Todo lo que hago a los demás me lo hago a mí. Vivo y
experimento lo que doy.
Todos los juicios que hago a los otros son los juicios
a lo que rechazo de mí.
Así como veo al mundo me veo a mí. Su dolor y su
sufrimiento son los míos.
No hay nada que vea que no sea yo. Soy yo siempre en
los otros mostrándoseme.
Si quiero transformar mis relaciones con los demás,
para que sean gozosas y alegres,
Antes, tengo que lograr que ese sea el modo de sentirme
y vivirme a mismo.
Lo odios, rencores, desamor, autorrechazos y toda
clase de negatividades
Tienen que ser
sanadas previamente en mí si no quiero proyectarlas sobre los otros.
Cuanto más ame a todos los seres más me estaré
amando a mí, y viceversa.
Si me quejo o lamento del mundo es de mí de quien me
estoy quejando y lamentando.
Cada encuentro que tengo con alguien, así como todos
aquellos a quienes veo
Vienen a mostrarme el estado de mi realidad para que
la sane e integre en lo que yo soy.
Todo y todos son mis maestros, espejos que me
muestran lo que no veo de mí.
Lo que parece ser la causa externa de sufrimiento
viene a señalarnos nuestro error.
El sufrimiento nos lo infringimos a nosotros mismos,
nace de dentro, no viene de fuera.
Si me acepto y me amo incondicionalmente, eso es lo
que daré a los demás.
Las condiciones que yo pongo a los otros para
amarlos son las que me pongo a mí.
Existe una simetría perfecta entre lo que me hago y
lo que hago al mundo.
No es posible amarse a uno de verdad sin amar de
igual modo a los demás,
Y si no es así, es que vivo confundido llamando amor a lo que es interés
condicionado.
Lo que yo soy sólo puede dar amor incondicional, si
no, estoy dando lo que no soy.
Si lo que vivo en mí es sufrimiento es porque vivo
en y desde lo que no soy.
La solución para liberarme de mi sufrimiento y ayudar
a liberar el de los demás
Es que regresemos a nuestro ser original. Ese es el
principio real de toda liberación.
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