domingo, 5 de febrero de 2017

ANITA MOORJANI: VIAJE DE IDA Y VUELTA

           
Anita Moorjani nació en Singapur y desde muy pequeña vive en Hong Kong. En el año 2002 se le diagnosticó un cáncer que le llevó a una situación absolutamente terminal en 2006, la cual le hizo vivir una experiencia cercana a la muerte extraordinaria, y su posterior regreso, contra todo pronóstico, a la vida, pero esta vez, incomprensiblemente desde el punto de vista de los parámetros médicos, curada. Animada entre otros por el Dr. Wayne W. Dyer escribe luego el proceso de su enfermedad, así como lo que vivió durante su E.C.M. y sus posteriores reflexiones,  lo hace en un libro extraordinario: “Morir para ser yo” (Gaia Ediciones), es de allí desde donde extraemos, por su elevado interés, algunas de sus más que interesantes consideraciones así las comprensiones y conocimientos que la experiencias que vivió le han aportado. Dice Anita de su situación:

“…era más consciente de todo lo que estaba ocurriendo a mi alrededor de lo que hubiera podido serlo en mi estado físico normal. No estaba utilizando mis cinco sentidos biológicos, sino absorbiéndolo todo con mucha más profundidad que si estuviera usando mis órganos físicos. Era como si otro tipo de percepción totalmente diferente se hubiera abierto ante mí,…como si me estuviera de alguna forma fundiendo con ello…., como si pudiera ver y sentir el interior de todas las personas…¡Me siento tan libre y tan ligera!...¡Nunca me había sentido tan bien!...No sentía ningún vínculo emocional con mi cuerpo, aparentemente sin vida allí tumbado…era como si no fuera mío…Empecé…a ser consciente de que podía estar en cualquier lugar en todo momento….Me parecía lo más normal, como si fuera la verdadera forma de percibir las cosas…

            …empecé a saber que todo era perfecto y se estaba desarrollando de acuerdo a un plan…que ya no hubo separación alguna entre mi ser y todo lo demás…me convertía en todo…vi a mi hermano Anoop a miles de kilómetros de allí…y no entendía por qué no podía comunicarme con él…Cuanto más me expandía menos inusual me parecía ese estado milagroso…sentí que los vínculos emocionales con mis seres queridos y con lo que me rodeaba iban desvaneciéndose paulatinamente…un amor soberbio, glorioso e incondicional me envolvió, me embargó por completo…fui consciente de la presencia allí de mi padre, que había muerto diez años antes…en ese ámbito no había más forma de comunicación que a través de las emociones…También fui consciente de otras presencias a mi alrededor..

            …Tomé conciencia de  lo que parecían ser varias vidas desarrollándose sincrónicamente…el tiempo no discurría de forma lineal…como lo experimentamos aquí…todo ocurre simultáneamente, ya sea pasado, presente o futuro…La claridad era asombrosa…¡El universo tiene sentido! Por fin lo entiendo…comprendí por qué había venido a esta vida, y conocí mi verdadero propósito…Dios no es un ser, sino un estado de ser…¡Y ahora yo era ese estado de ser!...mi vida estaba intrincadamente tejida con todo y en todo lo que había llegado a conocer…comprendí que era mi deber ser siempre una expresión de mi propia esencia única…Aquí estoy, sin cuerpo, raza, cultura, religión o creencias…¡y sigo existiendo!...Me sentía eterna, como si siempre hubiera existido y siempre fuera a existir…me merecía ser amada de manera incondicional por el...hecho de existir….Pude optar entre regresar...o no. Y elegí regresar cuando me di cuenta de que el “cielo” es un estado, no un lugar”.

            Anita ha creado, como otros, un puente más entre nuestra ignorancia y el saber de la realidad eterna que somos. Luces como esta están ayudando a nuestro despertar. Cultura, raza, religión, el propio cuerpo qué relativos que son, qué insignificantes, ¡qué nadería son cuando se está viviendo en el estado de Dios! Desde ese estado se comprende el auténtico valor de las cosas que importan, las cuales en nuestra dimensión no pasan de ser meros instrumentos, útiles sólo si están al servicio de un propósito mayor y una visión mayor. Tal vez por esta comprensión tan esencialista y radical de las cosas que tienen quienes han tenido esta clase de experiencias es por lo que no reciben el trato que se merecen ni las ECM, ni las iluminaciones espirituales ni los éxtasis u otro tipo de visiones semejantes, en las iglesias, en los púlpitos ni en las prédicas papales, porque quienes las tienen, por lo general, se apartan o dejan de valorar por su insignificancia los dogmas y teologías con los que estos tanto se alimentan.

Porque el Dios experimentado, el cielo vivido, la muerte como tránsito y el sentir del ser que se es o de la realidad que lo es todo no tienen nada que ver con las palabras, las morales y las historias clericales, filosóficas ni menos aún culturales con las que nuestras mentes con mucha frecuencia se alimentan. Esta sí que es la gran revolución que las ECM aportan a nuestro mundo y a nuestros modos de ver o entender. A los místicos, a los iluminados de verdad, a los que habían visto con los ojos del espíritu, aún se les relegaba o se les intentaba callar, si es que no se les ridiculizaba, pero cómo silenciar lo que ya es una experiencia tan extendida y más que lo será en el futuro en nuestra humanidad. No cabe duda, pues, de que estamos en un tiempo nuevo, en el de un cambio radical y profundo en nuestras mentes del que personas como Anita Moorjani y tantos otros cientos de miles con experiencias parecidas son su verdadera punta de lanza que arrambla con los viejos paradigmas científico-teológicos. Ya no valen las huidas, negaciones o descalificaciones de quienes en nombre de la ciencia, dicen, se protegen de todo eso con el pretexto de que quienes tienen estas experiencias es porque han sufrido determinado tipo de trastornos alucinatorios o neurológicos, pues ya son demasiadas investigaciones serias las que invalidan por infundadas e inaplicables esas críticas en quienes de forma tan coherente, vívida y universal viven lo que cuentan, con más conciencia que si estuvieran en el cuerpo físico como afirma Moorjani y la mayoría de quienes tienen ECM.

Y cuanta libertad, y cuanta alegría y gozo en un estado en el que todos los límites se achican, donde las dimensiones ya no son nada y en donde la experiencia de la vida plena son ya un hecho que muchos privilegiados nos pueden afortunadamente compartir y mostrar. Vivir, ¡cuán lejos estamos aún de lo que esa palabra significa realmente! ¿No sería muy acertado afirmar que de lo que esa palabra, -vivir-, significa estamos experimentando tan sólo un uno por ciento? Creo yo que esta afirmación no peca de exagerada, y que experiencias como estas que estamos ofreciendo, como también la de George Rodonaya, Thomas Benedict, Eben Alexander y un largo etc. de personas no tan conocidas e incluso anónimas así nos lo confirman y nos lo están mostrando.


¡Menudo signo de los tiempos al que estamos asistiendo! ¡Y qué enseñanza tan grande, hoy ya difundida por todo el mundo, al alcance de quienes se quieran enterar!, pues no cabe duda de que muchos, a pesar de esto, aún preferirán ir tirando, que es como no vivir, con las ya caducas y superadas historias sobre la muerte, la felicidad a tiempo parcial y sólo ligada a las pequeñas cosas, un Dios fuera de nosotros, el más allá como un lugar extraño y sobre el que dudar, lo que somos identificados sólo con el cuerpo la mente y la materia, por lo que vivimos que es un vivir sin apenas sentido y etc., etc. Pero el aldabonazo ya se ha dado en la puerta de nuestras almas y el despertar ya nos está acuciando. Pues eso.   

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