viernes, 20 de julio de 2018

Y surge la conciencia de ser un alma


Lo sentidos físicos condicionan la imagen que tenemos de nosotros,
Con su ayuda y las ideas que nos formamos sobre quienes somos
Resultado de la interacción con los demás construimos un concepto.
Ese concepto, por llamarlo de alguna manera, nos da una identidad.
Es la suma de pensamientos, sentimientos, sensaciones, actitudes, deseos,
Miedos, tendencias, gustos, aversiones, valores…
Todos ligados a nuestro cuerpo-mente. Son nuestra personalidad y carácter,
Nuestro sostén básico; y asumiendo que nuestra dignidad humana es su consecuencia,
Sin que pensemos en el motor  de esa  dinámica y desarrollo, ni en su por qué.
Con el referente al cerebro, según unos, o al de un Dios que nos ha creado, según otros,
La visión sobre nosotros en ambos caso es mecánica, funcional, natural y poco más.

Pero esa percepción llega un momento en nuestras vidas, o puede llegar,
En que se transforma radicalmente, y no por qué dejemos de ver
Todos los referentes y contenidos anteriores: físicos, mentales, afectivos, espirituales…,
Sino porque nace y se hace presente una conciencia nueva sobre/en nosotros:
La conciencia de ser en sí misma, con independencia de contenidos mentales o físicos.
Y junto a ella se constata el impulso hacia la trascendencia y la dimensión espiritual,
También la necesidad de un propósito y metas más allá de los de la personalidad externa
(Triunfar, ganar, acumular, competir, afirmarnos frente a los demás, etc…).
Pues ahora, el sentido de la existencia y la transformación interior son primordiales,
Así como una existencia no desde el ego y sí alimentada por la unión con lo superior.
Eso se  da en nosotros cuando el alma pasa a  asumir el protagonismo de nuestra vida
Y empieza a ser experimentada, porque la somos, como nuestra verdadera identidad.
Esto no es una idea, sino realidad vivida de una nueva conciencia más profunda de ser.

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