estas y otras muchas expresiones bien podrían
reflejar los pensamientos
De quien hace de su misión de vida plataforma para
la exaltación del ego.
Sutil y maravillosa oportunidad desde donde promocionar
la vanidad propia
Y hacer de nuestros actos el pódium perfecto sobre
el que elevar a nuestro personaje.
Porque, detrás de nuestros intentos de realizar
nuestra misión de vida, frecuentemente
Se encuentra agazapada la escasa valoración y complejos que sobre
nosotros tenemos
Pero que con cierto tipo ejemplar de vida, pensamos,
se contrarrestará al fin.
Esa pretensión, sutil, de llegar a ser una Teresa de
Calcuta, un destacado altruista,
Un benefactor social o alguien que por sus acciones
concite admiración de los demás,
¿No son formas camufladas de alejarnos de nuestro
ser y de inflar nuestra vaciedad?,
Pues también eso se esconde tras la buena intención
de ser fiel a nuestra misión de vida.
Lo que uno ha venido a hacer, o sea, lo que es
nuestro deber del alma
No es relevante o sencillo, pomposo o anodino,
trascendente o simple,
No se mide por esos raseros, sino por lo que aporta
a nuestro crecimiento interior,
Por el amor que despliega y la oportunidad que nos
ofrece para darlo y expresarlo.
Y eso, se puede hacer de mil maneras, sin que cuente
la forma y el papel que tomen.
Conocidos o en la sombra, como reyes o mendigos,
sirviendo copas en un bar
O desde los púlpitos, en una oficina, como artistas,
qué más da, eso no importa
Si se vive con amor lo que se vive o es al amor a
donde nos lleva, y…al despertar.
El armario de Dios-diosa es muy grande y Él-ella
viste infinidad de ropajes. Así es.
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