Somos seres
divinos, inmortales, sabiduría en esencia, conciencia,
Somos
amor expresándose siempre, incluso cuando todo parece revuelto, injusto o loco,
Somos la
voluntad de Dios interpretándose a sí mismo dentro de un juego sin fin.
Pero
somos también almas que aceptaron el olvido de sí, de lo que eran, de todo eso,
Como
parte de esta trama que es cada existencia, que no es sino puro teatro,
Interpretación
de algo que no somos. Este es el Juego, incomprensible para la mente,
Dominado casi
siempre por los sentidos externos, por nuestras emociones
Y por la
personalidad que tomamos, resumida en ese ropaje tan aparentemente real
Y
complejo, el ego, que hemos tomado como nuestra identidad verdadera.
Pero el
ego es miedo, y en eso se basa su esencia. Miedo a perder,
Miedo a no
tener, miedo a la carencia y miedo por lo que le falta,
Y su
temor estrella, del que más huye, que los resume todos: el de la muerte.
Miedos
que la mente nos recuerda continuamente, con mil pretextos,
Y que
producen ansiedad, insatisfacción, tristeza, pero sobre todo:
Desconfianza
y duda, ante la vida, ante el mañana, por lo que sucederá o no,
Por tantas
cosas. Y lo peor, es que ahí radica la fuente del sufrimiento.
Pero el
ego lo quiere así, porque es eso su sostén, su razón de ser y su alimento,
Pues sin
ellos simplemente se extinguiría, ya que la representación perdería su interés.
Esta obra
que representamos, sí, en una primera parte es una ficción ignorada,
Basada en
el olvido de que todo es puro teatro. Por eso nuestros miedos son tan reales
Y la
desconfianza tan grande. Y porque el ego, incrédulo, sólo aguarda lo peor.
De ahí que
la vida se resuma para él en autoprotección o defensa y ataque. Y poco más.
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