Hace muchos años, en realidad vidas, que estamos
alimentando personajes,
Ahora somos esto, mañana lo otro, mientras que nos
esforzamos por reivindicarnos,
Crearnos, recrearnos, y todo para sentirnos seguros,
recibir un poco de cariño,
Y pensar que somos algo con identidad suficiente
para no perdernos en este mundo.
Cuánta lucha, cuanto trabajo y cuanto empeño para
fortalecer una idea,
Mil pensamientos y no sé cuántas imágenes que
sostengan nuestro tinglado personal.
El problema, por el que todo ese esfuerzo no nos
lleva a salir nunca de nuestro laberinto,
Es que se parte de un error muy grande: creernos que
somos imperfectos,
Inmerecedores de felicidad, seres caídos o
empecatados en origen.
Esa idea, que nos hace asumir los incontables roles
que vivimos y experimentamos
Sostiene la creencia que nos retiene encarcelados en
nuestros engañosos sueños
De ser esto o lo otro, buenos, malos, afortunados,
desgraciados, víctimas, verdugos…
Nos movemos así como ratoncillos girando y perdidos
en su estrecho enclaustramiento.
Esa forma de percibirnos es la que tenemos que
desmontar y desvelar,
Porque es justo la autohipnosis que configura
nuestro particular encierro.
Tenemos que abrir los ojos y ver que nadie es lo que
parece o se ha creído ser.
Detrás del drogadicto, el ladrón, el asesino, pero
también del encumbrado por el éxito
Hay la misma realidad, lo que somos: seres luminosos
y radiantes, Hijos de Dios.
No contemplarnos así refuerza y alimenta el espejismo
del modo como nos vivimos.
Cada ser humano, bajo cualquiera de nuestras relativas
y circunstanciales apariencias
Esconde lo que es: un verdadero foco de luz y amor,
de energía, conciencia y gozo.
Sólo una máscara externa, cual cenizas sobre la lava
de un volcán nos lo impide ver.
Pero vivir es una aventura cuyo tramo principal nos conduce
al despertar a esa visión:
La de que nadie es más que nadie y todos somos un río
resplandeciente de Amor.
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