Este
es el título del libro que ha escrito el doctor Eben Alexander, quien entre otras acreditaciones, títulos y méritos
tiene el de ser neurocirujano cerebro-vascular, doctor en medicina por la
universidad de Duke y de Ciencias químicas por la de Carolina del Norte en
Chapel Hill, profesor asociado en la Facultad de Medicina de Harvard, ha
trabajado, también, como neurocirujano en los hospitales de Brigham &
Women´s, en los hospitales Children´s, y operado a incontables paciente
aquejados de graves lesiones cerebrales, investigador en el desarrollo de
procedimientos técnicos avanzados como la radiocirugía estereostática,
colaborador en el desarrollo de técnicas de imágenes por resonancia magnética,
terapias neuroquirúrgicas guiadas de gran importancia para el tratamiento de
afecciones cerebrales complicadas, además de haber escrito más de ciento
cincuenta artículos para revistas especializadas y haber presentado sus
hallazgos en más de doscientos congresos médicos celebrados por todo el mundo.
Un hombre como se ve consagrado a la ciencia, el mejor aval, pues, para contar
y describir a conciencia su propia Experiencia Cercana a la Muerte, y más si
tenemos en cuenta las resistencias de muchos científicos para aceptar como
reales los relatos iguales o parecidos que personas normales y corrientes nos
cuentan que también han vivido. Por esa razón, es por lo que nos hemos detenido
en la descripción exhaustiva del brillante currículo de este Doctor. Y ahora,
veamos algunas de las cosas tal como él mismo nos las cuenta y las
consideraciones tan importantes que hace al respecto:
“El
8 de noviembre de 2008 me desperté con un terrible dolor de cabeza que en
apenas dos horas desembocó en un derrame cerebral. Caí en un coma profundo, y durante siete días permanecí en
ese estado, durante el cual viví una experiencia increíble. Lo que vi no fue un
túnel, aunque sí tuve la sensación de ascender por un valle estrecho y oscuro
para llegar a otro con una luz espléndida y unos colores indescriptibles. El
lugar en el que estuve es un sitio maravilloso, reconfortante y lleno de amor.
No tengo miedo a morir porque ahora sé que no es el final”.
“Podría
decirse que la mía fue la experiencia cercana a la muerte perfecta. Como
neurocirujano con varias décadas de experiencia tanto en investigación como en
cirugía, estaba en una posición privilegiada para juzgar, no sólo la veracidad
de lo que me estaba sucediendo, sino también todas sus implicaciones…Lo que me
reveló mi experiencia es que la muerte del cuerpo y del cerebro no supone el
fin de la conciencia, que la experiencia humana continúa más allá de la muerte.
Y lo que es más importante, lo hace bajo la mirada de un Dios que nos ama a
todos y hacia el que acaban confluyendo el universo y todos los seres que lo
pueblan.”
“El
lugar al que fui era real…hasta tal punto que, a su lado, la vida que llevamos
en este mundo…parece un simple sueño….La vida no carece de sentido…Lo que me
sucedió mientras estaba en coma es, sin ninguna duda, la historia más
extraordinaria que jamás podré contar…completamente ajena al racionalismo
convencional…mis conclusiones se basan en el análisis médico de mi propia
experiencia y en mi profundo conocimiento de los conceptos más avanzados de las
ciencias cerebrales y de los estudios más modernos sobre la conciencia.”…“Lo
que había vivido era más real que la casa en que habitaba, más real que los
troncos que ahora ardían en la chimenea. Pero en la visión científica del mundo
que me había proporcionado mi formación médica durante años no había espacio
para esa realidad”. (Extractos del libro “La prueba del
cielo”, edit. Zenith)
Es
esta, como ya hemos señalado, una E. C. M. verdaderamente excepcional, y nada
casual a juzgar por las características de quien la ha tenido. Quiero resaltar
con todo la insistencia tan grande de Alexander cuando trata de dejar bien
claro la realidad del cielo y de lo que allí uno se encuentra y vive. Es un
lugar sí, confirma él, pero no un lugar según lo que nosotros seres tridimensionales
comprendemos por tal, más aún, ni siquiera nos lo podemos imaginar dada la
ingente cantidad de paradojas que allí se dan y que nosotros difícilmente
entenderíamos. Allí las flores florecen continuamente sin estar sujetas a la
transitoriedad que nuestro espacio tiempo euclidiano les imprime, no hay, pues,
flores que se marchiten, y no hay tampoco flores que mueran. Y existen niveles,
los más elevados de los cuales nos son inimaginables.
El
movimiento, el baile y la creatividad sin fin son lo habitual en un mundo donde
todo es la fuente y el origen de cuanto aquí en la Tierra vivimos y
experimentamos, allí todo es real, la realidad en sí, mientras que aquí todo es
como un sueño en donde cuanto existe es una especie de réplica, una copia se
podría decir. Las montañas, las flores, el agua, los manantiales, todo lo que
allí se encuentra es más vivo y más real que lo que aquí vemos, aunque
evidentemente y como ya hemos dicho el concepto de realidad de aquí y de allí
no tengan nada que ver.
Por
eso, en su segundo libro “El mapa del cielo” cita de manera especial al místico
persa Najmoddin Kobra quien afirma
que el cielo exterior visible no es el cielo, sino que hay “otros cielos más
profundos, más sutiles, más azules, más puros, más brillantes, innumerables y
sin límite”, y no está hablando en términos metafóricos recalca. A continuación
nos dice que los místicos como Kobra
y los místicos científicos como Swedenborg están en lo cierto ya que “ el
cielo no es una abstracción, no es un panorama de ensueño inventado a partir de
ilusiones vacías, sino un lugar tan real como la habitación, el avión, la playa
o la biblioteca donde usted se halla en este momento. Tiene objetos dentro de
sí, árboles, campos, gente, animales incluso…Pero las reglas de cómo funcionan
las cosas en él -digamos, las leyes de la física del cielo- son distintas a las
nuestras.”
Sabe
y advierte muchas veces en distintos momentos nuestro autor que todo cuanto él
cuenta puede resultar inmensamente descabellado para nuestras mentes racionales
tan hechas a una lógica cartesiana y racionalista, tan aristotélica también y
tan de espaldas a cuanto no se puede medir, pesar o contar, tan materialista al
fin y al cabo, y que es la única que manejamos para darles a las cosas carta de
veracidad o no. Pero lo real es lo real lo diga Agamenón o su porquero como se
suele decir. Y ya se sabe aquello de que lo que es locura para los hombres es
sabiduría a los ojos de Dios. Por eso Alexander aboga por una nueva ciencia que,
sin dejar de serlo con todo lo que de bueno tiene, asuma también que la
conciencia es anterior a la materia y al cerebro, y se así abra al mundo de la espiritualidad y a
la inmensidad de posibilidades que esta tiene, entre ellas la realidad del
cielo con sus características propias y esenciales.
“Todo fue demasiado real para ser real”
como le dijo Eben a su hijo mayor, y es que: “cuando ascendemos…todo sigue ahí.
Sólo que es más real. Menos denso y al mismo tiempo más intenso, está más ahí.
Los objetos, paisajes, personas y animales explotan de tanta vida y color. El
mundo de arriba es tan vasto, variado y poblado y distinto en un lugar
comparado con otro, como sucede con este mundo, e infinitamente más”. Y
algo muy importante: “allá nada está aislado. Nada está alienado.
Nada está desconectado. Todo es uno, sin que esa unidad en ningún sentido
sugiera homogeneidad”
Todos,
en el fondo, de manera consciente o no estamos buscando ese cielo del que
vinimos, un cielo que representa todas nuestras más grandes y elevadas
aspiraciones de sabiduría, amor y energía, de creatividad, alegría y unidad. Ese
cielo, en definitiva es el que marca la dirección que nuestra alma está
siguiendo hasta hacerse una con su ser, o lo que es lo mismo, hasta hacerse
dios o diosa, es decir, al reconocer Lo divino en nosotros como nuestra
identidad verdadera, única y real. Mientras esto no se consiga el ser humano
busca desde un anhelo irreflenable por alcanzar la plenitud “perdida” eso que
algunos han llamado la realización, otros la iluminación, liberación o salvación,
que son distintas formas de señalar a lo mismo: el cielo olvidado que somos y
que, aunque no nos demos cuenta ya está aquí y ahora en nosotros, como nosotros:
en la persona más humilde y en el ser humano más poderoso, en el objeto más
insignificante, y en todo el Universo, pero no de una forma abstracta, vaga o
irreal sino como Eben Alexandre dice “de la manera más sólida y real imaginable”.
Para verlo lo que hace falta es que desaprendamos nuestra forma errónea de
mirar y de ver lo que somos y lo que es la realidad, y que en lugar de
quedarnos con lo que la mente equivocada nos muestra como si fuera lo real,
seamos capaces de contemplar el infinito e inabarcable espacio, o cielo, que
todo lo acoge y abarca. No el pequeño yo sino la conciencia que lo contiene.
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