Lo sentidos físicos condicionan la imagen que
tenemos de nosotros,
Con su ayuda y las ideas que nos formamos sobre
quienes somos
Resultado de la interacción con los demás
construimos un concepto.
Ese concepto, por llamarlo de alguna manera, nos da
una identidad.
Es la suma de pensamientos, sentimientos,
sensaciones, actitudes, deseos,
Miedos, tendencias, gustos, aversiones, valores…
Todos ligados a nuestro cuerpo-mente. Son nuestra
personalidad y carácter,
Nuestro sostén básico; y asumiendo que nuestra
dignidad humana es su consecuencia,
Sin que pensemos en el motor de esa
dinámica y desarrollo, ni en su por qué.
Con el referente al cerebro, según unos, o al de un
Dios que nos ha creado, según otros,
La visión sobre nosotros en ambos caso es mecánica,
funcional, natural y poco más.
Pero esa percepción llega un momento en nuestras
vidas, o puede llegar,
En que se transforma radicalmente, y no por qué
dejemos de ver
Todos los referentes y contenidos anteriores:
físicos, mentales, afectivos, espirituales…,
Sino porque nace y se hace presente una conciencia
nueva sobre/en nosotros:
La conciencia de ser en sí misma, con independencia
de contenidos mentales o físicos.
Y junto a ella se constata el impulso hacia la
trascendencia y la dimensión espiritual,
También la necesidad de un propósito y metas más allá
de los de la personalidad externa
(Triunfar, ganar, acumular, competir, afirmarnos
frente a los demás, etc…).
Pues ahora, el sentido de la existencia y la
transformación interior son primordiales,
Así como una existencia no desde el ego y sí
alimentada por la unión con lo superior.
Eso se da en
nosotros cuando el alma pasa a asumir el
protagonismo de nuestra vida
Y empieza a ser experimentada, porque la somos, como
nuestra verdadera identidad.
Esto no es una idea, sino realidad vivida de una
nueva conciencia más profunda de ser.
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