Es la soledad uno de los males de los que con más
empeño huimos,
Por lo general, nadie quiere estar y menos aún
sentirse sólo.
Eso hace que busquemos cientos, miles de formas de
evadirla y ocultarla.
Todos Tratamos de encontrar y tener amigos, gente
con la que compartir y estar.
La soledad suele angustiar. El hombre o la mujer
solos se deprimen fácilmente.
Pero lo importante es ver por qué sucede esto. ¿Qué no
gusta o nos disgusta de ella?
Con los demás, nos distraemos, sentimos que
importamos, creemos ser alguien,
También pensamos que somos útiles o amados, y amamos.
Nos vemos más seguros…
Pero cuando estamos solos nos encontramos con nosotros
mismos, sin red,
Y entonces surgen miedos, dudas, ausencia de
referentes a los que cogernos…
Todo eso difícilmente puede ser disimulado,
proyectado sobre otros o esquivado.
¿Quién o qué soy cuando estoy sólo?, ¿con qué me
encuentro de mí?
Pienso, hago cosas, intento pasar el tiempo, evitar
aburrimientos y el peso de la soledad.
Pero, ¿de verdad estoy solo cuando estoy solo? ¿Me
doy cuenta de que estoy conmigo?
¿No será, acaso, que la soledad se vive cuando
alguien se aleja de su sí mismo?
La soledad realmente empieza cuando pensamos o creemos
que estamos solos,
Cuando perdemos la conciencia de ser aquí y ahora. Entonces
nos sentimos solos.
La raíz de la soledad no es otra que la conexión de
nuestro ser,
Entonces es cuando dejamos de amar, sentir, ver, contemplar,
saber y vivir.
Esa es la soledad de la que se huye y que muestra la
superficialidad de nuestro existir.
A veces, la Vida, Dios, nos va dejando solos de
cosas, situaciones, personas…,
Es la forma que tiene de que nos reencontremos con Ella/Él,
con nuestro ser.
De otro modo nunca sabríamos quienes somos o que
nunca hemos estado solos.
Sólo es posible amar de verdad si se ha
experimentado la plenitud de la soledad en Dios.
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