En el pensamiento hay movimiento y variaciones
constantes.
Son miles los pensamientos que cruzan nuestra mente
y con ellos las emociones,
Pues no hay emociones sin pensamientos, ni estos
suceden sin que se den aquellas.
El obrar que sigue a los pensamientos carece de la
misma solidez que los pensamientos.
Por eso una vida basada en los pensamientos no puede
satisfacer más que puntualmente,
Es decir, el obrar en sí mismo no es una garantía de
felicidad y menos de plenitud.
Pero nuestro ser sabe que sí existe estabilidad y
armonía perfectas. Él es ambas cosas.
El problema que tenemos los seres humanos consiste
en el peso de nuestro ego,
Es decir, de nuestros pensamientos, emociones y
cuerpo físico en nuestra vida,
No porque estos no tengan valor, sino por el olvido
del ser que les asociamos.
Nuestro ser esencial es conciencia pura, que es
gozo, armonía e inteligencia sin fin.
Ese ser esencial siempre está necesariamente
presente, pues es justo lo que somos,
Pero lo vivimos como un trasfondo o como un eco que
se funde con nuestro ego,
Por eso ante la contundencia de nuestro ego y el
fragor de la vida apenas lo percibimos.
Es como el más grande de los tesoros al que el polvo
de los días lo hubiese ocultado,
O como una pequeña piedrecita extraviada allá en el
centro de una gran bola de nieve.
Esta piedrecita, este tesoro es el que ha de ser
rescatado, aunque sólo por cada cual,
Tiene que ser autopercibido por uno mismo. Esto es
el autodespertar. Desde dentro.
Tomar conciencia de nuestro ser y respirar en él.
Recobrarlo como una amistad perdida.
Y dejarle espacio para que ocupe él solo todo el
espacio, sin negar nada, respirando ser.
Está tan cerca…, se nota su presencia, se “oye”, se
“ve”, estamos impregnados por él.
Nos baña y ni siquiera nos podemos distanciar de él,
tal es su unicidad en/con nosotros.
Lo somos. Somos ese ser real que alienta vida y manifestación activa de nuestra alma,
Como seres encarnados que se sienten y son uno con
el mundo, el cosmos y el universo.
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